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Viernes, 19 de octubre de 2007

CINE › A LOS 86 AÑOS, MURIO DEBORAH KERR

El beso del final

La actriz, famosa por el beso con Burt Lancaster en De aquí a la eternidad, tuvo su apogeo en el Hollywood de los años ’50, donde compartió cartel con Robert Mitchum y Marlon Brando.

La actriz británica Deborah Kerr, estrella de películas famosas de Hollywood de los años ’50, como De aquí a la eternidad, Té y simpatía y El rey y yo, y que protagonizó uno de los besos más célebres en la historia del cine, murió el martes pasado en su casa de Suffolk, al sur de Inglaterra, informó ayer en Londres su representante. La actriz, que sufría desde hace años de la enfermedad de Parkinson, murió el martes en el condado de Surrey. El apasionado beso entre ella y Burt Lancaster, que ruedan abrazados y húmedos una noche de verano en una playa de Hawai, en De aquí a la eternidad (1953), bajo la dirección de Fred Zinnemann, provocó sueños eróticos en generaciones enteras de adolescentes. Esa playa de Oahu, que fue bautizada luego como “Eternity Cove”, en honor de la película, se volvió un lugar de peregrinación y todavía hoy es visitada por turistas del mundo entero. A su vez, la Academia del Cine estadounidense designó esa producción entre las cien películas más románticas en la historia del cine.

Los mismos académicos de Hollywood la nominaron al Oscar a la mejor actriz en seis ocasiones, pero nunca llegó a tener la estatuilla en sus manos hasta 1994, cuando la recompensaron con un Oscar honorario por su contribución a la industria del cine, un galardón que reconoció la “perfección, disciplina y elegancia” de su trabajo. Kerr deja a su esposo, el escritor y guionista Peter Viertel (autor del libreto de La reina africana), a dos hijas y tres nietos.

Nacida como Deborah Jane Kerr-Trimmer en Helensburg, Escocia, el 30 de septiembre de 1921, entre sus primeras películas se recuerdan El castillo del odio y La mujer lejana (ambas de 1941), Renacerá la aurora (1942) y Narciso negro, su primer título en Hollywood. Sin dejar su trabajo al otro lado del océano, Kerr tuvo éxitos en Estados Unidos como Eduardo, mi hijo (1949), dirigida por George Cukor; Las minas del rey Salomón (1950) y Quo vadis? (1951), con Stewart Granger y Robert Taylor, respectivamente. A diferencia de muchas actrices de su generación, Kerr no fue nunca un dechado de sex appeal, pero su delicada belleza le permitía papeles de mujeres tiernas y decididas al mismo tiempo, muy al gusto de las décadas de posguerra.

Además del éxito de De aquí a la eternidad (1953), actuó también en Julio César (1953), junto a Marlon Brando; Torres negras (1953), con Alan Ladd, y en El rey y yo (1956), con Yul Brynner, en el papel que 40 años después repitió Jodie Foster. En El cielo fue testigo (1957), donde trabajó junto a Robert Mitchum, fue dirigida nada menos que por John Huston, en tanto Vincente Minnelli la hizo lucir en Té y simpatía (1956), al lado del joven John Kerr, sin ninguna relación familiar con ella. Tuvo otras actuaciones memorables: Algo para recordar (1957), cuya banda sonora se hizo inmortal; Bonjour tristesse (1957), de Otto Preminger, sobre la famosa novela de Françoise Sagan, y Mesas separadas (1958), con un elenco de notables. También hizo Siempre te amaré (1959), con Rossano Brazzi y Maurice Chevalier; Tres vidas errantes (1960), de Fred Zinnemann, otra vez con Mitchum, y Posesión satánica (1961), dirigida por Jack Clayton sobre la novela Una vuelta de tuerca, de Henry James. Huston la volvió a dirigir en La noche de la iguana (1964), junto a Richard Burton y Ava Gardner, y en el rubro comedia salió airosa en Segunda luna de miel (1965), junto a Frank Sinatra, y la emblemática Prudencia y la píldora, con David Niven. Uno de sus últimos títulos fue E l arreglo (1969), de Elia Kazan, en la que debía soportar la infidelidad de su esposo Kirk Douglas con la joven Faye Dunaway.

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