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Sábado, 4 de mayo de 2013

CINE › IGNACIO MASLLORENS HABLA DE SU TRILOGIA DEDICADA AL ESCULTOR MARTIN BLASZKO

“Todavía se discute cómo filmar el arte”

El realizador siguió al artista plástico durante los últimos años de su vida y obra. “Lo más asombroso era que, a pesar de tener noventa años, transmitía una energía contagiosa”, dice.

 Por Diego Brodersen

¿Qué hacen los artistas cuando no hacen arte? Lo que el resto de los mortales, podría pensarse, y estaríamos en lo cierto. Aunque también deben lidiar –los más afortunados y/o talentosos, claro está– con los preparativos para tal o cual muestra, además de relacionarse con curadores y demás habitantes de la jungla de las artes plásticas. Martin Blaszko III es la tercera y última parte de un tríptico dedicado a uno de los escultores (aunque también supo destacarse en la pintura) más importantes del movimiento Madí, cuyas obras tienen un pie en la abstracción y otro en la corriente del Arte Concreto. Nacido en Berlín en 1920, Blaszko llegaría a nuestro país 19 años después. A pesar de adoptar la ciudadanía argentina, nunca perdería ese acento alemán común en tantos inmigrantes, como testimonia el film de Ignacio Masllorens; aunque, eso sí, aderezado con palabras del lunfardo que prueban su absoluta adopción de los modismos porteños.

El realizador de El humor (Pequeña Enciclopedia Ilustrada), codirigido junto a Mariano Llinás, conoció a Blaszko en el año 2008, “por intermedio de una galerista muy cercana a mi familia”, aclara en comunicación con Página/12. “Era un tipo tan lúcido y simpático que enseguida te caía bien, pero lo más asombroso era que –a pesar de tener noventa años– transmitía una energía contagiosa. Durante sus últimos días, internado en terapia intensiva, seguía creando collages desde la cama. Es decir, no dejó de trabajar nunca”. Blaszko falleció en agosto de 2011, a los noventa años, meses después de que el museo Malba le dedicara una muestra-homenaje en su terraza al aire libre. Esa exhibición es el centro de Martin Blaszko III, film que sigue al artista durante tres días mientras retoca algunas obras o espera a la empresa de mudanza que llevará sus esculturas al museo. La segunda parte del film lo muestra dialogando y discutiendo con los empleados del Malba respecto de cuál es la mejor ubicación para sus creaciones, a la espera del jefe curador que tarda en llegar (un ejemplo notable del uso del suspenso en el cine documental).

Más allá de compartir un mismo sujeto como centro de gravitación, las tres películas que integran la trilogía (los cortometrajes Martin Blaszko I y II pueden verse online en el sitio web del realizador: http://www.ignaciomasllorens.com/) son bien distintas. Martin Blaszko I es tal vez la más tradicional, una entrevista a cámara donde la palabra es esencial y el artista expone sus ideas sobre el arte en general y el suyo en particular. En la segunda parte, Masllones opta por destacar la memoria, cruzando obra y vida de Blaszko a partir de recuerdos, algunos de ellos difusos, utilizando como único recurso una gran cantidad de fotografías que recorren buena parte del siglo XX. En la tercera entrega, el único largometraje de la saga, la apuesta es radical y rigurosa: una veintena de planos-secuencia registran hechos que más de un espectador podría considerar banales (embalaje de las esculturas, tiempos de espera, discusiones), pero que describen al artista como ser humano y como creador.

–¿Cómo surge la idea de realizar una trilogía de films tan distintos entre sí?

–El primer film sobre Blaszko surgió un poco por azar. Esa entrevista, apenas fragmentada por subtítulos, se hizo con el material de descarte de un documental por encargo para una muestra colectiva en donde él participaba junto a varios artistas. Me atrajo la idea de un pequeño cortometraje que mostrase su imagen hablando, sin “inserts” de otras cosas ni trucos de montaje. Algo que anulase la forma casi por completo. A él le encantó este corto y, desde ese momento, empecé a visitarlo con frecuencia. De esos encuentros surgió la idea de hacer una trilogía que narrase diversos aspectos de su vida, y que además funcionase como una suerte de deconstrucción de lo que tradicionalmente conocemos como documental. Es decir, que cada capítulo se dedicara exclusivamente a explorar un único recurso formal. Es por eso que el segundo cortometraje se abstiene casi de usar imágenes en movimiento y se construye a partir de fotografías desordenadas. Acá lo que importaba era que el relato no tuviese un orden cronológico, sino que fuera una consecuencia del azar y de los recuerdos, que casi siempre terminan siendo algo confusos y borrosos. Después de haber filmado estos dos cortos en su casa y en donde se imponía el relato oral, decidí que el último tenía que mostrar a Martin en actividad, creando e interactuando con el mundo. El rigor formal, en este caso, consistió en intentar filmar todo en pocos planos secuencia, o al menos utilizar la menor cantidad de planos posibles, y siempre con el mismo lente (el gran angular). Quería ver si era posible realizar un film así, en estado puro. Tomé esta decisión luego de haber filmado algo de material de manera más tradicional, reencuadrando y haciendo tomas más cortas, por lo que descarté todo lo que se había hecho hasta ahí y empecé de nuevo. Esta “restricción” me hizo sospechar que este tercer y último episodio del tríptico iba a ser un largometraje. Pero fue gracias a Martín y a todo lo que hizo delante de cámara que ese largometraje terminó existiendo y logró tener esa progresión dramática medio delirante. Con otro personaje no creo que la cosa hubiese funcionado tan eficazmente, porque si bien este tipo de registro limita las elipsis y pone el foco en esperas y momentos banales, yo siento que la sola presencia de Martín en la imagen justifica todo. Es como si él contemplara al mundo desde un lugar completamente diferente al resto y esa manera algo radical de filmarlo lo pone más en evidencia.

–¿Cómo reaccionó la gente del Malba al ver la segunda parte de la película? La relación entre Blaszko y el curador del museo es de una amable belicosidad.

–Cuando la película estuvo terminada fui al museo y les llevé una copia. No sé si llegaron a verla. Y si lo hicieron, creo que se lo han tomado muy bien. (N. de la R.: el film se estrena de manera exclusiva en la sala de cine del museo Malba). Tampoco es como para que alguien se moleste o algo por el estilo: sólo se trata de un film que expone –casi sin querer y de una manera poco frecuente– las relaciones y tensiones que se establecen hoy en día entre artistas, curadores e instituciones. Algo que prácticamente nunca se ve en los documentales sobre artistas y que la gente fuera de ese ambiente nunca llega a presenciar de forma tan cruda.

–Más allá de su trabajo, ¿cuál cree que es la mejor manera de representar la obra de un artista plástico en el medio cinematográfico?

–Tengo la sensación de que siempre hubo debates sobre cuál es la mejor manera de abordar la obra de arte desde lo cinematográfico. Por lo general la imagen termina poniéndose al servicio de las obras como un mero registro descriptivo, como si el peso de estas anulase la posibilidad de crear una película más libre e irresponsable. Lo cierto es que el cine jamás va a poder reemplazar el contacto directo y físico con el arte. Y un poco por eso en esta película sus esculturas no son algo central, más bien son como un punto de partida.

* Martin Blaszko III se exhibe exclusivamente en el Malba, todos los sábados de mayo a las 18 horas.

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“Quería mostrar a Martín en actividad, creando e interactuando con el mundo”, señala Masllorens (abajo).
 
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