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Miércoles, 19 de noviembre de 2014

CINE › MARCELO CHARRAS, DIRECTOR DE LA PAZ EN BUENOS AIRES

100% lucha

El documental revela el presente como inmigrante en Buenos Aires del boliviano Erasmo Chambi, quien fue un luchador popular del programa Furia de titanes: El Ciclón. “Me interesa llegar a la esencia y a la ‘tragedia’ del personaje”, afirma el director.

 Por Oscar Ranzani

El segundo largometraje de Marcelo Charras, La Paz en Buenos Aires, seguramente resultará bastante nostálgico para aquellos que crecieron viendo Titanes en el ring, aquel programa televisivo de lucha libre en el que Martín Karadagian era el héroe por antonomasia. En el caso del film de Charras –que se estrenará mañana en el Gaumont–, el foco está puesto en un viejo y mítico luchador que fue famoso en su país de origen, Bolivia, y que en la actualidad apenas sobrevive en los suburbios de Buenos Aires, tratando de transmitirle a su hijo el legado de la lucha libre. Erasmo Chambi fue un luchador popular del programa Furia de titanes e, incluso, en su época de plenitud se publicaron álbumes de figuritas, posters y muñecos de su personaje, El Ciclón. Pero hoy en día, su realidad es distinta: es un inmigrante que no goza de la fama de entonces y mucho menos de la gloria que supo alcanzar hace décadas en el Altiplano.

Charras conoció a Erasmo por casualidad, cuando le llegó a sus manos un diario alternativo que se publicaba en el Bajo Flores. Allí había una nota sobre el trabajo que Erasmo hacía con la lucha libre, enseñándoles a los chicos del barrio. “Empecé, entonces, a pensar qué podía hacer con esa historia”, cuenta Charras a Página/12. “Primero pensé en armar una ficción sobre el submundo de la lucha libre boliviana en Buenos Aires, pero me sedujo la urgencia con la que se podía trabajar el documental. Quería resolver la película lo antes posible, y me di cuenta de que la forma del film tenía que ser documental. Se terminó de cerrar esa idea y ese concepto cuando conocí a Erasmo, a su familia, su casa, sus rutinas y sus quehaceres”, agrega el cineasta. Charras debutó en el cine con la ficción (con toques de documental), Maytland, que ponía el foco en una historia protagonizada por Víctor Maytland, el legendario director argentino de películas porno de bajo presupuesto que fueron furor en los ’90. Maytland fue un personaje que, al igual que Erasmo, también entró en una suerte de pérdida de popularidad.

–¿Influyó en la elección del personaje sus recuerdos de infancia por Titanes en el ring, que era un programa similar al que participaba Erasmo en Bolivia?

–Claro. Yo no tenía ningún tipo de contacto con la lucha libre ni me interesaba en absoluto, salvo aquellos recuerdos de ver las películas de Titanes... e, incluso, de haber ido al Luna Park a ver a Karadagian. Entonces, cuando apareció este personaje y empecé a escarbar un poquito su pasado en Bolivia, me di cuenta de que allá, él era un personaje bastante conocido, muy característico con su traje. Y fue una conexión con esa parte de mi infancia. En un momento de la investigación, viajé a Bolivia y allá también descubrí álbumes de figuritas, muñequitos y todo un merchandising de fines de los ’70, principios de los ’80, que le dieron sentido a lo que ya estaba pensando en hacer como largometraje. Entonces, me compré todo y me lo traje para enriquecer el mundo del documental.

–¿Por qué decidió plantearlo como un documental de observación?

–En realidad, fue una decisión que partió de mi inexperiencia como documentalista. Mi primera película es de ficción y la dirección que le quería dar a este nuevo film viene también de ese mundo. No me pude desligar ciento por ciento de mi voluntad de hacer una pequeña ficción a partir de la historia. Entonces, antes de llevar una cámara a esa casa, cuando apenas los estaba conociendo e iba mirando por qué lado podía ir la película, me di cuenta de que alcanzaba con mirarlos, con estar ahí y simplemente llevar una cámara y hacer lo que hice durante meses: ver lo que hacían, cómo armaban sus shows, espiar sus charlas cotidianas, sus discusiones. Empecé a buscar referencias, porque tampoco había visto tantos documentales de observación. Vi varias películas que me gustaron mucho y me decidí por esa dirección.

–¿Cómo trabajó la dualidad de un personaje reconocido en su país y anónimo o marginado en la Argentina?

–Eso es exactamente lo que más me interesaba al momento de hacer la película. Muchas veces me preguntan si quería contar la lucha libre o sobre la comunidad boliviana. Y, para mí, el punto central de la película es ése: el personaje, más allá del ámbito en el que se maneja, que puede ser más o menos exótico. Me interesa llegar a la esencia y a la “tragedia” del personaje: de haber sido un icono, de haber tenido días de gloria en Bolivia y a tener que sobrevivir hoy con su oficio a cuestas de manera anónima en Buenos Aires. Esa dualidad y esa “tragedia” de Erasmo me terminó de cerrar para darme cuenta de que lo que tenía entre manos era una película hecha y derecha, y no simplemente un mero muestrario del mundo boliviano.

–Parece que le interesa bucear en la vida de seres marginales como también es, en algún sentido, Víctor Maytland, el personaje de su ópera prima...

–Hay algo de esos submundos un poco ocultos o marginales que me atrae. Es indudable. Seguramente funciona ahí algo inconsciente. Pero de todas maneras, lo que me terminan atrayendo son los personajes. De la misma manera que Erasmo tuvo un pasado de gloria que hoy apenas rememora –y hay algunos destellos y él lo mantiene vivo con la pasión que todavía tiene en Buenos Aires–, Víctor Maytland es también, de alguna manera, un luchador desde su marginalidad y también conoció mejores épocas de su oficio. Y hoy está como en una especie de ocaso. Lo que más atrae de estos proyectos es ese camino recorrido por los personajes para tomarlos casi sobre el final y armar una película mirando para atrás, permanentemente buceando en esos recuerdos.

–A pesar de lo que dice de los personajes, ¿cree que la película también habla sobre la condición del inmigrante boliviano, aunque sin llegar a hacer una denuncia?

–Sí. Al hacer una película de este tipo, no podía desligarme del hecho de mostrar eso. Y para Erasmo era importante hacerla porque quería mostrar cómo es vivir como inmigrante en otro país. Eso es intrínseco en el documental. Es ineludible. Si bien lo otro es lo central, el film es suficientemente complejo como para abarcar otros temas que pueden ser el día a día de un inmigrante boliviano o el de cualquier otro lugar. Ese estado de extrañeza en el que viven ellos, el estar ocupando un lugar desplazados de su origen también me resultó interesante.

–¿La idea fue también mostrar la transmisión de un saber a las nuevas generaciones como hace Erasmo con su hijo?

–Ahí está un poco la columna vertebral narrativa de la película. Eso lo descubrí durante el proceso de investigación. Ya me contentaba con hacer un documental en el que Erasmo organizara sus shows de lucha libre y evocara aquellos recuerdos. Pero me di cuenta de que lo que él estaba haciendo era pasarle la posta a su hijo para que continuara el legado de la lucha libre ya lejos de su patria y de aquella gloria. Ahí fue donde la película terminó de cerrar por completo, sobre todo porque también había un tema que resultó fascinante: él no solamente le lega su oficio y su pasión por la lucha libre a su hijo, sino que también le está legando su personaje. El Ciclón, aquel personaje famoso que Erasmo tenía en Bolivia, en las luchas del Alto en La Paz es el personaje que empieza a usar el hijo cuando termina la película. Hay una conexión muy fuerte entre padre e hijo. El hijo hereda, incluso, el mismísimo traje que Erasmo usaba en los ’70.

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