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Martes, 29 de octubre de 2013

CINE › MAXIMILIANO GONZáLEZ PRESENTA SU PELíCULA LA GUAYABA

“La pobreza es un caldo de cultivo”

El segundo largo del director de La soledad vuelve a incursionar en el tema del secuestro y la trata de adolescentes. “Hay condiciones que contribuyen a la prostitución”, dice González.

 Por Oscar Ranzani

La trata de personas, uno de los delitos más aberrantes que existen, ha tomado gran visibilidad social en los últimos años a través del caso Marita Verón y de la inmensa lucha de su madre, Susana Trimarco, por recuperar a su hija, pero también por denunciar y desenmascarar lo que está sucediendo en la Argentina con esta problemática que tiene como víctimas a adolescentes que se asoman al mundo y que, de repente, se encuentran frente a un verdadero infierno. Como suele suceder, el arte se inspira en la realidad. Así como la televisión abordó el tema de la trata en la tira Vidas robadas, el cine hizo lo propio. Una de las primeras películas de ficción fue La mosca en la ceniza, donde la recordada directora Gabriela David hacía eje en la trampa en que caían dos jóvenes amigas, con distintas personalidades, y en cómo esa amistad se potenciaba para alcanzar la libertad. El corto María, dirigido por la actriz y cineasta Mónica Lairana, también era un crudo relato sobre la trata. Y en él trabajaba Nadia Giménez, protagonista de La guayaba, opus dos de Maximiliano González, que se estrena el jueves en la cartelera porteña.

La ópera prima del director misionero, La soledad, reflejaba, en clave de ficción, la historia de las madres niñas en la provincia de Misiones. No bien estrenó La soledad en 2008, González se planteó su segunda ficción como una continuidad de su primer largometraje. “En La soledad, la protagonista era una nena de trece años y quería ver la problemática ya casi llegando a la adolescencia”, cuenta el cineasta a Página/12. En La guayaba, la protagonista es Florencia (Giménez), una adolescente de diecisiete años que vive con su padre y cuatro hermanos en una chacra de Iguazú (Misiones). En el hotel donde trabaja su hermana aparece una mujer que se presenta muy simpática y le ofrece a Florencia la posibilidad de trabajar en una casa de familia en Buenos Aires. Hasta que sucede lo inesperado para esta chica: es llevada a un burdel de la Ruta 14 y entregada a una banda dedicada a la trata, comandada por Raúl (Raúl Calandra), el Oso (Lorenzo Quinteros) y Bárbara (Bárbara Peters). Desde ese momento comienza el calvario para Florencia, que es maltratada, violada, obligada a mantener relaciones sexuales con clientes y drogada contra su voluntad. Tras un accidente de tránsito, un personaje enigmático entrará en escena como motor de la búsqueda del deseo de Florencia.

–¿Cómo fue el trabajo de investigación previo para darle estructura a la historia que pretendía contar?

–Apenas arranqué con la idea de La guayaba (en ese momento estaba viviendo en Iguazú), me junté con asociaciones que trabajaban para proteger a las víctimas. Me entrevisté con varias de estas personas. Por más que uno tiene el imaginario de cómo es todo esto, quería tener algunas herramientas más reales de cómo funciona. Entonces, algunos detalles me los fueron dando ellos, si bien el contexto general es el que uno se imagina. Lo que ellos aportaron fue la confirmación de lo que yo pensaba y otras cosas más puntuales.

–¿Habló con alguna víctima de la trata que haya recuperado la libertad?

–No, porque yo me puse en contacto con una asociación municipal que trabaja en la protección de víctimas recuperadas y hablé con las psicólogas. Llegar a hablar con las chicas no sólo era muy difícil sino que las perjudicaría. Y yo no quería tampoco llegar a eso porque lo mío iba a ser ficción. Yo quería tener un marco de referencia para saber si lo que yo pensaba estaba bien encaminado y alguna otra cosa que me diera herramientas para construir la ficción. Pero nunca tuve el interés de decir: “Quiero hablar de tal caso particular”.

–Teniendo en cuenta que la película establece una fuerte denuncia contra la trata, ¿por qué la pensó como ficción y no como documental?

–Por la empatía que genera con el personaje, por los años y años que tenemos de ver historias y de entregarnos a ese trance o ritual de estar vivenciando lo que está pasando, pensé que la ficción era la mejor manera de contarlo. Y desde una estructura narrativa sencilla; es decir, que al mismo tiempo la película sea interesante, más allá del tema.

–Usted nació en Misiones y la protagonista vive allí hasta que la engañan y la trasladan a un burdel de la Ruta 14. ¿Por qué cree que el Nordeste es tan propicio para secuestrar chicas para la explotación sexual?

–Yo soy de Iguazú, viví allí hasta los 18 años (ahora tengo 41). Puedo hablar, entonces, por Iguazú, que es lo que más conozco. Allí se dan muchas características que ayudan a esto, como por ejemplo el hecho de la frontera y de pocos controles. Y también está el tema de la pobreza. Son zonas que han sido casi eternamente marginadas, donde esto obviamente es propicio. Es un caldo de cultivo.

–¿Cómo trabajaron las escenas de violación y de relaciones sexuales con los clientes? ¿Cómo buscó usted cuidarse del golpe bajo sin que las imágenes perdieran realismo o crudeza?

–Lo fuerte está en la situación en sí. Y laburé mucho los climas de cada escena. No necesariamente la gente tiene que ver todo para sentirse perturbada. Para mí era más perturbador el silencio, la luz del lugar, las caras de los personajes, los mínimos gestos. De hecho, yo creo que la escena más fuerte de todas es con el primer tipo, que la sienta al lado, y no hay más que unos besos en el hombro y que se va acercando hasta la cara de ella. Yo creo que es más intensa esa escena que aquella en la que es violada, donde tampoco vemos nada y nos centramos siempre en el rostro de ella. Para mí era demasiado fuerte toda la situación, y en el set veía que ya provocaba lo que yo quería. Al ver esas escenas se notaba un silencio en todo el set.

–¿Qué mecanismos sociales cree que deberían activarse para desarticular estas bandas?

–Es complejo. Para empezar, lo fundamental es la educación y la información. Las formas en que gran parte de estas chicas son tomadas son, en general, muy sencillas y muy básicas: la promesa de trabajo, salir del lugar donde están e ir a una ciudad más grande. Cuando nosotros planteamos la película, lo hicimos como una forma de concientizar, de que las chicas que están en grupos de riesgo puedan ver realmente cómo es esto.

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El opus dos de Maximiliano González se estrena el jueves en Buenos Aires.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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