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Jueves, 27 de marzo de 2014

CINE › CAPITAN AMERICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO, DE ANTHONY Y JOE RUSSO

Un superhéroe sin autoconciencia

 Por Ezequiel Boetti

La robusta nómina de películas de superhéroes producidas en los últimos diez, doce años conforma un corpus cinematográfico que, a estas alturas, es el síntoma inequívoco de la existencia de un género tan particular como consolidado. Pero hay –tiene que haber– algo más, y allí están, entre otros, la fascinación por el exhibicionismo impúdico y comicidad de Iron Man, los traumas juveniles madurados en la cosmovisión oscura de Batman, la simpatía grasosa de Thor y la capacidad empática de la fantasía del impopular detrás de Spiderman. En esa línea, Capitán América: El primer vengador (2011) aportaba lo suyo asentándose en un relato –y retrato– autonconscientemente maniqueo y anacrónico de un mundo bipolar, convirtiéndose así en un film que sobrevivía incluso a la confusión entre gravedad y complejidad.

El primer cambio sustancial de Capitán América y el soldado del invierno respecto de su predecesora es la flamante reubicación enteramente coyuntural, con el otrora lánguido Steve Rogers asentado en las coordenadas paranoides de un presente dominado ya no por potencias militares, sino por un grupo de inescrupulosos sentados detrás de sus escritorios. Interesante, al menos en los papeles. Pero del dicho al hecho hay un largo trecho que el film jamás logra saltear. De amplia experiencia en el mundo televisivo (Community, Arrested Development) y con un interesante trabajo conjunto llamado Bienvenidos a Collinwood como principal antecedente, Joe y Anthony Russo construyen una película cuyo despliegue y auténtico inicio se da por el minuto 40, 45. Lo anterior es apenas una sucesión de chistes respecto de las dificultades para adaptarse al mundo moderno del colimba congelado en los ’40. Y también para conseguir una chica.

La cupido es otra vieja conocida del mundillo Marvel, Black Widow (Scarlett Johansson). Tanto su inclusión como el mayor protagonismo de Nick Fury (Samuel L. Jackson) servirán para una excusa argumental generada por asesinato de él y la inestimable ayuda de ella para develarlo. Ayuda por demás necesaria, ya que el principal acusado será, sorpresa y media, el mismísimo Capitán América (Chris Evans), figura estelar del cuerpo de elite de la agencia de seguridad Shield. Aunque el espectador sabrá que no, que el asesino es el soldado estacional del título, un misterioso ¿hombre? con la parte inferior del rostro semicubierta, cual Bane en Batman: El Caballero de la Noche asciende. Vale agregar que el principal sostén de la culpabilidad es un ejecutivo de la entidad llamado Pierce (Robert Redford). No habrá que ser demasiado perspicaz para dilucidar una intencionalidad espuria detrás de la acusación, además de un vínculo entre el hitman y el galancete setentón.

El problema principal del film no es su duración eterna ni sus irregularidades narrativas, sino la falta de autoconciencia que caracterizaba a la primera. Así, y a diferencia de Joe Johnston, los Russo nunca logran que el héroe apolillado saque a flote una película enfrascada en su modernidad formal, cuyo punto máximo es un desenlace entre sofisticadas naves voladoras construidas a pura fascinación hi tech. Todo esto independientemente de que, al fin y al cabo, todo se trate de una consecuencia directa de la Segunda Guerra Mundial.

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