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Martes, 17 de marzo de 2015

CINE › SERGIO MAZZA HABLA DE SU PELíCULA EL GURí, QUE COMPITIó EN LA BERLINALE

“Filmé la fortaleza de los vínculos”

Para su quinto largo, el director de Gallero eligió narrar una historia con visos autobiográficos, ambientada en sus pagos de Entre Ríos. “Tardé años en contar mi historia porque quería tener la distancia suficiente para poder abordarla”, dice.

 Por Oscar Ranzani

El cineasta Sergio Mazza eligió el camino inverso al de muchos directores argentinos. Generalmente, aquellos que nacieron en una provincia debieron trasladarse a Buenos Aires, que hasta hace unos años era el epicentro exclusivo de la producción cinematográfica nacional. En la última década, esta situación se fue modificando y muchos realizadores del interior comenzaron a poder hacer sus películas en su tierra natal. Pero Mazza, que vivía en Buenos Aires, decidió radicarse en Entre Ríos –de donde es oriunda la paranaense Celina Murga, donde filmó casi todos sus largometrajes–, más precisamente en la ciudad de Victoria. Y en la Victoria entrerriana sucede El gurí, quinta ficción del director de El amarillo, Gallero, Natal y Graba. El film, que en febrero pasado formó parte de la sección Generation 14 Plus del Festival de Berlín –dedicada a películas de temática adolescente–, se estrenará este jueves en la cartelera porteña. Pero para ser exactos, el film de Mazza apunta a un público más adulto que el adolescente.

Mazza tenía una historia por contar que lo tocaba de cerca, pero no había pasado el suficiente tiempo como para lanzarse a dirigirla. Cuando él tenía nueve años, a su padre lo internaron en un hospital porque tenía cáncer. Y el niño dejó de ver a su padre de un día para el otro. El cineasta recuerda que hubo un paréntesis entre que dejó de ver a su padre y que el hombre finalmente falleciera. En el medio, durante un buen tiempo, el niño Mazza pasó por varios estados: de aceptar la muerte de su padre, de negarla y de pensar que se iba a curar. “No entendía que la muerte significaba ciertas cosas hasta que me cayó la ficha”, reconoce el cineasta en la entrevista de Página/12. “Yo tardé un montón de años para contar mi historia. Y tardé tantos años porque quería tener la distancia suficiente para poder abordarla como un director y no como lo haría en terapia”, cuenta. Es que Mazza quería tratar a “los personajes como si fueran personajes”. “En ese tratamiento yo encaré mi historia en mi quinta película. Y es ahí donde uno empieza a tener en manos un montón de significantes”, explica.

Y la historia de El gurí tiene algunos rasgos autobiográficos. Está protagonizada por Maximiliano García, el niño que encarna a Gonzalo en la ficción, a quienes acompañan actores destacados: Daniel Aráoz, Federico Luppi, Belén Blanco, la española Susana Hornos y Sofía Gala Castiglione. En la historia de ficción, la madre de Gonzalo se ausenta ante la inminencia de su muerte y de un día para el otro, el niño de nueve años se queda prácticamente solo con su hermana bebé. Y, entonces, Gonzalo debe crecer de golpe y asumir responsabilidades. En ese pasaje al mundo adulto, Gonzalo se topa con las historias de una viajante (Gala), un matrimonio en duelo (Daniel Aráoz y Susana Hornos) y un comerciante de bebidas alcohólicas (Luppi), que acaba de quedar viudo.

–¿El núcleo es sólo un retrato de la inminente orfandad o también buscó abordar la fortaleza de los vínculos?

–Es muy difícil pensar que, al ser una historia coral, trata de una sola cosa. Busqué esos dos temas y tantas otras cosas... Está la orfandad, está la fortaleza de los vínculos, que se lo puede ver entre los hermanos. Yo creo que nos podemos reflejar tanto en la parte de la infancia de la película como en la parte de la paternidad. Yo también trabajé los dos, tres o cuatro mundos que se dieron y los vínculos. Hay un vínculo entre los hermanos, hay otro vínculo con la madre que no va a desaparecer nunca, hay un vínculo con los amantes, hay uno de amistad. Están todos los vínculos abiertos y expuestos. No son ni uno ni dos.

–Generalmente, los temas de la muerte y la soledad se refieren a la vida adulta. ¿Cómo trabajó el punto de vista de un niño, más allá de su propia experiencia de vida?

–A Maxi no le conté el guión. Cuando viajó a Berlín a ver la película, no sabía de qué se trataba. Yo le decía en cada escena lo que tenía que hacer. El no leyó el guión, no hizo absolutamente nada. Fue como un rompecabezas que armé yo como director a su personaje. Es que yo no quería condicionarlo a él como niño. Si yo le decía: “Esto se va a tratar de que tu mamá se va a morir y te vas a quedar solo”, él iba a arrancar muy condicionado. Y yo lo necesitaba jugando cuando estaba jugando, charlando con un amigo cuando estaba con el amigo. Y cuando necesitaba la duda de “no sé si va a volver”, la necesitaba liviana.

–¿Y cómo llegó, entonces, a la elección del protagonista?

–En un casting de 102 nenes, quedó él.

–¿Qué buscaba específicamente?

–La disociación. Intenté ver si él podía pasar de lo tenso de un momento dramático a comportarse normalmente. Trabajé muchos ejercicios de disociación con muchos nenes. Muchos no podían entrar en el drama y a los que entraban en el drama no les resultaba tan fácil ir de una punta a la otra. En cambio, Maxi entendió el juego inmediatamente. Me acuerdo de un ejercicio muy lindo cuando metí a otro actor en la escena y le robaban a la hermana. Y cuando le robaron a la hermana se puso como loco. Realmente se sacó. Corté esa escena y lo hice jugar a los espadachines. Y lo hizo con una gran naturalidad. Y ese día, yo dije: “Esto va bien por este lado”.

–¿Cómo buscó complementar ese drama familiar con el aspecto lúdico propio de la niñez?

–No es que los busqué, sino que directamente los complementé. Hay escenas dedicadas a lo lúdico, la cámara baja y él, de repente, sale y entra. Son como dos líneas narrativas paralelas. Yo tuve que construir un montón de escenas en las que el niño fuera niño, que hablara, preguntara y jugara como niño. Y un montón de escenas en las que los adultos le dan información de adultos. Están trabajados los dos mundos. Y hasta desde el punto de vista de la puesta de cámara. Hay una cámara puesta a un metro diez y otra a un metro setenta. O sea, hay un nivel de información y otro nivel de información. Uno de esos niveles, nosotros también lo manejamos porque yo no quería dejar al espectador en esa duda de si la madre vuelve o no vuelve. No. Sabemos que no vuelve. Y sabemos que él lo tiene que ir reconociendo de a poco.

–Y la historia demuestra algo que, a veces, se soslaya: los hijos chicos también piensan mucho en los padres. No sólo los adultos tienen actitudes protectoras.

–Ahí me agarra un poco lo esotérico. Yo empecé a sorprenderme del profundo vínculo que tenía con un padre que se murió cuando yo tenía nueve años, pero ¡profundo vínculo! Forma parte de mi sangre. Son tan pocas las anécdotas que tengo con mi padre y, sin embargo, las recuerdo todos los días. A veces, no sé si son mías o si me las contaron. No deja de ser una parte de uno y uno una parte del otro. Estoy completamente convencido de que nuestras vidas son un poco más que los años que nos tocan a nosotros. Digo, ¿cuánto de mi padre hay vivo en mí y cuánto mío hay vivo en esa otra parte que salió de mí que está ahora jugando en el jardín? Suponga.

–¿Y cómo se llena un vacío semejante en la infancia?

–No se llena nunca. Se murió mi padre cuando yo tenía nueve años y voy a ser toda la vida el nene huérfano que se quedó sin padre. Es un sello, una marca que te queda. Es como que tuviste algo diferente que te pasó y toda tu psiquis, todas tus problemáticas y todos tus valores se mueven hacia o desde eso que ya forma parte de tu construcción.

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Mazza vivía en Buenos Aires, pero se radicó en Entre Ríos.
 
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