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Domingo, 5 de julio de 2015

CINE › OPINION

El inolvidable Stanley Motts

 Por Eduardo Fabregat

Entre tantas y tantas películas, tantos personajes recordados e incluso legendarios, la historia debería guardarle un lugar a la participación de Dustin Hoffman en uno de los secretos mejor guardados del cine reciente de Hollywood, una de esas películas cada vez más raras en estos tiempos de adaptaciones de comics, remakes, precuelas y reboots. La dirigió Barry Levinson en 1997, con un notable guión coescrito por David Mamet, grandes personajes, diálogos imperdibles y una interesante resonancia con hechos posteriores. Se llamó Wag the Dog, pero en la Argentina se la conoció como Mentiras que matan: es que el título original era difícil de trasladar al castellano, un juego de palabras que se especificaba al comienzo del film.

“¿Por qué el perro mueve la cola? Porque el perro es más inteligente que la cola. Si la cola fuera más inteligente, movería al perro”: la placa al comienzo del film anticipa lo que Stanley Motts, el productor cinematográfico que encarna de manera magistral Hoffman, hará en los siguientes y gloriosos 95 minutos: lograr que la cola mueva al perro. No lo hará solo, sino en combinación con el monje negro de la presidencia Conrad Brean (nada menos que Robert De Niro), su asistente Winifred (Anne Heche) y el inolvidable psicópata de Woody Harrelson. Ellos serán los responsables de ocultar el abuso de una menor cometido por el mismísimo presidente (¡dos meses antes del affaire Monica Lewinsky!) inventando una guerra con Albania y luego diseñando un héroe atrapado tras las líneas de guerra: un entretenimiento patriotero que ocupe a la opinión pública mientras el equipo presidencial hace reducción de daños con vistas a una próxima elección.

Todo en Wag the Dog es ejemplificador, sobre todo por lo que vino después con George Bush Jr. y sus guerras contra todo lo que encarne el supuesto “espíritu americano”. Sin siquiera plantearse la inmoralidad de todo el asunto, Motts acomete la tarea como el profesional que es, y Hoffman dota al personaje de las dosis justas de acidez, cinismo y auténtico entusiasmo. Producirá una supuesta filmación televisiva de una huérfana albana en una ciudad destruida (una jovencísima Kirsten Dunst), y contratará a Willie Nelson para componer el himno que toda épica patriota necesita, disfrazándolo de un viejo vinilo perdido en la biblioteca del Congreso. Y ante cada momento derrotista de Brean, sonreirá de manera inefable: “¿Esto? ¡Esto no es nada! Terrible fue cuando teníamos que terminar una filmación en exteriores en dos días y no paraba de diluviar...”. Para quienes nunca la vieron, convendrá no revelar el final de Wag the Dog: solo recomendar una de esas películas que, para quienes encuentran Rain Man demasiado empalagosa o no entienden cómo Hoffman terminó haciendo Los Fockers, resulta un encuentro con uno de sus mejores y más ocultos personajes.

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