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Jueves, 26 de octubre de 2006

CINE › “EL CAMINO A GUANTANAMO”

Tras el rastro de un nombre siniestro

El camino a Guantánamo es un ejercicio de denuncia de Michael Winterbottom.

 Por L. M.

Tres años después de haberse llevado el Oso de Oro a la mejor película por In This World (aún inédita en Argentina), el via crucis de dos refugiados afganos que conmovió a la Berlinale en el mismo momento en que se llevaban a cabo en todo el mundo las marchas masivas contra la invasión estadounidense en Irak, el británico Michael Winterbottom –en colaboración con Mat Whitecross– ganó en febrero pasado el premio al mejor director del Festival de Berlín con El camino a Guantánamo, otra invectiva contra la política de intervención de George Bush en la región.

Basado en una historia real, de gran repercusión en la prensa de su país, el ecléctico realizador de Código 46 y 24 Hour Party People narra aquí el camino de cinco amigos adolescentes británicos, de origen paquistaní, que durante un viaje a Karachi, en septiembre de 2001, terminan como prisioneros de las fuerzas de la Alianza del Norte, en Afganistán, para luego pasar a ser considerados prisioneros de guerra por el ejército de ocupación norteamericano, con un pasaje garantizado a la infame prisión militar de Guantánamo.

La idea de los muchachos era simple: acompañar a uno de ellos a su boda con una chica paquistaní que, siguiendo las tradiciones de su pueblo, le había encontrado su madre. Una vez en Karachi, deciden cruzar la frontera hacia Afganistán, un poco impulsados por la encendida arenga de un imán, pero otro tanto en busca de una aventura de la que nunca llegan a imaginar sus consecuencias. Después de un viaje cada vez más azaroso, en el que los amigos se van dispersando, tres de ellos (conocidos luego como los “Tipton Three”, por la ciudad británica de la que provenían) terminan atrapados entre dos fuegos: por un lado, los talibanes; por el otro, los bombardeos norteamericanos. Para cuando quieran recapacitar, se encontrarán atados, encapuchados y torturados por oficiales estadounidenses y británicos (más agentes de la CIA y el MI5), que pretenden que esos chicos paquibritánicos confiesen nada menos que el escondite de Osama bin Laden.

“De lo único que estamos seguros es de que son malas personas” (bad people) y de que los vamos a detener por todos los medios que sean necesarios”, dice George W. Bush en la primera imagen de la película, ante la mirada cómplice de Tony Blair. El nuevo film de Winterbottom, concebido en principio para la televisión europea, utiliza mucho material de archivo, con el que va pautando el contexto que enmarca su historia. A esos noticieros, El camino a Guantánamo suma a su vez el testimonio directo de los auténticos implicados, que van narrando a cámara sus desventuras como si estuvieran frente a un jurado, exponiendo su verdad. Y finalmente el tercer eslabón que Winterbottom agrega a su engranaje narrativo es la reconstrucción ficcional de ese calvario, que duró casi tres años, hasta que finalmente los tres muchachos fueron liberados, después de haber estado presos sin cargos formales y de haber sufrido todo tipo de torturas.

“Todavía quedan más de 500 detenidos en Guantánamo, en las mismas condiciones”, informa la película en su epílogo, a modo de agit-prop. Más allá de su encendida denuncia, con la que es imposible no estar de acuerdo, el problema con The Road to Guantánamo no es tanto su formato televisivo, sino más bien el mismo dilema al que se enfrentaba por ejemplo Fahrenheit 9/11, de Michael Moore: es una película que parece predicar para los convencidos.

7-EL CAMINO A GUANTANAMO

The Road to Guantanamo, Gran Bretaña, 2006.

Dirección: Michael Winterbottom y Mat Whitecross.

Guión no acreditado.

Fotografía: Marcel Zyskind.

Música: Harry Escott y Molly Nyman.

Intérpretes: Rizwan Ahmed, Farhad Harun, Waqar Siddiqui, Afran Usman.

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Winterbottom hace un ensayo alla Michael Moore, cruzando el formato ficcional con el testimonio.
 
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