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Jueves, 15 de febrero de 2007

CINE › “EL ULTIMO REY DE ESCOCIA”, DE KEVIN MACDONALD

Idi Amin, una especie de rock star afiebrado y sanguinario

Forest Whitaker se luce como el dictador de Uganda, generando una fascinación que gana todo el film.

 Por Horacio Bernades

Basada en una novela, El último rey de Escocia hace centro en la relación ficcional entre el increíble dictador ugandés Idi Amin Dada y un joven médico escocés a quien aquél designa, de la noche a la mañana, médico personal y hombre de confianza. Lo curioso es que Amin, que existió en realidad, es un personaje perfectamente inconcebible, mientras el doctor Garrigan, que sólo existe en la ficción, es quien representa el sentido de realidad. Es la seducción del monstruo sobre la normalidad lo que le da nervio, atractivo y dinamismo a El último rey de Escocia, permitiéndole a Forest Whitaker su primera nominación a un Oscar. Cosa que no había logrado ni siquiera con la formidable encarnación de Charlie Parker en Bird, que lo lanzó a la fama hace casi veinte años.

La historia indica que en 1971, tras un golpe de Estado en el que contó con decidido apoyo inglés, el general Idi Amin Dada (nacido Idi Awo-Ongo Ongoo) asumió la presidencia de Uganda, ex colonia británica. Recién asumido, el colorido general –que se ufanaba de tener cuatro esposas, treinta amantes y más de veinte hijos– hizo una serie de promesas de corte liberal. En el curso de unos meses, las buenas intenciones fueron reemplazadas por el culto a la personalidad, la bravuconería de Estado, las ejecuciones públicas, amenazas de invasión a países vecinos y el secuestro, tortura y asesinato de unos 300 mil ciudadanos, según las estimaciones más prudentes. Luego de que las principales potencias le quitaran su apoyo, en 1979 el hombre fue derrocado. Murió en 2003, a los 79 años, asilado en Arabia Saudita.

En El último rey de Escocia, el veinteañero Nicholas Garrigan funciona como representante del espectador. Recién recibido de médico y para huir de un padre insoportable, Nicholas (magnífico el escocés James McAvoy, fauno de Las crónicas de Narnia) apoya el dedo a ciegas sobre un globo terráqueo y decide ir a parar donde el azar le indique. El azar dice “Uganda”, y Nicholas desembarca en el aeropuerto de Entebbe días después de la toma del poder por el general que más tarde se declararía “Presidente de por vida, Señor de todas las bestias de la tierra y los peces del mar, conquistador del Imperio Británico en Africa en general y en Uganda en particular”. Aunque un médico y su esposa (rubia, Gillian Anderson está espectacularmente bella) le hacen advertencias, al primer discurso público de Su Excelencia Nicholas está saltando, gritando y vivando como si estuviera en un concierto de rock (detalle absolutamente pertinente: son los primeros ’70 y el muchacho viene del Reino Unido).

Showman exuberante y caprichoso, Amin parece, en efecto, un rock star en uniforme de combate. Doble asociación argentina: por un lado, este salvaje nada bueno recuerda al Facundo Quiroga imaginado por Sarmiento; por otro, su relación con el deslumbrado hombre blanco se parece a la que en los años ’90 mantuvieron dos Carlos: Menem y García. Como Garrigan, la película entera se deja arrastrar por la fascinación generada por esta suerte de Ello en versión tamaño baño, lo cual constituye su máximo acierto. Con una cámara en permanente movimiento (incluso cuando no está muy justificado), angulaciones desequilibrantes, montaje entrecortado y los tonos sobresaturados que imprime el virtuoso Anthony Dod Mantle (fotógrafo de cabecera de Lars von Trier), el escocés Andrew MacDonald da vida, en la persona de Amin y su ejército de matones, a un Africa peligrosa, afiebrada y brutal.

Con sus casi dos metros y ciento y pico de kilos, Amin hace bromas infantiles y da tremebundas risotadas, imparte órdenes incomprensibles y se enreda en delirios paranoicos. Sus temibles miradas anuncian un horror que Garrigan se niega a ver. Ese horror finalmente se desata, en el marco del desembarco del avión de Air France secuestrado por miembros de la OLP, y lo hace entre desmembramientos y torturas de cine gore. Antes que un verdadero viaje al corazón de las tinieblas, El último rey de Escocia parecería un tour despreocupado e irresponsable hacia ese mismo sitio, ayudado por una subtrama de espionaje, en la que el siempre conspirativo Foreign Office tiene activa participación. Es sobre el final que MacDonald cambia de portavoz, eligiendo a un hombre virtuoso en lugar del confundido y asustado Garrigan. A través de sus ojos impolutos, el objeto de fascinación deviene mero monigote sangriento y la película abandona a su objeto de seducción, como quien se deshace de un amante impresentable.

7-EL ULTIMO REY DE ESCOCIA

(The Last King of Scotland) Gran Bretaña/Alemania, 2006.

Dirección: Kevin MacDonald.

Guión: Peter Morgan y Jeremy Brock, sobre novela de Giles Foden.

Fotografía: Anthony Dod Mantle.

Intérpretes: Forest Whitaker, James McAvoy, Kerry Washington, Simon McBurney y Gillian Anderson.

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El film se centra en la relación ficcional de Amin con un médico veinteañero, inglés y blanco.
 
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