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Viernes, 20 de junio de 2014

CINE › PASION INOCENTE, DIRIGIDA POR DRAKE DOREMUS

Tan rutinaria como un mal partido

 Por Ezequiel Boetti

La fiebre mundialista se expande por las salas, avalando la comparación entre la oferta cinematográfica y los vaivenes de la redonda. Así, es posible encontrarse con Al filo del mañana y una apuesta vibrante, explosiva, gozosa y cinética similar a la de Holanda ante España. También están las películas que imitan el modelo del seleccionado local, logrando resultados apenas aceptables asentados en sus individualidades antes que en la armonía grupal: el estoicismo cómico de Adam Sandler y Drew Barrymore en Luna de miel en familia. Incluso A Million Ways to Die in the West entra en la movida, equiparándose con los once de Sabella: tanto los pergaminos y antecedentes de Seth MacFarlane como de Messi y compañía invitaban a pensar en una performance mucho más favorable. A este grupo se le suma Pasión inocente, lo más parecido a Francia-Honduras que pueda verse en pantalla grande. El único interés en ambos casos pasa por saber en qué momento ocurrirá lo i-nevitable (el primer gol galo en un caso, el derrape del protagonista en el otro) y hasta dónde llegarán las consecuencias (por cuánto diferencia ganaría uno; qué tan bajo caerá el segundo). ¿El resto? Puro cumplimiento normativo, puro relleno.

Como ocurre con los partidos, el espectador está limitado a un rol pasivo. Así verá la irrupción de una bonita estudiante inglesa en la rutina de un músico frustrado devenido profesor, un Guy Pierce sacado de una clase de Filo de Puan: pulóver sobrio, tono monocorde, barbita de una semana, peinado cuidadamente desprolijo, anteojos. A los diez minutos, se hacen ojitos y flirtean. A los veinte, en plena reunión social, la esposa de él, cuyo hobby es coleccionar frascos de galletitas (¿?), habla con una amiga acerca de una ola de divorcios y de cómo ellos mantienen inquebrantable su vínculo, al tiempo que el profe asiente a los elogios del asador de la visita. Porque Pasión... no se conforma con su carácter predecible, sino que le adosa el preanuncio de sus movimientos narrativos, limitando a sus personajes a seguir una hoja de ruta. Construido con un montaje paralelo bochornosamente obvio, actuado con esa gravedad trágica que el mal cine indie yanqui les dispensa a los “temas importantes”, con pianos y violines, ni siquiera propone una pizca de arrebato, deseo y culpa en el affaire del protagonista, desplazando ese foco a los celos de la hija del matrimonio ante la inglesita interpretada por Felicity Jones con una carga de ingenuidad, sensualidad y misterio, cualidades que Pasión inocente olvidó vaya a saberse dónde.

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