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Jueves, 3 de agosto de 2006

CINE › “SAMOA”, DE ERNESTO BACA

Un experimento con acento argentino

El film propone una rara experiencia, en la que flota la sensación de un sueño.

 Por Horacio Bernades

¿Cine experimental argentino? En realidad, no es tan raro y hasta hay una considerable tradición en ese campo, que se extiende desde los trabajos pioneros de gente como Claudio Caldini y Narcisa Hirsch hasta posteriores experiencias en el terreno del videoarte. De hecho fue el propio Caldini quien, en su carácter de docente, le abrió las puertas de la experimentación cinematográfica a Ernesto Baca. Tal vez se deba a ello que Baca (Florencio Varela, 1969) haya filmado Samoa en Super-8, el paso en el que aquél desarrolló el grueso de su carrera, iniciada por los ’70. La mayor novedad es que con Samoa el cine experimental sale de los márgenes y llega a salas en las que suele estrenarse cine comercial, como Malba.cine y el Complejo Tita Merello.

Pero tal vez no sea ésa la única novedad que aporta Samoa en relación con el canon del cine experimental, representado por cineastas como Maya Deren, Stan Brakhage o Michael Snow. Mientras éstos tendieron a replegarse sobre lo abstracto, lo puramente geométrico, Baca no rechaza en Samoa el ingreso del mundo real a través de sus imágenes. Lo que hace es clonarlas (samplearlas, se diría en términos musicales), arrancándolas del orden y sentido cotidiano para resignificarlas, reordenarlas, enrarecerlas. Y también está la cuestión de la duración, no necesariamente menor. En tanto la tradición experimental tendió a trabajar en formatos pequeños, sin exceder en general el mediometraje (salvo Andy Warhol, empeñado en construir maratones abstractas de duraciones desafiantes), Baca se jugó al largo, bordeando los 70 minutos y extremando así el carácter de experimento.

Trabajo artesanal y básicamente solitario (más allá de la presencia de colaboradores y hasta de actores), si algún esfuerzo le pide Samoa al espectador es cancelar durante poco más de una hora toda idea previa del cine para abrirle una ventanita a otra posibilidad, tal vez hasta entonces ignorada. Lo que el espectador va a ver no es ni por asomo la narración de una historia. Aunque hay actores –cosa por demás rara en este campo creativo–, más que actuar éstos aparecen ante cámara, y lo hacen de modo eventual. Tienen el mismo status que unas rayas sobre el celuloide, un objeto cualquiera y hasta la lluvia de electrones característica del video (formato al cual Baca llevó algunos fragmentos, para devolverlos más tarde al celuloide). Samoa no se basa en una lógica de acciones ni en ninguna otra lógica que no sea, tal vez, la del sueño. De hecho, una de las primeras cosas que se ven en la película (que se abre y cierra con la imagen de un proyector cinematográfico) es una chica con los ojos cerrados. Y una de las últimas también, sugiriendo que todo lo que hay en el medio fue imaginado, fantaseado, alucinado o soñado por ella.

Con predominio casi absoluto del blanco y negro (lo cual convierte en shock perceptivo la circunstancial eclosión de algunos colores vivísimos), basada no en un guión sino en un poema y con velocísima música de ragas, Samoa se abre con una oración tomada de un libro sagrado de la India, una luz que enceguece y la palabra “Om”, la llave con la que el hinduismo busca abrir la puerta de la meditación. Convertido a esa religión en años recientes, es posible que Baca haya concebido su película como forma de lo devocional. Esto no significa que haya que adherir a creencia alguna para sumarse al tren sensorial que el film pone a funcionar. Las religiones orientales apuntan a la percepción antes que a la razón. De allí que no hay en Samoa la más mínima bajada de línea o intento de conversión o difusión. Lo que hay es un viaje perceptivo, cercano quizás a la meditación, el trance, el trip psicodélico incluso.

En ese viaje (representado por el aceleradísimo paso de un tren, vías y rieles) son tanto las imágenes en sí mismas como su sucesión, alternancia, cambiantes ritmos y velocidades lo que genera el efecto de soñar con los ojos abiertos. Por el sueño desfilan rostros, casas, calles, edificios, objetos, luces, formas geométricas, imágenes de archivo, y se oyen crepitaciones, sonidos de manantial, zumbidos de mosca, sintonizadores de radio. Además, claro, de esa forma superior del sonido que es el silencio, hacia la que el film se dirige en sus últimos tramos. En el sueño aparecen también palomas, la Pirámide de Mayo, un colectivo, una vaca, el Obelisco: que nadie diga que Samoa no es cine experimental argentino.

8-SAMOA

Argentina, 2005.

Dirección, guión y fotografía: Ernesto Baca.

Montaje: Pablo Ester.

Música: Rasikananda Das y Marcelo Ismael Rodríguez.

Estreno de hoy en el Malba y Complejo Tita Merello solamente.

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Samoa plantea un desafío para el espectador.
 
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