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Viernes, 2 de octubre de 2015

CINE › EL DOCUMENTAL SALGAN & SALGAN

En clave íntima

 Por Horacio Bernades

Es curioso que Salgán & Salgán: Un tango padre-hijo comience durante los festejos del Bicentenario, ya que Horacio Salgán está a menos de un año de ser, él mismo, centenario. El 25 de mayo de 2010, el pianista más grande que haya dado el tango se despidió de los escenarios. Tal como el título hace explícito, Salgán & Salgán: Un tango padre-hijo (en los créditos, la expresión comercial de la conjunción se remplaza por la clave de sol) no es un documental sobre Horacio Salgán, sino sobre la relación con su hijo César. Tras dar algunas vueltas, éste decidió lo más difícil: dedicarse a tocar al piano los arreglos del padre, sentarse en su taburete, sucederlo tras el retiro al frente del legendario Quinteto Real. Sobre ese pase del testigo y todo aquello que acarrea trata el documental de la estadounidense Caroline Neal, radicada en la Argentina desde hace tres lustros.

“Es muy fuerte entre nosotros la relación padre-hijo”, dice César Salgán, que empezó como bajista de un grupo de covers, pero además es un reconocido piloto de autos de carrera. “Lo que falta es definir cuál es el hijo”, remata, a la manera de un stand-up comedian. Pero la vida de César no parece haber sido una comedia. A los 5 años se enteró, por televisión, de que ese hombrecito de bigote anchoíta, sentado al piano, era su padre. Tras dieciocho años sin verse, los Salgán se reencontraron en las peores circunstancias. Guillermo, hermano mayor de César, que también era músico, le dejó un domingo un mensaje en el contestador, pidiéndole que lo llame a casa de su padre. César no lo hizo, recibiendo horas más tarde otro llamado, que le avisaba que Guillermo había muerto en un accidente automovilístico. César fue, ahora sí, a casa del padre al que no veía desde hacía casi dos décadas, para ponerlo al tanto de la novedad. Desde ese momento no dejaron de verse.

“¿Por qué no le apoyás la mano en el hombro?”, solicita Caroline Neal. César, parado detrás de su padre, niega con la cabeza. Ella le vuelve a pedir, él se vuelve a negar. “Deberían estudiarnos en un frasquito, como bichos raros”, reconoce el hijo en referencia a la relación con su padre, a quien durante la filmación aloja en su pequeño departamento, tras una internación. “No me siento cómodo cuando me siento al piano”, admitirá más adelante, así como durante su primer concierto al frente del Quinteto Real asegura que en el taburete no debería estar él sino su padre. Ser hijo de un genio no es fácil para nadie y César Salgán no es la excepción a la regla. Para no hablar de que siendo hermano de alguien que murió en un terrible accidente de autos, sea, además de músico, piloto profesional.

Pero Salgán & Salgán es una película y no psicodrama. Como película, lo mejor que tiene es el no pretender abarcar sus temas, que son de peso (la relación padre-hijo, y genio y persona normal, el retiro de un grande, la crisis de identidad, la longevidad, la transmisión entre generaciones) en toda su vastedad. Por el contrario, Neal, que contó con ayuda del poeta y música Alberto Muñoz en el guión, trabaja sólo sobre lo que surge ante cámaras, lo manifiesto. No se sabe cuándo ni por qué padre e hijo dejaron de verse, no hay referencia a “las otras familias” de Salgán (tuvo cinco esposas y cinco hijos), se diría que el fuera de campo está obturado. La intervención más evidente es en las ocasiones en que Neal suministra, en off y en un castellano definitivamente yanqui, información básica que no surge de las escenas.

Una única secuencia sobra: una en la que César y dos compañeros del Quinteto Real hacen turismo, recién llegados a Roma. No viene a cuento, está de más, debió haber quedado fuera del corte final. Salgán & Salgán incluye, en cambio, una escena de una enorme potencia cinematográfica, seguramente por la obligada distancia de la cámara y el off sonoro. En ella y tras un ensayo, el padre le hace algunos comentarios técnicos al hijo en la vereda del estudio, acompañado de gestos. Una vez terminado se despide y se va, desapareciendo, ahora sí, por el fuera de cuadro.

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Imagen: Gentileza Carlos Furman
 
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