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Jueves, 1 de marzo de 2007

CINE › NUEVO SALTO SIN RED DEL DIRECTOR DE “BAJO LA ARENA”

Un melodrama seco, cortante, que no se anda con lágrimas

Ozon narra la historia de un hombre enfrentado a la muerte, pero que decide aprovechar el tiempo que le queda, el Tiempo de vivir.

 Por Luciano Monteagudo

Romain tiene 31 años, es fotógrafo de modas, dinámico, exigente, intolerante incluso. Su mundo es rápido, fugaz, superficial (al film le basta solamente una escena para retratarlo). Un día cualquiera se entera de que no le quedan más de tres meses de vida. Así, sin anestesia. Tiene un cáncer diseminado. “No identificamos el núcleo original”, le dice su médico, sin rodeos. Romain no duda: nada de quimioterapia. No tiene sentido, no tiene chances. No se trata de abandonarse a la enfermedad, de rendirse sin dar pelea, sino de otra cosa, de aprovechar el tiempo que le queda, el tiempo de vivir. El inasible director francés François Ozon –que salta de un film a otro sin red, cambiando de tono y estilo, sin renunciar a su identidad– filma esos días y esas noches sin histeria ni lágrimas excesivas. El suyo es un melodrama seco, económico (apenas 80 minutos), cortante. Cuando Romain se permite llorar, sobre el banco de un parque, la cámara de Ozon ya se ha alejado, para exponer mejor la dimensión de su desamparo.

A diferencia de Son frére (2003), de Patrice Chereau, que abordaba un caso similar, en Tiempo de vivir no hay nada mórbido en su aproximación al tema. El de Ozon no es un film sobre la enfermedad, sobre el deterioro del cuerpo. Por el contrario, es una aproximación a lo que sucede en el interior del personaje (lo cual exige un enorme esfuerzo al notable Melvil Popaud, que está a la altura de esa exigencia). En la radicalidad de su actitud, Romain no le dice nada a nadie: ni a su amante, al que prefiere echar de su lado; ni a sus padres, que no terminan de comprenderlo; ni a su hermana, a quien agrede por su conformismo burgués. Romain es gay, libre, misántropo. La familia no es lo suyo, claramente. O al menos eso cree.

La emoción desnuda de esta película está allí, en este secreto que el espectador comparte con el personaje principal y que todos los demás personajes ignoran, en este cara a cara laico, púdico y solitario con la muerte. Todos menos uno: la abuela Laure (la gran Jeanne Moreau). Con ella sí se confiesa. La reconoce como a un par. “¿Por qué a mí?”, le pregunta Laure. “Porque vas a morir pronto”, le responde Romain. No hay crueldad en esa afirmación. Solamente la certeza de una realidad que los une. Ella también lo interpreta así. “Ya no siento nada, sólo un vago deseo, y un poco de ternura, a veces”, se sincera Romain. No sabe qué hacer: “Sigo mis instintos”, dice. Y Laure aprueba. Ella también se enfrentó alguna vez a la muerte (la del hombre de su vida) y no hizo otra cosa. Dejarse llevar por su impulso vital, aunque eso le valieran la soledad y el escarnio.

Toda la intensa verdad que tiene este encuentro de Romain con su abuela se pierde un poco en otro encuentro que Ozon le propone a su personaje. En una cafetería, una moza (Valeria Bruni-Tedeschi, que venía de hacer con Ozon Vida en pareja) le propone, a quemarropa, que se acueste con ella, que le haga un hijo. Su marido aprueba: es estéril. Romain duda. “No me gustan los chicos”, dice. Sin embargo, no hace más que recordar su infancia, volver a ver al chico que él fue. ¿Y si dejara una huella de su paso por el mundo? Ozon maneja este momento con la misma parca sobriedad que el resto de la película, pero no funciona igual: aquí se nota el peso, el voluntarismo del guión, contra la vida y la espontaneidad de la puesta en escena que priman en el resto del film.

El propio director ha señalado que Tiempo de vivir integra una trilogía sobre la muerte que inició con Bajo la arena (quizá su mejor film, con una actuación consagratoria de Charlotte Rampling) y que continuará con un film sobre la muerte de un niño. Quizá no haga falta. Quizá ya sea ésta. Quizás ese niño sea Romain, en el plano final, de vuelta a la playa de su infancia, bañado por la calidez del sol, rodeado del rumor del mar y el tibio parloteo de las familias que construyen sus efímeros, felices castillos de arena.

7-TIEMPO DE VIVIR

(Le temps qui reste) Francia, 2006.

Dirección y guión: François Ozon.

Intérpretes: Melvil Popaud, Jeanne Moreau, Valeria Bruni-Tedeschi, Daniel Duval.

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Melvil Popaud está a la altura de la exigencia de su personaje.
 
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