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Lunes, 12 de enero de 2015

CINE › A LOS 83 AñOS, MURIó AYER LA LEGENDARIA ACTRIZ SUECA ANITA EKBERG

La diosa de la eternidad instantánea

Fue Miss Suecia y debutó en una de Abbott y Costello, pero el mundo la recuerda por su inolvidable papel en La dolce vita, de Federico Fellini, junto a Marcello Mastroianni. La superbarbie se retiró temprano del cine, lo que reforzó su condición de mito.

 Por Horacio Bernades

¿Puede haber muerto Anita Ekberg? ¿Vivió acaso alguna vez? Pocos como ella (la “ella” que imaginó otro) tuvieron eternidad instantánea, gracias a una única imagen, efímera y definitiva. Efímera porque, como todas las del cine, fue tomada en segundos. Definitiva porque hubo algo en ella que la fijó para siempre en la memoria colectiva. Tanto como sus vecinos, el David y el Moisés de Miguel Angel. Tallada en celuloide, en esa imagen Anita emerge como diosa marina (pero parodizada, absurda, ya que no es del mar sino de una simple fontana que surge), empapada en una humedad tan material como simbólica: el modo en que emerge y viene hacia cámara indica que es un sueño. El sueño húmedo de Marcello Mastroianni/Federico Fellini. Hasta ese momento (1960), Anita Ekberg era uno de varios clones que a mediados de la década previa la fábrica de sueños replicó a partir de la matriz-Marilyn (en su crítica de Niágara, el crítico André Bazin había asociado ya a la Monroe con lo húmedo, afirmando que con ella el sexo cinematográfico descendía por primera vez hasta la pelvis). Duplicación de lo virtual, la Ekberg era el clon de un símbolo (sexual). Después de su instante de eternidad, esta sueca de cabellera marina, 1,70 (que en pantalla “daba” bastante más) y los pechos que toda mujer ideal debe tener, descendería a la tierra de los mortales, como una diosa bajada por los hondazos del tiempo y la fuerza de gravedad. Resurgió un cuarto de siglo más tarde bajo su forma mortal, cerrando con perfección el ciclo que lleva del sueño y lo imaginario a lo craso y humano, haciendo de sí misma en Entrevista (1987).

De la mano de su Creador (Fellini), la Ekberg pasaba así, como Alicia, detrás del espejo. Dicen que ayer pasó detrás de otro espejo. Uno que, a diferencia de las representaciones del deseo, tarde o temprano atravesamos todos. “Tu sei tutto”, le susurra Marcello en La dolce vita, mientras baila con ella un lento, una noche del ardiente verano romano. “La primera mujer de la Creación, la madre, la hermana, la amante, la amiga”, idealiza Marcello y sigue enumerando, menos tano versero que italiano innamorato. Enamorado de una imagen, claro. No sólo porque ni la conoce cuando le dice todo eso, sino porque Anita (Sylvia, en la película) es una bambola diseñada a la medida del deseo masculino. Una estrella de Hollywood que viene del cielo, en un vuelo de Alitalia, para filmar en Roma una coproducción “en colores”, según dicen.

Si Anita era un doble de Marilyn (no un doble desaventajado, por cierto; alguno hasta podría aventurar que en términos estrictamente icónicos, el clon superaba al original), Fellini literalizó esta condición en La dolce vita, haciéndola repetir tanto el mortífero dueto de niña/hembrón que definía a Marilyn como hasta los mínimos gestitos y mohínes. La duplicación incluía la célebre conferencia de prensa que M. M. había dado tres años antes en Londres, cuando llegó para filmar El príncipe y la corista, e incluso sus declaraciones. “Duermo con el perfume puesto”, dice Sylvia en La dolce vita, en reemplazo del Chanel Nº 5 de Marilyn. Como todo sueño, Sylvia escapa entre los dedos de Marcello, volviendo al mundo de donde vino y dejándolo otra vez con su angustiante spleen de moralista amoral.

¿De qué planeta viniste, barrilete cárnico? De un planeta de altas walkirias rubias, donde nació, bajo el signo de Libra, el 29 de septiembre de 1931, en la ciudad de Malmö. Miss Suecia en el ’51, concursante por el certamen de Miss Universo al año siguiente y contratada al toque por la Universal Pictures, la Ekberg tiene un gesto que habla, tempranamente, de que detrás de la superbarbie (“es como una muñeca, una muñeca grandota”, dice de ella Mastroianni en La dolce vita) había una persona. El loco de Howard Hughes, que como se sabe fue durante un tiempo magnate de Hollywood, le ofreció contrato. Siempre y cuando se hiciera unos retoques (la nariz, la dentadura) y se cambiara el apellido. “Nadie va a saber pronunciar Ekberg”, la corrió. “Entonces no seré famosa”, dijo la piba (tenía veintidós apenas), dejando al magnate de pura piedra.

Igual, algún retoquecito se hizo. Debutó en una de Abbott y Costello (A & C van a Marte, 1953), pero mejor le fue con otro dúo, que no sólo era mejor sino que solía ser dirigido por mejores directores. Frank Tashlin, que no por nada había empezado como caricaturista, la utilizó como temprano icono sexual bigger tan life en dos muy buenas películas (de las últimas) de Dean Martín & Jerry Lewis. Como si hubiera estado tempranamente condenada a la disociación, en ambas Kristin Anita Marianne Ekberg hace de sí misma. Tanto en Loco por anita (Artists and Models, 1955) como en Entre la espada y la pared (Hollywood or Bust, 1956), Jerry –que la sobrevive– sueña y suspira por ella, como poco más tarde haría Mastroianni en La dolce vita.

En el medio, Ekberg fue la Helene Kuragina de La guerra y la paz (1955) y fue muy requerida por los estudios, completando un promedio de más de dos películas por año a lo largo de un lustro. Incluida, ya en Italia, “una de romanos”. Fellini la tenía ahí y no la desaprovechó. Adoptada como bambolona por los calurosos italianos, después de La dolce vita fija residencia en Italia, donde filma de todo. Incluyendo algún giallo (el policial sensacionalista, tan usado en las décadas del 60 y 70) y Las tentaciones del doctor Antonio, genial episodio-Fellini de Bocaccio 70 (1962). Allí volvía a ser la mujer soñada, una modelo a la que el protagonista (caricaturesco Peppino de Filippo, un preseñor López romano) hace cobrar cuerpo, a partir de una gigantografía. ¿Qué promociona la Ekberg? Una marca de leche. Je. “Vogliamo di latte”, canturreaba, perversamente infantil, frente a su imaginero cincuentón y semicalvo.

Para la misma época, A. E. estuvo a punto de ser la primera chica Bond, en El satánico Dr. No (1962), pero Ursula Andress puso el cuerpo primero. Curioso: la Andress se presenta allí como diosa marina, emergiendo de las aguas del Caribe con un arpón en una mano y una concha en la otra. Después, básicamente la nada para la Elberg. Prefirió retirarse antes que mudarse al quirófano de algún cirujano plástico. Cuando Fellini la llamó para exhibir la distancia entre el sueño y la realidad, no tuvo el menor complejo en mostrarse vieja, gorda e hipermaquillada. Más todavía en Bámbola (1997), donde Bigas Luna la usa como si fuera la Margotita de Jorge Polaco. Dicen que tuvo romances con Mastroianni, Sinatra, Erroll Flynn y –faltaba más– Giovanni Agnelli, presidente de la Fiat. La llamaban El Iceberg, lo cual no parece muy justo: no habrá sido una gran actriz, pero fría e inexpresiva jamás. Murió ayer en su residencia de Rocca di Pappa, en Roma. Tenía 83 años, aunque parece haber estado desde siempre en el mundo de los mortales. O quizá la que estuvo no es ella.

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Anita Ekberg. Fue la diosa marina que emergía de la famosa Fontana di Trevi.
Imagen: AFP
 
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