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Viernes, 23 de marzo de 2007

CINE › “CIUDAD EN CELO”, ESCRITA Y DIRIGIDA POR HERNAN GAFFET

Sobre la metafísica porteña

El primer largo de ficción del director de Oscar Alemán, vida con swing se nutre de la cultura tanguera y del cine argentino de los años ’30, pero se queda en los estereotipos y los lugares comunes.

 Por Luciano Monteagudo

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CIUDAD EN CELO
Argentina, 2006.

Dirección y guión: Hernán Gaffet.
Fotografía: Marcelo Camorino.
Música: grupo La Chicana y otros.
Intérpretes: Daniel Kuzniecka, Adrián Navarro, Dolores Solá, Claudio Rissi, Nuria Gago, Viviana Saccone, Juan Minujin.

Ganador del Premio del Público en el reciente Festival de Mar del Plata, Ciudad en celo es el primer largometraje de ficción de Hernán Gaffet, que venía de hacer sendos documentales sobre el jazz (Oscar Alemán, vida con swing) y el rock (Argentina Beat) en nuestro país. Ahora el género que le da el tono a su nueva película es el tango, no sólo porque el grupo La Chicana, encabezado por la cantante Dolores Solá, le pone música a varios momentos de Ciudad en celo, sino también porque los personajes y los ambientes del film de Gaffet responden a la más rancia mitología tanguera, aquella que habla del cafetín de Buenos Aires, las penas de amor, la vieja y el buzón de la esquina.

Dos amigos de la adolescencia que ya rondan los 40 años, Sergio (Daniel Kuzniecka) y Marcos (Adrián Navarro), se reúnen regularmente en el Garllington, café cuyo nombre refiere obviamente a Gardel y a Ellington, los dos ídolos del dueño de casa, Duke (Claudio Rissi), un amigo más a la hora de sentarse a la mesa a filosofar de minas y levantes. Guionista de cine siempre falto de inspiración, Sergio viene de separarse de su mujer en las peores circunstancias y encuentra consuelo en las anécdotas de Marcos sobre sus azarosas conquistas y en la verborragia del Duke, que siempre parece tener un lugar común en la punta de los labios.

A ese universo eminentemente masculino, poblado de chistes machistas que la película celebra junto a sus personajes (“Ojo que las más lindas no siempre son boludas”, pontifica el Duke), se suma Valeria (Dolores Solá), una mina rea y compañera, que curiosamente supo ser novia de Sergio y Marcos y también de un antiguo integrante de esa mesa de los sueños (Juan Minujin), un muchacho de barrio al que perdieron las luces del centro y al que el guión súbitamente hace suicidar, quizá porque cambió esas raíces nacionales y populares por el espejismo de la modernidad yuppie.

“¿Cuál es el sexo de Buenos Aires? ¿El Obelisco o el tajo de la Nueve de Julio?”, es una de las preguntas de la metafísica porteña que desvela a los amigos del Garllington. Para el Duke no hay dudas: Buenos Aires es una mujer, “imprescindible”. Tanto como Valeria, de la que todos esos amigos parecen seguir enamorados, aunque les cueste confesarlo, porque para eso son varones de buena ley, duros para llorar y rápidos para salir en defensa de una mujer golpeada o humillada, con la caballerosidad de los viejos tiempos.

Queda claro que el modelo elegido por Ciudad en celo es el cine argentino de los años ’30 y ’40, el del Negro Ferreyra, Manuel Romero y la universidad de la calle de Tita Merello. Ese cine fue en su momento auténticamente popular, espontáneo y conectado de manera muy precisa con su época. Lo que se entiende menos es qué clase de puente pretende tender el film de Gaffet, considerando que han pasado setenta años desde entonces, que la ciudad y sus personajes son otros, distintos, y que lo que en aquel entonces podían ser arquetipos –originales, frescos, vivos– hoy en Ciudad en celo parecen estereotipos, calcos, tópicos anquilosados de lo que la película supone es la cultura y la sensibilidad porteña.

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Minujin, Solá, Kuzniecka y Navarro: la barra del Café Garllington.
 
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