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Jueves, 3 de septiembre de 2015

CINE › VERONICA LLINAS Y LAURA CITARELLA HABLAN DE SU PELICULA LA MUJER DE LOS PERROS

“Es la vida de una mujer libre, soberana”

La ex Gambas al Ajillo y la directora de Ostende hicieron juntas un retrato de una mujer que hace de la soledad su reino y de sus perros su corte. “La película no quiere conversar con la psicología, sino permanecer en un lugar de fábula”, dicen.

 Por Oscar Ranzani

La gran actriz Verónica Llinás nunca había trabajado detrás de cámara. Hasta que un día, charlando con su hermano Mariano, el director de Balnearios e Historias extraordinarias, ella le comentó que tenía ganas de experimentar algo creativo que no fuera necesariamente trabajar en una película por encargo. A lo que él le preguntó: “¿Qué te haría feliz?”. Frente a tamaño interrogante, la ex Gambas al Ajillo reconoce, con el paso del tiempo, que ésa fue la primera vez que se enfrentó a la posibilidad de poder decidir qué hacer. “Entonces, pensé un proyecto propio donde yo tuviera otro lugar que una mera interpretación”, cuenta Llinás. Y como quiere mucho a los animales se le ocurrió la idea de un personaje vinculado con perros. En la realidad, la actriz convive con diez perros. Y a todos los recogió de la calle. Así nació la idea de La mujer de los perros, film en el que Llinás debuta como cineasta y también es la protagonista, aunque su personaje no tiene que ver con su modo de vida en la realidad. La codirectora es Laura Citarella, experimentada productora, socia de Mariano Llinás en El Pampero Cine, todo un punto de referencia del cine independiente argentino. Esta es la segunda vez que Citarella ejerce el rol de realizadora, tras su debut en 2012 con Ostende. El largometraje de la dupla se estrena hoy en la Sala Leopoldo Lugones del teatro San Martín y, a partir del sábado 5, también podrá verse en el Malba y desde el miércoles 9 en el Bama.

Totalmente alejada de los cánones del cine narrativo clásico, la película sigue a una mujer que vive con una decena de perros en una choza improvisada con chapas y maderas en la zona oeste del conurbano bonaerense. No emite palabra alguna y, en ese sentido, es un nuevo registro para Llinás, quien el año pasado brilló con un personaje totalmente distinto al de La mujer de los perros en el ciclo televisivo Viudas e hijos del Rock and Roll: la popular Inés Murray Tedin Puch de Arostegui. Por su interpretación en su propia película, Llinás ganó el premio a la Mejor Actriz del 17º Bafici. “Vero tiene el don de las setenta mil ideas por minuto y, en ese sentido, había algo clave en el hecho de que ella inventara este personaje y que se lo imaginara para poder hacer posible el proyecto”, reconoce Citarella en la entrevista junto a Llinás con Página/12.

–¿Fue muy difícil componer un personaje que no habla?

Verónica LLinás: –No, eso no. Fue difícil reducir lo gestual. Cuando empezamos a ver que lo naturalista, en términos de actuación, no funcionaba de ningún modo, había que llevar todo a la mínima expresión, que no es lo mismo que estar vacío. Había que estar habitando al personaje, pero sin amplificar ni un milímetro. Eso me resultó difícil porque empecé a darme cuenta de que había cosas de mi gestualidad que yo no controlaba. Tenía que llevar la cabeza a un estado alfa para que no se escapara nada.

Laura Citarella: –Y ese despojo que se trabajó en términos de actuación, pero que también tiene que ver con la vida del personaje, es lo que nos llevó casi naturalmente a decir: “Que no hable”. Porque, al principio, había una idea de que hablara. Probamos una escena.

V. LL.: –Pero no había manera de que hablara porque el personaje necesitaba misterio. Cualquier cosa medio costumbrista iba a llevar al pasado del personaje. Y justamente no nos interesaba incursionar en la cosa psicologista del: “¿Por qué? ¿Qué trauma vivió que la llevó a esto?”

L. C.: –Lo complicado fue construir las escenas donde hay otros personajes que hablan. Ahí había que ingeniárselas para poder sostener eso. Con la idea de que no hablara también se corría el riesgo de que el espectador interpretara que no lo hace porque no puede, porque es muda. Entonces, pusimos unas texturas de su voz a lo lejos. Lo que nos salvó en muchos momentos fue la idea de llevarla a un nivel alto de perro, aunque parezca una bizarreada. Hay algo de cómo interactúan los perros, en el sentido de pensarlo como que son puro presente, que no tienen pasado, y son pura espontaneidad. Y creo que sin darnos cuenta terminamos trabajando el registro de actuación de este personaje en ese sentido.

–¿Por lo que cuentan de no subrayar el pasado del personaje y de evitar que hable es que prácticamente no tiene contacto humano?

L. C.: –Hay algo que tiene que ver con lo cinematográfico. La psicología es algo que le hace muy mal al cine. Genera una burocracia, una especie de densidad que, a veces, el cine no necesita. Narrativamente, no es necesario. Y, en ese sentido, que un personaje no tenga que cargar con todo el peso del pasado ni con toda una explicación de por qué vive ahí permite que uno pueda pensar y filmar escenas con mucha más libertad y también encontrar reglas nuevas. La regla del psicoanálisis es muy clara: “Te pasó esto, te retiraste de la sociedad, decidiste esto”. Es como una cosa muy matemática. Y me parece que este personaje es más de apertura, de generar preguntas más que respuestas.

V. LL.: –Si no, sería darle a la situación del personaje una entidad de trauma. Donde entra la psicología, enseguida la pregunta es: ¿por qué llegó acá? Tenés que explicar cuando hay trauma. Si no, no tenés que explicar cosas. Y la idea de la película es justamente destraumatizar la situación del personaje.

–Ahora, con la idea de que el personaje no hable, ¿no corrían el riesgo de potenciar la noción de aislamiento social en el que vive?

L. C.: –Eso también nos lo preguntamos. Pero el personaje en un momento va al hospital, tiene una amiga, relaciones sexuales con un tipo...

V. LL.: –En realidad, no es que no habla, sino que la película nunca la agarra cuando está hablando.

L. C.: –Es que también la idea era despegarla mucho de un posible personaje de la realidad porque eso también hubiera generado una especie de obligación a la película de opinar, de generar pensamiento a partir de eso. No quiere decir que la película no le despierte pensamientos sociales a cierta gente. No digo que no, pero la película no quiere conversar con eso, sino permanecer en un lugar de fábula. Y las fábulas son protagonizadas por animales. O sea que Vero sería el protagonista (risas).

–Si bien buscaron evitar una mirada sociológica del personaje, ¿no creen que puede ser visto como un ser marginal?

V. LL.: –Es marginal. Lo que pasa es que le sacamos la noción de que ser marginal es algo malo. Claramente es marginal porque es una persona que vive fuera de la estructura del dinero. Pero adonde no estamos tratando de entrar es a darle una valoración. Esa vida es marginal de un sistema, pero para ninguna de nosotras es una mala vida. Es la vida de una persona que es soberana y que hace exactamente lo que tiene ganas de hacer, que decide cada uno de sus actos y que asume las consecuencias. Entonces, si en todo caso hay que darle un valor a esa vida, para mí es una buena vida.

–¿El seguimiento a través de las cuatro estaciones del año tiene que ver con mostrar el paso del tiempo del personaje?

V. LL.: –Se estructuró así desde el comienzo. Se me presentó así simplemente porque hacía falta una estructura para ver cómo vive ese personaje, no tanto como metáfora del paso del tiempo, sino más concretamente para ver cómo se las arregla: en verano es una cosa, pero en otoño es otra y así. Ya que una persona vive en medio de la naturaleza, tiene una relación muy directa e interdependiente con las estaciones, con los fenómenos naturales. Entonces, no hay mejor forma de ver esa relación que a lo largo de un año, donde pasan las cuatro estaciones.

L. C.: –Y también la necesidad de que pase el tiempo en un punto. Cuando las herramientas narrativas eran pocas, las estaciones fueron clave. Y hay algo también que me parece lindo: los cambios que produce la naturaleza por sí sola.

–¿Creen que la película es también una reflexión sobre el sentido de la libertad?

V. LL.: –Creo que sí. Es muy fuerte esa sensación. Por eso decía que, por momentos, la veíamos a esta mujer como una soberana que puede decidir acerca de su vida y de cada una de sus acciones.

L. C.: –Es un poco lo que queremos como grupo. Nosotros dentro de El Pampero queremos la soberanía total, producir películas, no producimos películas con el Incaa, no tenemos apoyos de otros lados. El otro día hablábamos de que nos gustaría tener nuestro propio cine y ya directamente ni siquiera tener que depender de los exhibidores. Es una vida que no es tan posible. Por eso, es ahí cuando digo que la vida de esta mujer es posible pero es un poco un cuento: esa soberanía total es cada vez más complicada yendo en el sentido en el que va el mundo, que todo el tiempo está tendiendo a estandarizar, a ir en contra de la particularidad. Y, en ese sentido, aunque suene cursi, la película lo que hace es soñar que eso se puede hacer: el despojo total, la libertad total, ni siquiera el manejo de plata, ni siquiera habla, no se hace estudios médicos si los médicos le dicen que se los tiene que hacer.

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“No había manera de que nuestro personaje hablara porque necesitaba misterio”, dicen Llinás y Citarella.
Imagen: Pablo Piovano
 
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