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Sábado, 26 de mayo de 2007

CINE › LA NUEVA PELICULA DE CATHERINE BREILLAT

“Una vieja amante”, o el día en que Asia invadió Francia

Asia Argento fue la protagonista indiscutida de la jornada de ayer, con un film de época inquietante. El estadounidense James Gray, en cambio, decepcionó con We Own the Night.

 Por Luciano Monteagudo
desde Cannes

No tiene uno sino tres films en el festival y –por encima de las divas de siempre, léase Catherine Deneuve o Angelina Jolie, que se pasearon estos días por la Croisette– se ha convertido en la verdadera estrella de Cannes, a la vez como figura mediática y como actriz-fetiche de los directores más arriesgados, esos a los que les gusta jugar en los bordes. En las funciones de medianoche, se la vio en Boarding Gate, de Olivier Assayas, como una prostituta de lujo, huyendo de la mafia china de la droga por las calles de ese laberinto llamado Hong Kong, y en Go Go Tales, una comedia licenciosa de Abel Ferrara, compone sin ninguna dificultad a una stripper cuyo número sobre el escenario incluye un mastín negro, sin dudas su color preferido. Y como si todo esto fuera poco, ayer iluminó la competencia oficial con el protagónico absoluto de Une vieille maitresse (Una vieja amante), la nueva película de Catherine Breillat, en la que demuestra que además de una fuerza oscura de la naturaleza también es capaz de ser una gran actriz, dotada para entregar momentos a la vez trágicos, eróticos e incluso cómicos, con un distanciamiento muy contemporáneo, que le permite estar tanto adentro como afuera de su personaje.

Habla indistintamente italiano, inglés, francés o español, se llama Asia Argento (Roma, 1975) y no es precisamente una recién llegada. Hija de la actriz Daria Nicolodi y del director italiano Dario Argento (para quien protagonizó en los ’90 algunas de sus películas más escalofriantes, como Trauma, El fantasma de la ópera y El síndrome de Stendhal), Asia es ya, también, una veterana de Cannes: en el 2000 presentó en la Quincena de los Realizadores su salvaje debut como directora –Scarlet Diva, que pasó por el Bafici– y el año pasado formó parte de la corte de la Maria Antonieta de Sofia Coppola, como Madame Dubarry, quién otra sino la amante libertina del rey Louis XV, un papel en el cual otras femmes fatales como Pola Negri y Dolores del Río ya habían dejado su marca.

Aquí, en el nuevo film de Breillat –de quien Buenos Aires conoció el escandaloso estreno de Romance–, Argento es la Vellini, hija ilegítima de una condesa italiana con un matador español, una mezcla definitivamente explosiva. La acción transcurre en París, hacia 1835 (“el siglo de Choderlos de Laclos”, informa al comienzo el film, como si quisiera advertir que se avecinan relaciones peligrosas) y toda la ciudad comenta el inminente casamiento del casanova Ryno de Marigny (Fu’ad Aït Aottou) con una virtuosa joya de la aristocracia francesa. Pero la preocupación del tout Paris no es tanto la vasta experiencia amatoria del pretendiente sino el hechizo que tiene sobre él una vieja amante, la Vellini, que ha convertido a Ryno primero en su prisionero y luego en esclavo de su pasión.

Basándose en una novela de Jules-Amédée Barbey d’Aurevilly (1808-1889), Breillat consigue la rara proeza de hacer de una película de época una obra de cine contemporáneo. Aunque son muy distintas en sus respectivos tonos, esa contemporaneidad de Une vieille maitresse es equivalente a la que consiguió Jacques Rivette en su película más reciente, Ne touchez pas la hache, presentada en Berlín en febrero pasado, ambientada en la misma época (a partir de una nouvelle de Balzac) y que tiene también como centro el amour fou que consume a una pareja ilegítima de la aristocracia. A diferencia de Rivette, cuyo tono es más grave, el film de Breillat se permite, en cambio, sumergirse de lleno en ese abismo de los amantes al mismo tiempo que los mira con cierta ternura y humor, como ese momento plenamente vampírico, cuando Ryno tiene el pecho abierto por la bala que recibió por batirse a duelo por ella y la Vellini, mientras le lame la herida, le dice muy seria: “Necesito beber tu sangre”.

Sin duda uno de los mejores films de Breillat (una directora tan celebrada en Francia como desconocida en Argentina), Une vieille maitresse le exige a Argento que se convierta en una malagueña furiosa, un poco a la manera de la Dietrich en Tu nombre es tentación (1935), de Joseph von Sternberg. “Catherine me pidió que viera a Marlene en The Devil is a Woman”, no pudo más que reconocer Asia aquí en Cannes. Y parece que le hizo caso... y aprendió muy bien la lección.

Una decepción, en cambio, fue We Own the Night, el tercer largometraje de James Gray, un cineasta que en sus dos films anteriores –ambos presentados en Cannes– se había revelado como un autor a seguir, una suerte de nuevo Francis Ford Coppola dedicado a revisar la influencia de la mafia rusa en Nueva York. Tanto Little Odessa (1994) como La traición (2000) eran films de un peso cinematográfico infrecuente, de una puesta en escena clásica y rigurosa, que ahora We Own the Night no necesariamente desmiente. El problema mayor del nuevo film de Gray, sin embargo, es que su historia (la de dos hermanos, uno policía y otro gangster) aspira a ser trágica pero termina siendo convencional, prosaica, a pesar de las excelentes actuaciones de Mark Wahlberg y Joaquin Phoenix y sobre todo Robert Duvall, como el padre de esos nuevos Abel y Caín de Brooklyn. Exageradamente abucheada en la función de prensa, la película de Gray tiene por lo menos una secuencia magistral, una ejecución mafiosa a toda velocidad, en una autopista, bajo una lluvia torrencial, donde los disparos son apenas ruidos sordos y fogonazos borrosos detrás de una dramática cortina de agua, como si el cielo se hubiera abatido sobre la triste agonía de sus personajes.

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Argento frente a los fotógrafos: la actriz italiana ya fue vista en tres películas del festival.
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