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Domingo, 24 de febrero de 2008

CINE › ESTA NOCHE ES LA 80ª CEREMONIA DEL OSCAR

Con final abierto

Sin lugar para los débiles y Petróleo sangriento acumularon las candidaturas, pero La joven vida de Juno puede resultar una sorpresa.

 Por Luciano Monteagudo

Desde hace 80 años ininterrumpidos, llega sin falta, como si fuera una de las cuatro estaciones. O la quinta: la temporada del Oscar. El viento viene del norte, de las suaves colinas de Hollywood, allí donde siempre brilla el sol, y se siente ya a fines del año anterior, cuando aparecen los primeros estrenos con nombres famosos y temas importantes. Pero es en enero y febrero –y no importa cuál sea el hemisferio, si hace frío o calor– cuando el huracán Oscar se hace sentir en todo el planeta, con las salas de medio mundo adornadas con esas estatuillas doradas que prometen premios y brillos y éxito. Esta noche –neutralizada la amenaza que supuso la prolongadísima huelga de guionistas, que cedió ante la inminencia de la ceremonia de los Academy Awards– el inmenso Kodak Theater de Los Angeles será una vez más el vórtice de ese ciclón tan fugaz y banal como hipnótico.

Y este año viene con final abierto. Nadie –ni el New York Times ni los trade papers de Hollywood ni los apostadores de Las Vegas– se anima a mencionar un ganador seguro, al menos en las categorías principales (se da por sentado que Ratatouille se llevará la estatuilla a la mejor animación). Hasta ahora, las únicas verdaderas certezas son las que hacen estrictamente a la naturaleza del show: que el animador Jon Stewart ––nadie se acuerda, pero fue el anfitrión dos años atrás– hará más de un chiste sobre Hillary y Obama, considerando que las primarias del Partido Demócrata hegemonizan la atención de los medios en los Estados Unidos; que no faltarán alusiones a los huelguistas que casi dejan a la Academia sin su fiesta; y que aunque más no sea en el momento en que se premie al mejor largometraje documental se hablará de la intervención estadounidense en Irak y Afganistán, ya que tres de los cinco nominados en este rubro (en el que compite también Sicko, de Michael Moore) se ocupan del tema.

Por lo demás, es un año atípico. Y bañado en sangre. Las dos principales contendientes –Sin lugar para los débiles, de los hermanos Joel y Ethan Coen (todavía no estrenada en Argentina), y Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson, cada una con ocho candidaturas– tienen mucha más violencia de la que solía ser habitual en las favoritas de la Academia, hasta que el año pasado ganó Los infiltrados, de Martin Scorsese. Y otro tanto sucede con Promesas del este y Sweeney Todd, donde sus respectivos protagonistas, Viggo Mortensen y Johnny Depp, rivales por el Oscar al mejor actor, no dudan en mancharse las manos con sangre, hasta los codos. ¿Un signo de la época?

Es curioso, pero pocas veces como en esta oportunidad el votante medio de la Academia (y suman casi 6000) se debe haber encontrado con opciones tan off-Hollywood. Empezando por las dos películas que, rubro a rubro, fueron sumando la mayoría de las nominaciones. La ambición épica y la escala sobrehumana de Petróleo sangriento podrían hacer pensar que hay algo allí en lo que Hollywood sabe reconocerse, pero por otra parte la película –que narra la lucha monstruosa y solitaria de un pionero del oro negro– no sólo se permite cuestionar las bases mismas del capitalismo estadounidense sino que es de una oscuridad infrecuente para las soleadas terrazas de Beverly Hills o Rodeo Drive. En todo caso, Daniel Day-Lewis, que carga sobre sus espaldas con todo el peso de la película, tiene las mejores chances para llevarse un segundo Oscar al mejor actor, después del que ganó en 1990 por las proezas histriónicas de Mi pie izquierdo.

Se podría pensar que éste, por fin, debería ser el año de los hermanos Coen y que Sin lugar para los débiles es lo más cerca que pueden estar –que no es mucho– del gusto de la industria. Los ayuda que su película es una adaptación de una novela de Cormac McCarthy, un escritor en boga, que suma el prestigio de su Premio Pulitzer. Pero al mismo tiempo la lacónica cadena de muertes que provoca un maletín plagado de dólares de la mafia narco no es el tipo de historia de las que conmueven a los votantes de la Academia. Menos aún un final anticlimático, en donde el sheriff interpretado por Tommy Lee Jones cuenta a cámara no uno sino dos sueños consecutivos, a cual más abstruso. Se sabe que el español Javier Bardem está en alza en Hollywood y que su pyscho-killer ha despertado la simpatía de la comunidad cinematográfica de Los Angeles, lo que le puede valer una estatuilla al mejor actor secundario. Pero de ahí a los premios principales hay todo un trecho. Y a los Coen ya les pasó una vez, en 1996, cuando eran favoritos por Fargo y en cambio casi todos los caramelos se los terminó llevando El paciente inglés.

Ese mismo lugar –el del dramón romántico británico con fondo de guerra– lo ocupa ahora Expiación, deseo y pecado. Con siete candidaturas, la inflada adaptación que el director Joe Wright y el guionista Christopher Hampton hicieron de la novela de Ian McEwan le pisa los talones al film de los Coen y al de Paul Thomas Anderson. Amenaza con arrasar en rubros técnicos como dirección artística y vestuario y tiene para lucir en la ceremonia la candidata más joven en muchos años: Saoirse Ronan, 13 años, nominada a la mejor actriz secundaria, terna en la que compite con Cate Blanchett y Tilda Swinton, nada menos.

Si de lugares preestablecidos se trata, las otras dos películas que completan el rubro principal también lo tienen. Michael Clayton viene a ser lo que en su momento fueron Erin Brockovich (2000) y El informante (1999) o, más atrás en el tiempo, Network, poder que mata (1976): una denuncia de los avances corporativos sobre la sociedad estadounidense, que siempre al final, sin embargo, demuestra tener los suficientes anticuerpos para defenderse, a fuerza de honestidad e individualismo. Y La joven vida de Juno, sobre un embarazo adolescente, es la comedia que nunca falta para probar que las comedias nunca ganan. ¿O acaso este año será la excepción? Esta larga noche de domingo –que siempre termina en Buenos Aires en la desangelada madrugada del lunes– se sabrá la respuesta.

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Expiación, de Joe Wright.
 
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