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Jueves, 10 de abril de 2008

CINE › PASION AL ATARDECER, DIRIGIDA POR LAJOS KOLTAI

Melodrama en dos tiempos

Con un “exceso de elenco” que suma a Meryl Streep, Glenn Close y Vanessa Redgrave, el film cuenta historias en dos épocas diferentes. La más antigua tiene cierta tensión dramática; la otra cae en los lugares comunes de las chick flicks.

 Por Horacio Bernades

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PASION AL ATARDECER
(Evening, EE.UU./Gran Bret./Alemania, 2007)

Dirección: Lajos Koltai.
Guión: Susan Minot y Michael Cunningham, sobre novela de Minot.
Intérpretes: Claire Danes, Toni Colette, Vanessa Redgrave, Patrick Wilson, Glenn Close, Meryl Streep y Natasha Richardson.

Después de Las horas, en Pasión al atardecer el novelista Michael Cunningham vuelve a querer abarcar el mundo femenino mediante una multiplicidad de relatos. Si allí los hilos narrativos paneaban entre tres generaciones, aquí lo hacen en dos tiempos, a partir de los recuerdos de juventud que una mujer evoca en su lecho de muerte. Claro que mientras Las horas estaba basada en la novela homónima, aquí Cunningham aparece como coguionista (junto con Susan Minot, autora de la novela original) y productor ejecutivo. Esta última función le habrá dado un buen margen para imponer gustos y decisiones personales.

En el presente del relato, una mujer gravemente enferma (Vanessa Redgrave, demacrada y en camisón) recibe a las dos hijas, que vienen a hacerle compañía. Por esas convenciones del género chick flick o “películas para mujeres”, una de las hijas (Toni Colette, a quien en En sus zapatos le tocaba el papel inverso) es la oveja negra, mientras que la otra (la inane Natasha Richardson, hija de Redgrave en la vida real) siempre fue la chica 10. De allí que se presente en casa de mamá con su impecable familia, mientras que su hermana lo hace con un enésimo novio, con el que no piensa casarse. No porque sea una playgirl de aquéllas (al estilo de Cameron Díaz en En sus zapatos, para seguir con el ejemplo) sino, por el contrario, por su baja autoestima. Desde ya que entre ambas hermanas las facturas impagas crecen como hongos. Aquí aflorarán todas, apuradas tal vez por el escaso tiempo de que disponen.

Salta a la vista que esa zona del relato se contenta con refritar un sinfín de fórmulas trilladas. Más interés tienen los dilemas amorosos de mamá Redgrave en la juventud, que ella evoca como quien nada en un mar de regresiones y fantasías, producto de la fiebre y las pastillas. En la recreación de unos años ’50 de gomina y descapotables, en un ámbito familiar de amplios parques en pendiente y gran chalet frente al mar, el formato scope y el diseño de producción sirven el equivalente a una bandeja de brownies visuales para la hora del té. Teniendo por protagonistas a la Redgrave joven (Claire Danes), su novio borrachín y en el closet (el transpirado Hugh Dancy) y el guapetón hijo de la mucama (Patrick Wilson), esa segunda historia funciona como melodrama de época. Puede ser que atrase varias décadas, pero tiene tensión dramática. Algo de lo cual los fragmentos en presente no pueden enorgullecerse.

Ese melodrama recurre sin mucho pudor a fuentes literarias tan a la vista como pueden serlo El amante de Lady Chatterley y la obra entera de Scott Fitzgerald. Pero al menos hay amores prohibidos y cruzados, impulsos suicidas, deseo, borracheras, desesperación y muerte. Ah, por allí aparecen Glenn Close (como la suegra de Claire Danes, en el pasado) y Meryl

Streep (como su cuñada, en el presente), completando un caso típico de overcast o exceso de elenco, al que el húngaro Lajos Koltai (director de fotografía de István Szabó, director él mismo de la estimable y totalmente distinta Sin destino) conduce con obediencia de empleado.

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Meryl Streep y Vanessa Redgrave, dos pesos pesado del cine en un film predecible.
 
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