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Jueves, 1 de noviembre de 2012

CINE › 007: OPERACIóN SKYFALL, DIRIGIDA POR SAM MENDES, CON DANIEL CRAIG

Vivir y dejar morir en el post 11/9

Con un notorio repunte con respecto a la entrega anterior, la película número 23 de la serie, que está celebrando su 50º aniversario, tiene como leitmotiv a la muerte, si no de Bond, al menos de una concepción del mundo que iba con él.

 Por Luciano Monteagudo

Nadie debe alarmarse de que en una de las primeras escenas de 007: Operación Skyfall se vea a la hierática M redactando el obituario del Comandante James Bond. Al célebre agente secreto al servicio de su majestad lo dan oficialmente por muerto, cuando obviamente no lo está. Pero ése, en todo caso, será el leitmotiv de la película número 23 de la serie, que está celebrando su 50º aniversario: la muerte, si no del personaje, al menos de una concepción del mundo que iba con él.

Alguna vez –en tiempos de Sean Connery, por cierto, e incluso de Pierce Brosnan– James Bond fue sinónimo de elegancia, sofisticación, sorpresa, humor. Poco y nada quedaba de aquella marca de fábrica en la primera película de la era Daniel Craig. Casino Royale (2006), sin embargo, tuvo una legión de defensores: quienes alegaban haber leído la novela de Ian Fleming y afirmaban que Craig estaba más cerca que nunca del personaje literario (como si alguna vez los textos originales hubieran importado algo en la saga) y aquellos legos que simplemente preferían que todo se redujera a una mera película de acción, suponiendo que así 007 se modernizaba y adecuaba a los tiempos que corren. Quantum of Solace (2008) –la segunda de Craig y la número 22 de las versiones oficiales–, parecía confirmar lo que ya hacía temer la anterior: que Bond había quedado reducido a una suerte de Duro de matar de segunda mano. Pero ahora aparece esta Skyfall con intenciones de volver a poner las cosas en su lugar, como si la familia Broccoli –productores de la franquicia–, con la excusa del aniversario redondo, hubiera recapacitado y vuelto a mirar hacia atrás, a esos detalles que siempre distinguieron a Bond de todo lo demás.

Es verdad, todo el prólogo parece más una de Jason Bourne que de 007, desde la vertiginosa persecución en moto por los tejados del Gran Bazar de Estambul hasta la pelea a trompadas sobre el techo de un tren en marcha a toda velocidad. Por no mencionar la “muerte” de Bond que –como Bourne– va a parar al fondo de un río, a unas aguas bautismales de las que no tardará en emerger resucitado. Pero, ¿para qué? parece preguntarse Skyfall. ¿Es que en el mundo post 11 de septiembre tiene sentido un agente como Bond? ¿Acaso ya no es anacrónico? ¿Y M, su histórico superior directo, jefe del MI6, el servicio secreto británico?

Desde Goldeneye (1997), a cargo de esa venerable dama del teatro inglés que es Judi Dench (hoy 77 años), Skyfall le da a M un lugar de preeminencia que nunca antes tuvo en la serie. Y la hace partícipe de esa pregunta por un mundo que ha cambiado y por la inevitabilidad del tiempo que pasa. Es M quien –mientras Bond transpira su traje a medida persiguiendo por las catacumbas de Londres al villano de turno– se enfrenta a una comisión parlamentaria y, citando un encendido poema de Tennyson, enarbola los viejos ideales del imperio británico a la manera victoriana. Y señala que ahora ella y sus agentes deben enfrentarse a enemigos sin banderas y sin uniformes.

Mirándolo bien, nunca los tuvieron, al menos en el universo Bond, donde al calor de un mundo bipolar, escindido entre potencias capitalistas y comunistas, había surgido Spectre, una organización al servicio del mal, plena de memorables villanos, ansiosos por enfrentar a unos y otros para quedarse con el dominio del globo. En Skyfall, el archienemigo de Bond es Raoul Silva, quien por pleno derecho se gana un lugar de preeminencia en esa galería de sádicos y megalomaníacos.

Interpretado con tanto humor como doble sentido por un osado Javier Bardem, Silva aparece recién a los 70 minutos de película y, con sus manos rozándole la entrepierna, pone más nervioso a Bond que cuando Goldfinger lo amenazaba con cortarlo en dos con un rayo láser.

Hablando de Goldfinger... En Skyfall reaparece aquel maravilloso Aston Martin blindado, pertrechado con ametralladoras retráctiles y asiento del acompañante eyectable. No es el único gadget, pero seguramente sí el más entrañable, en una película en la que vuelven los Martinis (agitados, no revueltos), la pistola Walther PPK/S 9 milímetros y las mujeres que se sienten desnudas si no tienen una Beretta en su liga.

A priori, parecía difícil abrirle crédito al director Sam Mendes (sobrevalorado por Belleza americana) para hacerse cargo de este mundo, pero la saga Bond siempre fue de sus productores antes que de los directores. Y lo cierto es que Mendes ha logrado darle densidad a la película sin restarle humor ni ligereza, a pesar de un guión que lleva al film a las dos horas y media de duración y tiene una sucesión de dos o incluso tres finales consecutivos. ¿La mejor escena? No es precisamente de acción: el encuentro de Bond con el flamante Q, un joven imberbe que compara a 007 con un viejo buque de guerra a punto de ir a desguace.

7-007: Operacion Skyfall

Skyfall

EE.UU. - Gran Bretaña/2012.

Dirección: Sam Mendes.

Guión: Neal Purvis, Robert Wade y John Logan.

Fotografía: Roger Deakins.

Música: Thomas Newman.

Edición: Stuart Baird.

Diseño de producción: Dennis Gassner.

Intérpretes: Daniel Craig, Javier Bardem, Judi Dench, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Bérénice Marlohe, Ben Whishaw y Albert Finney

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Todo el prólogo, filmado en el Gran Bazar de Estambul, parece más una de Jason Bourne que de 007.
 
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