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Jueves, 4 de junio de 2015

CINE › CHAPPIE, COPRODUCCION ESCRITA Y DIRIGIDA POR NEILL BLOMKAMP

Una de robots con tornillos flojos

 Por Horacio Bernades

Viendo Chappie se tiene la impresión de que es la clase de película que, como aquella que parodiaba Blake Edwards en S.O.B., empezó como una cosa y, en la medida que fueron metiendo mano productores, ejecutivos y guionistas varios, fue mutando hasta terminar en un embarre importante. Mezcla rara de película para chicos con Robocop, high tech barata, ternurismo con toques gore, reescritura elemental de ET, confusión entre cine para chicos y cine infantlizado, Chappie no es sin embargo, por lo visto, un caso de “productora mete mano en proyecto ajeno”, sino un proyecto de lo más personal. Eso indica el hecho de que su director sea también su productor y guionista. Rara coproducción entre Estados Unidos, México y Sudáfrica, con un elenco que incluye a un actor indio, un australiano y un sudafricano, su realizador es el cineasta de este último origen Neill Blomkamp, que se presentó en público con esa corrosión llamada Sector 9, se normalizó después (en el mal sentido) con Elysium y ahora patina en forma con Chappie.

Película de robots, en Chappie todo está armado en función del androide titular, el ET del caso. En una Sudáfrica del futuro inmediato hay una corporación, presidida por Sigourney Weaver (podría ser cualquier otra, daría lo mismo), que se dedica a la fabricación de seres de titanio, que prestan servicio en la fuerza policial. En la corporación trabaja Hugh Jackman (que por lo visto se halla en pleno trip esteroideo), ex policía calzado que por algún motivo anda siempre en bermudas, vestido como de guía de Temaikén. Jackman luce, además, un flequillito alto, bigote y barba: como puede notarse, Wolverine no pasa por su mejor momento en términos de look. Tampoco en términos de actuación. Pero eso tal vez tenga que ver con que le toca hacer del malo-muy-malo, estilo Profesor Neurus o algo así.

Jackman diseñó un superrobot al que las autoridades policiales no dan el OK. Motivo por el cual, despechado, desencadenará el infierno en Johannesburgo. Pero eso, recién al final (la película tiene una duración de dos horas, a la que calificar de desproporcionada es poco). Antes, el protagonista de Slumdog Millionaire, que es el científico bueno (el siempre bastante insoportable Dev Patel) provee de un cerebro artificial a un robot policial de desecho. Con lo cual el nudo de la película consiste en la relación filial que el androide, que se comporta como niño (el Chappie en cuestión) establece con los adultos que lo rodean. Sobre todo el científico, a quien llama Creador, y una chica a la que le dice, de una, mamá. La chica es miembro de una banda de criminales, a quienes la presencia de Chappie enternece en bloque, mientras siguen con su piratería del asfalto y otras prácticas deportivas, de las que invitan a participar a este nuevo R2D2 (otra “fuente de inspiración” de los autores). Las tramas y tonos se superponen de modo tan desordenado como ciertos colores flúo que, identificables con la infancia (rosas y amarillos, sobre todo) conviven aquí con el negro de los agentes policiales.

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