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Martes, 14 de octubre de 2014

CINE › EL REALIZADOR ALEJO FLAH PRESENTA SU óPERA PRIMA EL AMOR Y OTRAS HISTORIAS

“Para mí, lo autobiográfico no existe”

El guionista de la miniserie Vientos de agua, de Juan José Campanella, debuta como director con una comedia romántica ambientada en el mundo del cine. “Hay momentos en los que el cine no tiene por qué reflejar la vida tal cual es”, afirma Flah.

 Por Oscar Ranzani

Alejo Flah es un experimentado guionista que, entre otros proyectos, escribió el libro de la miniserie televisiva Vientos de agua, dirigida por Juan José Campanella, y también el guión de Séptimo, el thriller del español Patxi Amezcua, protagonizado por Ricardo Darín y Belén Rueda. Para Flah, el cine tiene mucho que ver con los lugares y con las cosas que le reflejan los sitios por los que transita cotidianamente. Tiene su explicación: Flah vive entre Buenos Aires y Madrid. Y cuando le surgió la idea de realizar un film como director, pensó cuál era la forma más adecuada de vincularlos en una historia. “Se me ocurrió esta contradicción de escribir una comedia romántica en el peor momento romántico de tu vida, qué pasaba con esa contradicción, si era posible o no”, comenta el flamante cineasta en diálogo con Página/12. Justamente eso es lo que le sucede al protagonista de El amor y otras historias, la ópera prima de Flah, que se estrenará el próximo jueves en la cartelera porteña. Esa pregunta que se formulaba el cineasta le terminó sirviendo como ordenadora de la historia. Y también recordó lo que hacía el gran Billy Wilder: “Cuando estaba deprimido escribía comedias y cuando estaba feliz escribía dramas. Iba compensando sus estados de ánimo. Y esta película es un poco ir compensando los estados de ánimo a través de lo que vas escribiendo”, subraya Flah.

El amor y otras historias tiene como protagonista a Pablo Diuk (Ernesto Alterio), un guionista que está atravesando una situación de conflicto amoroso, en plena separación de su compañera, y con su vida sentimental transformada en un verdadero caos. A Pablo le encargan escribir una comedia romántica, cuyo rodaje será en España. Esa crisis sentimental afecta la creativa, pero aun así Pablo piensa la historia de Víctor (Quim Gutiérrez) y Marina (Marta Etura): dos jóvenes madrileños que tienen todos los ingredientes para ser parte de una comedia romántica porque los imagina solteros, lindos y con una fuerte atracción mutua. A partir de ese momento, la historia transcurre en dos planos paralelos: el amor de estos personajes en Madrid y la vida de Pablo en Buenos Aires.

–¿Cuánto de la realidad del mundo de cine que conoce por su profesión está volcado en la personalidad de Pablo Diuk?

–Obviamente hay cosas del mundo del cine que están reflejadas. Pero yo siento que Pablo Diuk, a diferencia de lo que sucede conmigo, es un guionista un poco outsider. Es más un escritor o novelista que tiene cierta relación con el cine. En cambio, yo empecé a ser guionista desde el cine, no desde la literatura, que son los dos caminos para escribir guiones. Y yo siento que él viene más de la literatura porque es de esa clase de escritores que revisa en las librerías de viejo qué libros suyos quedaron dando vueltas. Con lo cual siento que su implicación no es tanto desde el cine sino más bien a través del medio que lo rodea. Y sobre todo por el personaje que hace Luis Luque, un productor que ama el cine, pero que un poco se despide de ese mundo para empezar a vivir.

–¿Cuánto tiene de coincidencia la mirada particular del protagonista sobre el trabajo cinematográfico con la suya?

–Hay una cosa en particular que él siente entre lo que es el cine y lo que es la vida; es decir, si el cine tiene que reflejar la vida como tal o no. Y esa contradicción entre el cine y la vida es algo que me interesa. Hay una película que me gusta mucho y que siempre fue una guía para la mía, que es Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges, en la que el protagonista era también un guionista. Y un poco también tenía este conflicto de si hay que reflejar la vida o no hay que reflejar la vida como tal en las películas. Yo creo que en eso está presente mi mirada, con esta cosa de que él en ese momento de su vida necesitaba escribir una comedia romántica que empezó como un encargo y terminó siendo algo muy personal y muy liberador. Y, en ese sentido, puedo coincidir con él en que hay ciertos momentos en que el cine no tiene por qué reflejar la vida tal como es. Hay otras películas que sí lo hacen y de forma maravillosa, pero a veces es buena esa fantasía, esa irrealidad y ese idilio que permite el cine.

–En relación con eso, ¿el personaje busca alivio a su fracaso amoroso escribiendo? ¿Busca expresar en la ficción lo que no logra en su propia vida?

–Siento que él hace en la creación lo que no puede hacer en la acción. Es un tipo al que las cosas le van pasando, un poco se le van de las manos y él logra en su creación concretar muchas cosas que en la acción no puede llegar a concretar. Y, a su vez, esa posibilidad de crear es lo que le permite animarse a ser más activo en su vida. Siento que eso es también muy liberador. Al principio, él simplemente está poniendo recuerdos, frustraciones en eso que escribe para mejorarlo. Y eso que está escribiendo le ayuda a empezar a mejorar su vida y empezar a superar este desamor, porque la película cuenta en paralelo el inicio de un amor y el de un desamor, y cómo la creación de un amor te puede ayudar a superar un desamor.

–El guión que escribe es también para repasar su historia amorosa, ¿no?

–Yo creo que sí, que es para repasar y también para mejorarla. Hay un personaje que me gusta mucho, que lo hace María Alché, que pasa de la realidad a la ficción. Y en ese personaje se ve muy claro que él toma cosas de la vida para mejorarlas, cambiarlas, transformarlas. Para mí, lo autobiográfico no existe. O sea, en definitiva uno puede tomar cosas de la vida o cosas que les pasaron a amigos o que uno escuchó por ahí, pero siempre en la creación las va a transformar en algo distinto. Al ser una comedia romántica, las va a transformar en algo mejor.

–El guionista dice en un momento que la última escena de una comedia romántica es la más fácil de escribir. ¿Para usted también?

–No, yo creo que lo que él está haciendo en ese momento es pensar que esto va a ser un encargo, y que lo va a hacer sin demasiadas implicaciones y fácilmente. Y lo que termina pasando (y a mí me ha pasado como guionista) es que, a veces, los encargos son más transformadores o más personales que algunos proyectos supuestamente propios. Y eso es lo que yo quería contar con eso. A lo largo de la escritura de esa comedia romántica termina implicándose personalmente y afectivamente con eso que está escribiendo, y se va dando cuenta de que eso que escribe es más importante que lo que él creía al principio.

–¿Cree que la comedia romántica es un género subestimado?

–Depende qué comedia romántica. Si uno piensa en Woody Allen, con Annie Hall y otras, ve cómo convirtió un género aparentemente popular en un cine personal. Y no es una contradicción. Y en los ’90 sucedió lo mismo con toda una camada de directores como Cameron Crowe, Kevin Smith, Richard Linklater y demás, que convirtieron la comedia romántica más tradicional en algo más personal. Me da la impresión de que quizás en estos últimos diez años sí hubo una estandarización de la comedia romántica, al menos en Hollywood. Pero eso también permitió que en otras cinematografías haya nuevas lecturas sobre la comedia romántica que la llevaron a un lugar nuevo. Entonces creo que no necesariamente es un género menor, pero como con todos los géneros, depende la lectura y la interpretación que se le haga, puede ser más o menos apreciado. Es un poco como los standards en el jazz: pueden ser melodías repetitivas y populares, pero tocadas por una serie de intérpretes pueden acceder a un lugar nuevo. En estos últimos años ha pasado eso con los géneros en el cine.

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“Hay una película que fue una guía para mí: Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges”, dice Flah.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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