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Miércoles, 3 de octubre de 2012

CINE › GABRIEL MEDINA Y LA ARAñA VAMPIRO, SU SEGUNDA PELíCULA, QUE SE ESTRENA ESTE JUEVES

Cuando la naturaleza parece un enemigo

“El ser humano está enfermo, creemos que somos felices pero no lo somos”, plantea el director de Los paranoicos, que instala al personaje de Martín Piroyansky en un entorno que estimula sus fobias. El film ganó dos premios en la última edición del Bafici.

 Por Oscar Ranzani

Hace cuatro años, Gabriel Medina dejó de ser un desconocido cuando, luego de su paso por el Bafici 2008, estrenó comercialmente su ópera prima, Los paranoicos, en la que Daniel Hendler componía a un personaje depresivo, inseguro, fóbico y poco afecto a las relaciones sociales. Después de culminar todo el período del estreno y del circuito de festivales, el cineasta se había quedado como apegado a esa historia, por la energía que había depositado en su concreción. Tanto que la sensación era “como si hubiera tocado un disco punk”, según comenta ahora en la entrevista con Página/12. Pasó mucho tiempo sin que ninguna historia de las que le venían a la cabeza lo movilizara. Hasta que en un viaje que realizó a La Cumbrecita, en las sierras de Córdoba, un pueblo en el que pasó muchos veranos de niño y adolescente, se reencontró con un paisaje natural que lo había fascinado en su infancia. “Estaba caminando por un bosque y en un momento me encontré solo, rodeado de árboles, de pájaros y de vida. Sentí algo especial y me quedé meditando en paz. De pronto, mirando la copa de los árboles que se movían con el viento sentí que algo se movía dentro mío y dije: ‘Acá está mi próxima película, en estos bosques, en estas montañas”, confiesa el realizador. Ese fue el germen de su opus dos, La araña vampiro, que después de haber sido elegida la Mejor Película Argentina en la Competencia Internacional de la última edición del Bafici, se estrenará mañana en la cartelera porteña.

El film está protagonizado por Martín Piroyansky quien, por su interpretación, ganó el premio a Mejor Actor en el festival porteño. El protagonista de comedias como Cara de queso y Mi primera boda compone en esta ocasión a Jerónimo, un joven fóbico, con ataques de pánico, que toma psicofármacos para contrarrestar el efecto. Como no parece haber una solución a su trastorno psicológico, su padre (Alejandro Awada) decide llevarlo una temporada a la montaña, para saber si cambiar el mundo urbano por la naturaleza pueda ayudarlo en la cura. Pero apenas llegan, lo pica una araña y su herida cada vez es más grande. Los médicos no le dan importancia, pero un lugareño le explica que lo picó un bicho al que se lo conoce como “araña vampiro” y que para curarse debe encontrar otra araña de la misma especie que lo pique nuevamente. Si no lo logra, morirá rápidamente. Como es de esperar, su paranoia y sus miedos, lejos de desaparecer en la montaña, se intensifican. Y en su aventura para encontrar a ese arácnido que le salve la vida, lo ayudará un guía de montaña, también fóbico y adicto al alcohol.

–Una de las diferencias con respecto a Los paranoicos es el cambio del paisaje. ¿Buscó contraponer la ciudad como encierro al espacio abierto de la montaña?

–Sí. En realidad, lo que más me interesaba era cómo un chico de veinte años, nacido y criado en la urbe, y en la cultura del materialismo y del consumo, totalmente absorbido por el ruido y por la evasión, enfermo de cosas que tienen que ver con las ciudades, de pronto se ve enfrentado a la naturaleza más bruta y absoluta. Me pareció muy interesante ver qué se producía ahí con ese personaje. De alguna manera, es llevado por el padre que pretende curarlo, pero este chico cuando tiene ese primer contacto con la naturaleza, siente terror.

–Si Los paranoicos era una comedia melancólica y oscura, es fácil de inscribir a La araña vampiro en el género de terror, aunque también tiene suspenso y aventuras. ¿Le gustan las películas de género, algo poco habitual en el cine argentino contemporáneo?

–Sí, las películas de género me fascinan. También el género de terror, la ciencia ficción. Me gusta mucho el cine clásico, la comedia, el drama. Es decir, me gusta el cine de ficción narrativo. Pero también, las búsquedas y las rupturas. Me encantan Godard y John Ford, Spielberg y Tarkovski. O sea, voy de un lado para el otro. No tengo un terreno definido, pero la verdad es que la cultura cinematográfica con la que me crié y la que más consumí fue el cine de género. Cuando era chico veía todo y no me aburría. En general, hay mucha heterogeneidad en mis gustos, pero a la hora de pensar películas lo que me sale de adentro es género y ficción.

–Sus películas tienen personajes donde lo psicológico está muy presente, como las fobias del protagonista de Los paranoicos y los ataques de pánico del de La araña vampiro. ¿De dónde surge esa predilección por los trastornos mentales?

–Es un tema que me apasiona. Tampoco está premeditado. No es que yo pensé en hacer una película sobre, sino que me fue surgiendo solo. Lo que me apasiona es que son enfermedades que tienen que ver con la cultura, con los valores. Y, además, son enfermedades que son producto de una sociedad que está enferma. El ser humano está enfermo. Creemos que somos felices pero no lo somos. Y, entonces, hay una cultura de la resignación, del confort, que nos hace evadir. Me apasiona ver cómo nos enfermamos. Yo también fui víctima de esas enfermedades, también tengo depresiones y dilemas. A esta altura, lo mío ya tiene que ver con obsesiones existenciales, pero cuando era adolescente vivía enfermo. Me apasiona la psicología, porque además yo creo en la cura. Pero para lograrla hay que dar un salto al vacío, “un salto de fe”, como decía Kierkegaard. O de lo que habla el budismo: el enfrentarse a tu monstruo, ir a matarlo, terminar con el confort del sillón, salir a la aventura. Me parece que eso es lo que termina haciendo que uno evolucione en la vida y que se cure, que vea las cosas con otros ojos.

–¿La película también transmite una idea del miedo a la naturaleza?

–Sí, la imposibilidad de estar solo y en contacto con la naturaleza. La naturaleza entendida como algo bruto. Es irte solo a la montaña, pero al medio de la montaña. No es irte a un country o a unas cabañas. No me refiero a ese contacto turístico y vacacional, donde uno se puede relajar, sino a tener contacto con la naturaleza de verdad. Y me parece que ahí surge el miedo. El enfrentarse a eso para un ser urbano me resultaba interesante de plantear. Pero en el fondo no es el miedo a la naturaleza sino a uno mismo, a lo desconocido. Es el hombre rodeado de algo que cree que conoce pero que no lo conoce.

–¿Hay un juego ambivalente entre cordura y locura en los personajes?

–Todo el tiempo, porque justamente lo que me interesa es la realidad como búsqueda y como puntos de vista; es decir, cómo se transforma o se distorsiona la mirada en función de lo que te está pasando psicológicamente. Me gusta jugar en el terreno de las miradas, de cómo ve las cosas un personaje y cómo las ve otro. Y me interesa trabajar la puesta en escena en función de eso.

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“En el fondo no es el miedo a la naturaleza sino a uno mismo, a lo desconocido”, dice Medina.
Imagen: Pablo Piovano
 
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