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Martes, 18 de septiembre de 2012

PLASTICA › LA EXPOSICIóN DE DANIEL GARCíA EN EL CENTRO CULTURAL HAROLDO CONTI

La obra justa en el lugar preciso

La muestra de pinturas del artista rosarino resulta, por sus temas, tratamiento y evocaciones, de una coherencia impactante en relación con el contexto del lugar de exhibición: la ex ESMA.

 Por Fabián Lebenglik

“Vivir después”, “supervivencia”... son dos traducciones aproximadas del término alemán Nachleben (tomado del historiador y teórico del arte Aby Warburg y retomado por el pensador francés Didi Huberman) que Daniel García (Rosario, 1958) eligió como título para la muestra que está presentando en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Ccmhc).

En el campo de la teoría estética, este concepto remite al modo en que las imágenes y la cultura perviven, y por lo tanto reaparecen e irrumpen a través del tiempo. Pero la supervivencia anacrónica no es producto de un programa ni del sentido de la oportunidad, sino que, como dice Didi Huberman, al modo de un síntoma, “jamás sobreviene en el momento oportuno, aparece siempre a destiempo, como una vieja enfermedad que vuelve a importunar nuestro presente”.

Precisando un poco el sentido, el propio artista aclara que “de todos modos, el empleo de este término como título de mi muestra tiene un uso más metafórico que teórico. Nachleben como fantasma, algo que habiendo sufrido la muerte física se rehúsa a sufrir una muerte simbólica. Quise evocar las distintas ideas relacionadas con este concepto (como supervivencia, anacronismo, síntoma) y vincularlas con la siniestra historia del espacio donde la muestra tiene lugar y también con mi propia pintura, con mi modo de trabajar y mi uso de las imágenes”.

La muestra se compone de veintitrés obras realizadas entre 1990 y 2012, y dos de ellas, Reconstrucción 1 y 2, de grandes dimensiones, son enormes retratos, uno masculino y uno femenino, dibujados in situ por el artista.

Aunque hay obras separadas en el tiempo por más de veinte años, la exposición no puede considerarse antológica porque la selección y el montaje muestran una coherencia y un recorte particulares, fuera también de la cronología, porque justamente el tiempo es un componente al que la exhibición cuestiona.

Cuando se trata de una exposición artística, nunca conviene eludir el contexto y las condiciones de exhibición, pero especialmente en este caso, el lugar de exposición, donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada, que terminó siendo sinónimo de campo clandestino de detención, tortura y aniquilamiento, es un contexto no sólo insoslayable sino además determinante y constitutivo del sentido, de la mirada. Ese pasado ominoso todo lo tiñe. Como escribe Rubén Chababo en el texto de presentación de la exposición, “En este aquí, que no es el de los museos tradicionales ni el de las galerías de arte, sus lienzos parecen resignificarse al entrar en diálogo con el espacio amplio y vacío que los cobija. No hay nada en este sitio que alguna vez cobijó cuerpos, no hay ni sombra ni aliento de los cuerpos y las voces que lo habitaron, ni siquiera una mínima huella, pura atmósfera atrapada entre cemento y piedra en la que el pasado se ha invisibilizado, filtrándose a través de estos lienzos, como si ellos fueran ventanas por las que el pretérito nos anuncia la fuerza inextinguible de su permanencia”.

Las imágenes cautivantes, incómodas e inquietantes de Daniel García, lejos de importunar con su “supervivencia” (o su “vivir después”), resultan sumamente apropiadas para este lugar, porque ya traían consigo una carga de sentido alrededor de lo abyecto y lo ominoso.

La muestra se abre y cierra con aquellos enormes retratos dibujados especialmente que, por su escala y realización, lucen, desde su título, como el efecto de rostros compuestos al modo de identikits, y allí también aparece “naturalmente” inducida una interpretación según la cual se liga el presente de la muestra con el pasado del lugar en que está exhibida.

Seis obras pertenecen a la serie de “camillas”, que Daniel García pintó durante los años noventa. Allí reflexiona sobre el arte comprometido, las ideologías políticas y estéticas, a través de símbolos y palabras fuertemente cargados. En esas camillas la pintura ocupa el sitio de lo “urgente” y al mismo tiempo el lugar póstumo y de museo que, en el mejor de los casos, la posteridad destina para las obras de arte.

En los cuadros de aquellos años, los cuerpos, los objetos y las cabezas lucían anacrónicos a partir del tratamiento de la imagen: chorreaduras, desgarramientos, capas de pinturas, manchas, colores e imágenes como “gastados” por el tiempo. Sus pinturas están realizadas con un apego irónico por el discurso científico del siglo XIX. En sus imágenes se advierte la reactualización de la historia, y también la crónica de un pasado que tiene ecos en el presente. Las cabezas y los cuerpos de los cuadros de Daniel García siempre están de vuelta del dolor, atravesando infiernos pasados, presentes y futuros. La imagen que prevalece en la exposición es la de las cabezas y retratos. Cabezas sin cara; rostros como máscaras funerarias o identikits; evocaciones de infancias lejanas, tal vez interrumpidas. Una serie de cabezas que a lo largo del tiempo tomaron el lugar y la forma de una galería de “casos”, tal como lo tomaría el discurso científico o jurídico: imágenes de la excepcionalidad, de la violación de la norma. Lucen como casos criminales, clínicos o psiquiátricos. Como víctimas.

Otra serie de pinturas de los años 2000, que evocan dentaduras realistas, exhibida en lo que fue la ESMA adquiere sentidos funestos. Algunas de esas obras llevan por título “Remordimientos”.

“Las obras de Daniel García –dice Chababo en la presentación– son poderosamente melancólicas, hablan de lo que perdura como destello en la pátina sensible de la memoria y de lo que a su vez ya no será como alguna vez fue y que sólo es posible atrapar en tiempo presente mediante el esfuerzo de trabajar la tela hasta encontrar lo que debajo de ella se oculta. John Berger dice que las imágenes son algo más que una manifestación del universo que habitamos, son su testimonio, sí, y al mismo tiempo su interrogación, son una afirmación de lo que hemos visto alguna vez en la vida, pero también parte de nuestra imaginación.

Daniel García trabaja en ese límite indeciso que separa lo real de lo imaginario. Hubo una vez un cuerpo, hubo un rostro, una piedra, un párpado insomne, un ojo que miraba. Todo eso está allí, viniendo hacia nosotros.

Y nosotros de pie, frente a la tela, siendo testigos de lo que llega hasta casi tocar nuestra piel, para anunciar su próxima evaporación.” (En el Centro Cultural Haroldo Conti, Libertador 8151, hasta el 4 de noviembre).

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Vista parcial de la muestra de Daniel García. En primer plano un retrato en grafito.

Otro retrato de Daniel García hecho in situ.

Pinturas de la serie de las dentaduras.
 
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