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Sábado, 29 de agosto de 2015

CINE › TABLOID, DEL DOCUMENTALISTA ESTADOUNIDENSE ERROL MORRIS

Historias de locura común

El autor de Mr. Death hizo con Tabloid una de sus mejores documedias, una investigación sobre un caso delirante, el de una ex reina de belleza de Carolina del Norte que en los años ’70 secuestró y violó, por amor, a un mormón practicante.

 Por Horacio Bernades

El 11 de abril de 1978, Werner Herzog se comió su zapato. O eso cuenta la leyenda. Herzog había apostado que lo haría si Gates of Heaven se estrenaba. Dirigida por su amigo, el documentalista estadounidense Errol Morris, Gates of Heaven (1978) hace foco sobre la creencia de sus compatriotas en un “más allá de los perros”. De allí en más y con sus películas sobre Robert McNamara y Donald Rumsfeld como excepciones notorias, Morris dedicó su obra a diversas formas de lo que podría llamarse “lo freak (norte)americano”. Cazadores de patos, arena que crece y relatos sobre gente con dos cerebros desfilan por Vernon, Florida (1981). En un jardinero que diseña setos de formas raras, un ex entrenador de leones, un loco por los topos y un diseñador amateur de robots se centra Fast, Cheap & Out of Control (1997), mientras que Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter, Jr. (2000) lo hace en el creador de la silla eléctrica. La más reciente exploración de Morris en el vasto tema es Tabloid (2010), inédita en Argentina, como el resto de su obra. Puede conseguirse online, convenientemente subtitulada.

“Es un caso perfecto para la prensa amarilla”, admite un representante del género. Morris, con total desparpajo, le pone más atención al caso que a la construcción que de él hizo la prensa amarilla. El título, Tabloid, es la designación que se da en inglés a esa clase de periodismo. El caso es el de Joyce McKinney, ex reina de belleza de Carolina del Norte que en los años ’70 secuestró, por amor, a un mormón practicante llamado Kirk Anderson, volatilizado tras un par de salidas nocturnas. En la segunda de ellas, Kirk le había propuesto casamiento. “Cuando desapareció, hice lo que haría toda chica americana”, reflexiona esta rubia treinta años más tarde. “Me fui a Los Angeles y me busqué tres empleos, para pagar el viaje a Inglaterra y rescatarlo de la secta que lo había secuestrado.”

“Era una chica obsesiva. Muy obsesiva”, subraya un entrevistado. “Se buscan un señor forzudo y un aviador que quieran ayudar a una encantadora zorrita a consumar su fantasía romántica y sexual”, reza el aviso que la chica publicó en un diario en 1977. “Me atendió en su casa, vestida con una blusa transparente y sin corpiño”, recuerda el aviador que se presentó al aviso, y que terminó cruzándola del otro lado del Atlántico. Ya en Londres, él y el guardaespaldas se mandaron a mudar cuando vieron el arma de juguete, los dispositivos de espionaje electrónico y la peluca y anteojos de sol que su contratista se ponía, cada vez que salían a la calle en busca del “secuestrado”. Que no estaba para nada secuestrado, sino sirviendo voluntariamente como misionero.

Secuestrado iba a estar, a partir del momento en que el amigo de Joyce le mostró la pistola de juguete, lo subieron a un auto y se lo llevaron a una cabaña de Dover, previamente acondicionada por la perseverante muchacha, amorosa como pocas. Hasta el punto de haber equipado la heladera con las comidas favoritas de su amado (pollo frito incluido, como es lógico) y, tendido la cama matrimonial con sábanas celestes, “que hacían juego con el color de sus ojos”. En las sábanas, Joyce había grabado las iniciales KA. “La cabaña estaba ubicada en un paraje como de película de Zeffirelli”, recuerda tres décadas después, sobre imágenes de Hermano sol, hermana luna.

Con ayuda de su amigo, Joyce ató a Kirk en la cama y lo violó reiteradamente, decidida a no parar hasta quedar embarazada. La chica que, según dice, hasta entonces era virgen, describe esos días como “luna de miel”. Kirk, sin embargo, no dejaba de agarrarse la cabeza, aterrado por la excomunión que se le venía, cuando sus compañeros de culto descubrieran que había violado el voto de castidad. “Ya no podría ser un dios y tener planeta propio, que es a lo que aspira el mormonismo”, aclara un ex practicante de esa religión. Fue entonces cuando él le propuso casarse en Londres. Contando con entrevistas a cámara y algún material de archivo (sobre todo de Joyce, a quien es evidente que siempre le encantó mostrarse), tal como en sus documedias previas Morris echa mano de recursos que subrayan la condición cuasi phytoniana de Tabloid. Extractos de películas cómicas, paráfrasis de títulos sensacionalistas (“¡Sexo en cadenas!”), mapitas que muestran cómo el auto en el que viajan Joyce, su amigo y el secuestrado recorre los tramos Londres-Dover y Dover-Londres.

No será fácil concretar la boda: cuando lleguen a Londres los novios encontrarán, en el diario, la noticia del joven mormón secuestrado. Pequeño detalle que Joyce no tuvo en cuenta: cuando su amigo le puso el arma falsa en la cabeza al amor de su vida, éste estaba acompañado por un correligionario, que habrá salido disparado hacia la comisaría más cercana.

Todavía falta la parte en la que admiradores desconocidos le piden a Joyce, por carta, que los secuestre y viole. Falta la fuga de Londres, haciéndose pasar por sordomuda. Y la fiesta en la que Keith Moon pidió conocerla. Y el pitbull que, intoxicado por vecinas envidiosas, presuntamente le arrancó varias partes del cuerpo, incluyendo órganos internos. Y el otro pitbull, el bueno, al que después de muerto clonó, con los servicios de un médico coreano. Ella los llama Pitbull 1 y Pitbull 2, tal como antes llamó a su amado Kirk 1 (el de las dos primeras noches) y Kirk 2 (el posterior).

¿Qué sentido tiene dedicarle una hora y media a una historia como ésta? Si en Estados Unidos no brotaran todos los días pasiones tanto o más locas que la de Joyce por Kim, si la ciudad de Utah no fuera la capital mundial del mormonismo, si en ese país un alto porcentaje de la población no adscribiera a alguno de los cientos de cultos semejantes, tal vez la historia que cuenta Tabloid fuera demasiado bizarra como para tener algún sentido. Tal como están las cosas es un relato más de locura corriente (norte)americana. De esos que Errol Morris viene contando desde hace décadas.

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“Es un caso perfecto para la prensa amarilla”, admite un representante del género.
 
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