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Jueves, 1 de noviembre de 2007

CINE › “EL INFINITO SIN ESTRELLAS”, DE EDGARDO GONZALEZ AMER

Miserias de pueblo chico

Basada en varios de sus relatos, la ópera prima de González Amer es un film modesto pero ajustadísimo, que pone en tensión una relación madre-hijo en un contexto de pobreza suburbana.

 Por Horacio Bernades

Amparadas por una política de subsidios que estimula el estreno a troche y moche, a lo largo del año se ha conocido una enorme cantidad de películas argentinas cuyos valores cinematográficos son, por decirlo suavemente, discutibles. De pronto, sin embargo, en medio de ese montón para el descarte surgen pequeñas sorpresas, alegrías a contramano, películas que se plantean como tales y no como meras operaciones de reembolso. Es el caso de El infinito sin estrellas, ópera prima de Edgardo González Amer, que previamente había publicado una considerable cantidad de cuentos y novelas. Basado en varios de esos relatos, este film modesto pero ajustadísimo muestra a un realizador que daría la sensación de trabajar sus materiales con la misma reconcentrada, sibilina paciencia con que la protagonista de la película borda y borda.

Como sucediera hace un par de años con Buenos Aires 100 km –otra callada artesanía local–, El infinito sin estrellas se acerca al barrio de las afueras a puro poder de observación, cerrando el paso a cualquier indicio de reblandecido costumbrismo. En las lejanías del Gran Buenos Aires hace foco en una casita, lo suficientemente apretada como para obligar al pequeño Mario (Gonzalo Cristando) a conciliar el sueño mientras a su lado la madre, Beatriz (Valeria Lorca), borda hasta tarde. A la mañana siguiente, Mario tiene que ir a la escuela. Siempre y cuando Beatriz no le pida una mano con la comida o la limpieza, yendo a cobrar unas cortinas o saliendo a vender repasadores. Que se haya presentado a un concurso de redacción demuestra que a Mario la escuela no le es indiferente. Pero Beatriz casi ni se entera. Lo cual no hace más que confirmar la asimetría de esa relación, en la que el chico parecería más el sobreexplotado cadete de un taller de costura clandestino que el niño de la casa. Se entiende que Beatriz tenga que exprimir el tiempo hasta el último minuto, ¿pero eso justifica que mande al hijo a la mercería, en lugar de a la escuela?

Si se entrevé en esa relación un núcleo perverso, el modo en que el realizador la trata, naturalizándola, acentúa el interés dramático, implantando en el contexto familiar y barrial una semilla en leve estado de descomposición. Así como la relación madre-hijo parecería tener un carácter de transacción antes que de lazo afectivo, algo semejante da la sensación de estar sucediendo con el mayorista que le encarga trabajos a Beatriz (Mario Paolucci, único miembro del elenco con antecedentes cinematográficos). El tipo le sigue dando bordados aunque su esposa no quiera saber nada, hace pasar a Beatriz cuando las cortinas metálicas están bajas y supone que la mujer no es la madre de Mario, sino su hermana. También aquí González Amer prefiere la elipsis a la exposición, la insinuación a la explicitación, la sospecha a la certeza. Todo lo cual representa un logro, no sólo en términos de mecánica dramática sino al aludir, por vía de la forma, al gato escondido que la familia y el barrio guardan en el ropero.

No parece casual entonces que sea un gato el que aparece ahorcado en el patio, para peor sin terminar de morirse, y todo porque su llanto evoca presuntamente el de un alma en pena. Es que la imaginación de Mario anda llena de muerte, desde que se enteró de que a una compañerita del colegio tuvieron que internarla de urgencia, al mismo tiempo que su madre inundó la casa con mortajas para bordar. Así como liga lo barrial a lo perverso y lo familiar a lo siniestro, González Amer pone en relación infancia y muerte, cerrando un círculo nada ingenuo. Es verdad que estéticamente El infinito sin estrellas puede parecer un film algo fuera del tiempo, como si no perteneciera a esta época. Confirmación, en tal caso, del riguroso ajuste entre forma y tema: es el barrio donde el film transcurre –ese “infinito sin estrellas” al que el título alude– el que en tal caso parece haber quedado fuera del tiempo.

Sería injusto no dedicarles un aparte a las actuaciones, todas ellas de precisión inusual, lo cual se verifica tanto en el caso de Valeria Lorca (actriz con larga experiencia teatral, que recién ahora debuta en cine) como en el del último figurante. Cargando con el peso de la película, presente en cada plano, el sobrio carisma de Gonzalo Cristando es el de un inocente en tren de perder justamente eso: la inocencia.

7-EL INFINITO SIN ESTRELLAS

Argentina, 2007.

Dirección y guión: Edgardo González Amer.

Fotografía: Carlos Torlaschi.

Intérpretes: Valeria Lorca, Gonzalo Cristando, Mario Paolucci, Iván Giachello y Rocío Pavón.

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Valeria Lorca y el niño Gonzalo Cristando, dos actuaciones de una precisión inusual.
 
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