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Miércoles, 7 de octubre de 2015

CINE › BENJAMíN VICUñA HABLA DE POLíTICA Y EDUCACIóN

“Es clave poder revisar nuestro pasado reciente”

En TV, el actor chileno se hizo famoso en Argentina con las tiras Farsantes y Entre caníbales. Y mañana estrena su nuevo protagónico en cine, una película de aventuras titulada Baires. Pero Vicuña no les quita el cuerpo a otros temas.

 Por Oscar Ranzani

Con 36 años, el actor chileno Benjamín Vicuña es casi tan conocido en su país como en la Argentina: desde su participación en la telenovela Piel canela construyó una importante carrera en la televisión. Basta recordar que algunos de sus últimos trabajos fueron en Farsantes –donde interpretó a un abogado homosexual que se enamoraba de su jefe (Julio Chávez)– y Entre caníbales, la malograda serie dirigida por Juan José Campanella, donde Vicuña compartió el elenco con Natalia Oreiro y Joaquín Furriel. Así como ha interpetado personajes de distinto tipo en películas españolas y chilenas, poco a poco se va insertando también en el cine argentino. Ahora le llega el turno de hablar de Baires, donde compone a Mateo, un joven español casado con Trini (Sabrina Garciarena), quienes construyeron una pareja que, al parecer, es feliz. Ambos vienen a pasar unas vacaciones soñadas a la Argentina, más específicamente a la Reina del Plata. Pero pronto, el sueño se convierte en pesadilla cuando son secuestrados por una banda de narcotraficantes. El film, dirigido por Marcelo Páez Cubells, se estrena mañana en la cartelera porteña.

“Es una película que cuenta una historia de amor dentro de una situación extrema, con un personaje que es un tipo ordinario viviendo una vida extraordinaria. Es un hombre que toma decisiones y la justicia por sus propias manos. Me pareció un guión de género. Y está bueno arriesgarse a ese tipo de desafíos”, cuenta Vicuña en la entrevista de Página/12. En cuanto a la composición del personaje, el actor sostiene que requería “empatizar con el público en términos de un hombre que no tiene ningún tipo de habilidad ni de destreza física y que se ve enfrentado a una situación extraordinaria y que empieza a vivir una vida de protagonista de película de acción”. El estreno de Baires permite también hablar de otras actividades que tiene Vicuña, su formación actoral y sus posiciones políticas y religiosas, entre otros temas que hacen a su manera de entender la vida.

–Su carrera actoral se divide entre España, Argentina y Chile. ¿Qué diferencias notó entre estas cinematografías?

–Más que diferencias encuentro cosas en común que deberían cada día hacernos construir un mercado más regional e hispanoamericano. Tenemos historias en común. Y también hoy existe un cine joven con un lenguaje nuevo. Incluso el cine de autor está intentando acercarse, de alguna manera, al gran público. Y eso me parece bueno y hay un impacto en los resultados de la taquilla.

–¿Cuándo y cómo surgió su deseo de ser actor?

–Me acuerdo de que lo que gatilló mi decisión fue una obra que vi a los catorce años, llamada La negra Ester. Era una obra muy linda que tenía la particularidad de que en el intervalo uno podía entrar a los camarines de los actores. Y yo entré y dije: “De este lugar no quiero salir”. Tenía ese misterio y vi cómo era la “cocina” del trabajo de los actores. Y eso me generó un amor a primera vista. Luego empecé a estudiar en diferentes talleres, entré en la universidad a estudiar Licenciatura en Artes Teatrales. Y aquí estamos.

–¿Cómo vivió el pasaje del teatro callejero a ser un actor con fama y popularidad?

–Tuve una compañía de teatro llamada El Hijo con la que hicimos teatro callejero durante años. Hacíamos intervenciones en espacios públicos, pequeñas acciones de arte, también acciones poéticas con una dramaturgia porque uno de los miembros de la compañía era dramaturgo. Estuvimos siete años haciendo muchas obras y los recuerdos son maravillosos. Y, por supuesto, uno aprende muchísimo. Luego empecé a hacer cine: al salir de la universidad participé en una película llamada LSD: Lucha social digital. Luego hice televisión y fue como un camino sin retorno. Pero la vocación va cambiando y se va transformando.

–¿La fama le quitó algo?

–Lo que pasa es que la fama te obliga a ser responsable y a hacerte cargo de un rol que no elegiste. Y, en ese sentido, el discurso o lo que uno comente puede pasar a ser una apología o a ser una bandera de lucha. Entonces, uno empieza a ser más cuidadoso. En ese sentido, se pierde autenticidad, espontaneidad y esa frescura que muchas veces tienen la independencia, la autonomía y la juventud.

–¿Y cómo fue el trabajo que realizó para vencer su timidez en una profesión de tanta exposición?

–Uf, lo sigo trabajando. Era sumamente tímido, muy muy tímido. Y era una paradoja cómo una persona tan tímida podía pararse sobre un escenario. Me acuerdo de que mi primera experiencia en un escenario fue como acólito de una Iglesia. Me temblaban las piernas y nunca me imaginé que iba a terminar gozando de aquello que en un momento era una tortura. Y encontré una voz que no es mi voz, un cuerpo que ya no es mi cuerpo. Encontré el lenguaje de la actuación en el que uno finalmente se descubre. Y tengo un profundo amor por lo que hago. Y esta vocación hoy habla por mí.

–En Dawson. Isla 10 interpretó al político chileno Sergio Bitar. ¿Esta película funcionó como una bisagra en su carrera?

–Fue un proyecto importante, político, que tenía un fuerte compromiso con la memoria de mi país. Trabajé con Miguel Littín, que es un maestro del cine. Y más que bisagra fue un trabajo del cual aprendí muchísimo y tengo un muy lindo recuerdo.

–Siguiendo con la política... Sin ser un militante, usted manifestó siempre su apoyo a Michelle Bachelet. ¿Cómo observa esta nueva etapa política en Chile?

–Con tristeza, con impotencia también, desde la distancia, por no poder incidir o aportar en mis pequeños lugares donde podría hacerlo. Hay una desilusión por lo que está pasando en el poder político de mi país.

–¿Qué es lo que más cuestiona?

–Los procedimientos, las elecciones (no hablo del voto). Aparecieron elementos de corrupción. Sin embargo, sigo creyendo en la presidenta y en lo que significa. También me da rabia el ataque machista, desaforado y cobarde en su contra. Es una persona que, doy fe, tiene un profundo amor por su país, tiene una vocación. Ella sueña con un país mejor y con una reforma que ha sido sumamente compleja de llevar a cabo. Esto también se vio inmerso en una gran crisis global, también en una crisis ética y política. Y, en ese sentido, ha sido muy difícil la tarea para ella, y en el medio sucedió un asunto triste con su hijo. Entonces, es feroz lo que está pasando. Sin embargo, yo sigo creyendo en su proyecto y en su programa, que tiene que ver con un Chile más justo y más equitativo.

–¿Y cómo observa la lucha de los estudiantes chilenos? ¿Cree que la educación es uno de los temas urgentes por resolver?

–No solamente urgente: es necesario y es básico para ese país que todos queremos. Y está costando muchísimo poder formalizar, activar, hacer realidad ese sueño de la reforma de la educación gratuita. Pero está claro que desde la teoría es de sentido común entender que la única manera de cambiar las cosas es desde la educación, que la única manera de dar herramientas y buscar la igualdad es desde el origen, desde la formación. Y ésa es la única manera de tener un país más justo. Pero lamentablemente esto que fue un proyecto y que muchos adherimos al gobierno pensando que se podía lograr, no se está consiguiendo por diferentes trabas, complicaciones, malas elecciones y problemas administrativos. Y eso frustra y genera esa desilusión y ese descontento que tenemos miles de chilenos.

–Nació en 1978. ¿Tiene algún recuerdo de infancia relacionado con la dictadura?

–Sí, mis papás se fueron de Chile y estuvieron en Venezuela. En los años 70 Venezuela tenía mucho color, mucha luz, todo muy bananero. Y en los 80, durante mi infancia, Chile era un país muy triste, muy gris. Fue un Chile de impunidad y de miedo. Y eso se respira, se ve en las fotos, independientemente del lugar donde yo tuve la suerte de estar, que era una especie de burbuja porque tenía educación y una realidad bastante generosa en términos comparativos. A la distancia, uno se da cuenta de la tragedia que se estaba viviendo en esos tiempos.

–¿Cree que es una etapa superada por el pueblo chileno o todavía hay resabios de la dictadura en la sociedad?

–Como actor, yo trabajé en Dawson. Isla 10, Los archivos del cardenal (una serie política), Las imágenes prohibidas, que fue un documental que hice para los 40 años del golpe. Es clave poder revisar la memoria y nuestro pasado reciente. Y es la única manera de proyectarse con un futuro decente y mejor. En ese sentido, la misión que tienen la televisión y el cine es clave. Hoy Chile dejó de ser un país temeroso y ya su pueblo con una indignación tomó el toro por las astas y está decidiendo su destino, no sólo referido a quiénes lo gobiernan sino en relación a cuáles son los contenidos que la gente quiere ver. En los 80 había desde una Iglesia que prohibía que tocara Iron Maiden hasta un dictador que mandaba asesinar personas. Y si bien hoy existe la famosa grieta, es cada vez menor y se instala el sentido común de entender que hubo una dictadura con todas sus letras, que fue algo lamentable y que no se puede repetir. Es una cosa que cuesta porque uno cree que es de sentido común, pero hay cosas que recién con el tiempo y la perspectiva se están instalando como verdades.

–Recién mencionó a la Iglesia y usted estudió en colegios católicos. ¿Cuál es su postura frente a la religión?

–Bueno, este año me tocó también estrenar una película titulada El bosque de Karadima, que habla sobre abusos sexuales al interior de la Iglesia. Hoy, la Iglesia está viviendo una crisis que puede ser una tremenda oportunidad de recambio, de esperanza. Y esa crisis de oportunidad está liderada por el papa Francisco, que para mí es un gran referente de humildad, del trabajar por los que menos tienen. En el fondo es reubicar a la Iglesia en su vocación original que tiene que ver con el trabajar por los desprotegidos, por la gente que más sufre, por el dolor. Y creo que ese giro me hace empatizar nuevamente con una Iglesia que yo también viví como persona adulta con una distancia natural frente a muchos temas. Temas de contingencia que todos manejamos y que tienen que ver con la educación, el celibato, la eutanasia, el aborto. Son tantas cosas que uno dice: “¿Cuándo los vamos a hablar? ¿En qué momento?”.

–¿Qué responsabilidades implica ser embajador de Buena Voluntad de Unicef?

–Una responsabilidad como comunicador, un puente entre los derechos y la gente a la que hay que llegar a sensibilizar, a concientizar con algo tan elemental como son los derechos de los niños. Es una responsabilidad que no sólo tengo en Chile porque tuve la oportunidad de trabajar en la Argentina, en España y en otros mercados que, de alguna manera, amplían el discurso y la realidad. Y es una responsabilidad pero también un privilegio poder ser embajador y estar haciendo algo por lo más importante: nuestros niños.

–¿Qué reflexión le merece el drama de los migrantes, que involucra muchas muertes de niños?

–Es tremendo. Yo como rmbajador de Unicef he viajado y he estado en Haití, Africa y Medio Oriente. Estuve en Damasco (Siria) y ver lo que está pasando es algo tremendo porque por la guerra de unos pocos, de líderes, de gente que claramente perdió la cabeza, los que sufren son miles y miles de personas que tienen que abandonar sus casas, sus cosas, sus sueños, y con mucha dignidad emprenden estos nuevos destinos. Y que hoy como sociedad nos estemos enfrentando a la posibilidad de que las personas no sean recibidas ni contenidas por hermanos es algo que cuesta mucho entender. Pero son imágenes que duelen profundamente, no sólo la migración siria sino también lo que pasa en Africa con los barcos que vemos. La imagen del niño ahogado en la playa es de esas cosas que nos llenan de dolor. A mí me tocó estar en España hace un par de semanas y vi cómo la comunidad se manifestaba y le abría las puertas a los refugiados. Siento que el pueblo siempre va un paso antes que los administradores o en este caso, los gobernantes. Ojalá que primara ese sentido común porque es darle un resto de dignidad a gente que está sufriendo, es entender el dolor antes que cualquier tipo de interés porque debería haber una política de Estado universal frente a estos hechos. Son derechos humanos. Es lo mínimo que les podemos dar.

–¿Cómo fue la experiencia de estar en Haití, Sudáfrica y Palestina?

–Fuerte, durísima, pero mi trabajo en esos lugares siempre ha estado de la mano de los niños. Y los niños son esperanza, ilusión de un cambio. Ves lo vulnerable y lo frágil que es esa etapa. Está buenísimo abrirse a una realidad que muchas veces incomoda, duele, pero que es necesario no sólo vivirla sino también comunicarla. Y ahí el rol de embajador de Unicef ha sido clave para poder ser un puente con nuestra realidad. Una realidad negadora de algo que pasa en el mundo. Uno no solo elige ser global en algunas cosas, sino que tiene que hacerse cargo de todo. Y, en este caso, ha sido muy intenso y muy fuerte lo que he visto y que he podido comunicar.

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“La fama te obliga a ser responsable y a hacerte cargo de un rol que no elegiste”, afirma Benjamín Vicuña, embajador de Unicef.
Imagen: Bernardino Avila
 
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