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Lunes, 23 de mayo de 2016

CINE › KEN LOACH GANó POR SEGUNDA VEZ LA PALMA DE ORO DEL FESTIVAL DE CANNES

El cine social triunfó en la Croisette

El director británico se llevó el premio principal por Yo, Daniel Blake, donde vuelve a ponerse del lado de los desposeídos. “Otro mundo es posible y también necesario”, señaló Loach. Varias de las grandes favoritas del festival quedaron fuera del palmarés.

 Por Luciano Monteagudo

Página/12 En Francia

Desde Cannes

Y la Palma de Oro fue finalmente para un repitente, el veterano Ken Loach. Con Yo, Daniel Blake, el director británico, de 79 años, duplicó la hazaña conseguida una década atrás, cuando en 2006 obtuvo por primera vez el premio mayor del Festival de Cannes gracias a El viento que acaricia el prado. A diferencia de aquel título, que se sumergía en la guerra irlandesa por la independencia, aquí Loach vuelve al corazón de su cine de siempre: un tema social, contemporáneo, donde un hombre y una mujer provenientes de la clase trabajadora británica sufren la humillante burocracia y desprecio de los servicios sociales de su país. En una línea que el director ya había explorado antes y mejor en Ladybird, Ladybird y Mi nombre es todo lo que tengo, Loach se ocupa de la solidaridad entre dos desempleados que deben enfrentar sin la ayuda del estado una situación de precariedad e indefensión.

Después de fustigar en su discurso a las políticas neoliberales, que dañan no sólo a su país sino “también a Grecia, Portugal y a toda Europa”, Loach reconoció que “cuando la gente está desesperada, la extrema derecha se aprovecha de la situación”. Y continuó, con la Palma de Oro en sus manos: “El de hoy sin duda es un mundo peligroso, pero por eso mismo otro mundo es posible. Y no sólo posible, sino también necesario. Y por eso también es necesario un cine que represente la integridad del pueblo en contra de los poderosos de siempre”.

Con la segunda Palma de Oro en sus manos, Loach se sumó al ya no tan selecto club de cineastas que lograron ganar en dos oportunidades el premio principal del Festival de Cannes: el estadounidense Francis Ford Coppola, el danés Bille August, el japonés Shohei Imamura, el bosnio Emir Kusturica, el austríaco Michael Haneke y los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne. Lo curioso del caso, es que el nuevo film de Loach nunca estuvo entre los favoritos para llevarse esta nueva Palma, ni en los corrillos del Palacio de los Festivales, ni en los periódicos de la industria como Variety, ni mucho menos en las distintas encuestas de la crítica especializada, de las que hay unas cuántas aquí en Cannes.

En uno de las mejores competencias que tuvo este festival en años, con al menos media docena de grandes films en concurso, el jurado presidido por el director australiano George Miller, en una decisión más que controvertida, decidió ignorar todas y cada una de esas películas, empezando por Toni Erdmann, de la directora alemana Maren Ade, que desde un comienzo se ganó el rumor de la Palma, no sólo por la calidad del film sino porque se convirtió en un auténtico crowdpleaser, un éxito tanto en las funciones oficiales para invitados como en las de prensa, habitualmente antitéticas.

Otros films muy celebrados que quedaron completamente afuera del palmarés fueron la francesa Rester verticale, de Alain Guiraudie; la rumana Sieranevada, de Cristi Puiu; la estadounidense Paterson, de Jim Jarmusch; la franco-holandesa Elle, de Paul Verhoeven, con una extraordinaria Isabelle Huppert; y la brasileña Aquarius, de Kleber Mendonca Filho, con un impresionante protagónico de Sonia Braga. El premio a la mejor actriz debió haber sido, sin dudas, para ella, pero fue finalmente para Jaclyn Jose, la protagonista de Ma’Rosa, del director filipino Brillante Mendoza, otro film de fuerte impronta social, como el de Ken Loach, que narra los esfuerzos de una nueva madre coraje por liberar a toda su familia de una injusta detención policial.

Un premio que delata como pocos las divisiones que deben haber surgido en el seno del jurado –que integraban también, entre otros, el cineasta francés Arnaud Desplechin y el actor canadiense Donald Sutherland– fue el premio compartido, ex aequo, al mejor director, entre el rumano Cristian Mungiu, por Graduación, y el francés Olivier Assayas, por Personal Shopper. El film de Mungiu claramente es inferior a 4 meses, 3 semanas, 2 días, con el que en el 2007 se llevó la Palma de Oro. Y el de Assayas debe haber sido uno de los más abucheados en la función de prensa, quizás con la única excepción de Hasta el fin del mundo, la histérica adaptación de la obra teatral de Jean-Luc Lagarce dirigida por el canadiense Xavier Dolan que para el jurado oficial fue merecedora nada menos que del Grand Prix du Jury, el segundo premio en importancia del festival. También parecen demasiado dos premios (al mejor guión y al mejor actor) para la iraní Forushande, de Asghar Farhadi, el recordado director de La separación, con una película que no está a esa altura.

Al margen de la lucha por la Palma de Oro, en la sección oficial fuera de concurso hubo un gran film que pasó injustamente inadvertido para la mayoría de los acreditados y que debió haber formado parte de la competencia: La Mort de Louis XIV, dirigido por el catalán Albert Serra y protagonizado por Jean-Pierre Léaud, en un trabajo consagratorio y a quien el festival aprovechó para premiar con la Palm d’Or a la trayectoria, que le valió anoche una ovación de pie en el inmenso Grand Théâtre Lumière. El legendario Antoine Doinel de Francois Truffaut, que estuvo en Cannes por primera vez en 1959, a los 15 años, como el inolvidable protagonista de Los 400 golpes, aprovechó su presencia en el escenario para dar el único discurso verdaderamente cinéfilo de la noche, con referencias tanto a la infinidad de directores de primera línea para quienes trabajó como a grandes teóricos y poetas del cine francés, como André Bazin y Jean Cocteau.

A diferencia de films anteriores de Serra, como Honor de cavalleria y El cant dels ocells, que transcurrían al aire libre, en grandes espacios abiertos, La muerte de Louis XIV tiene el carácter claustrofóbico que ya se intuía en Historia de la meva mort, que le valió el Leopardo de Oro en Locarno 2013. Durante sus dos horas de duración, el film prácticamente no sale de la recámara del rey Sol, que en agosto de 1715, a los 77 años y después de 72 años de reinado, agoniza sin remedio. Con un rigor absoluto, que habla de la madurez de Serra como cineasta, de la que mucha crítica dudaba, su cuarto largometraje es un ejemplo no sólo del mejor cine clásico sino de cómo hacer un film de época, al punto de que el espectador parece estar compartiendo, de modo privilegiado, con médicos y asistentes de toda laya, el día a día de un ocaso histórico.

Fuera de concurso también se vieron Exil, de Rithy Panh, una nueva incursión del gran director camboyano en el genocidio que marcó a fuego la historia de su país, y Gimme Danger, un estupendo documental de Jim Jarmusch sobre Iggy Pop y el grupo The Stooges, que a partir de 1967 y desde una ciudad marginal como Ann Arbor vino a revolucionar la escena del rock hasta convertirse en pionero de muchos de los movimientos y grupos que surgieron luego, desde los Sex Pistols hasta los White Stripes.

Jean-Pierre Léaud se llevo la Palma de Oro a la trayectoria.

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Loach recibe de manos de Mel Gibson la Palm d’Or del Festival de Cannes, por Yo, Daniel Blake.
Imagen: EFE
 
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