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Martes, 25 de agosto de 2015

PLASTICA › MUESTRA AL CAMINO DE LAS MUSAS, EN EL CENTRO RECOLETA

Sobre ensoñaciones eclécticas

Hasta fin de mes es posible disfrutar de la deriva de estilos en las pinturas de Alfredo Prior, gracias a la antología personal en que se condensan cuatro décadas de trabajo en una treintena de obras.

 Por Fabián Lebenglik

El Centro Cultural Recoleta presenta hasta fin de mes una exposición antológica de Alfredo Prior (1952), que abarca cuarenta años de producción a lo largo de una treintena de obras elegidas por el propio artista.

Apenas se entra en la enorme sala con forma de flecha que lleva el nombre de Cronopios, las pinturas deleitan al visitante por la paleta, tonalidades, brillos, texturas, formatos y también, entre otras cosas, por las escalas de los personajes perdidos en paisajes abstractos, nubes y brumas de colores.

La pintura ficticia, densa, engañosa de Alfredo Prior es literalmente un caldo de cultivo visual y cultural. En parte la atracción que ejerce su obra se define por el gesto que cruza la historia del arte con la literatura y la música, en todos los sentidos y niveles de composición y apreciación.

Los cuadros y objetos pueden ser vistos como territorios poblados de estilos combinados, citas, homenajes, burlas y chistes, críticas, aplicados al mismo tiempo con ironía y ternura, por momentos también con cinismo. Las principales “inspiraciones” del artista son la música, la literatura (especialmente la poesía), la historia del arte.

Para Prior, toda pintura es anacrónica por contraste con un paisaje cultural en el que todo es instantáneo y la reflexión es mercancía escasa. Dentro de ese territorio que se percibe y se ofrece como anacrónico aparece la ensoñación, lo irracional y lo fantástico, la oscilación entre el escepticismo y la convicción, entre la distancia y la subjetividad.

Se trata de la obra de un artista que tiene una gran cultura y una enorme capacidad de invención, que le permiten “traficar” borgeanamente tanto saberes exquisitos como citas apócrifas y lugares comunes.

Puede verse también, en la cuota de orientalismo que muestran sus cuadros, un motor para los brillos y ficciones visuales basadas tanto en el conocimiento como en la especulación, en el saber y en el juego, que a su vez provoca el saber, el juego y las lagunas o desconocimientos del espectador.

El recorrido de la muestra es placentero: invita a los visitantes a ir de una obra otra para ir descubriendo con simpatía que todo es al mismo tiempo creible pero también un bello vestido, un orientalismo ficticio, en el que se cruzan el lujo y su imitación.

Hay una enciclopedia detrás de sus obras, sus temas y componentes, que responde a un mecanismo: la entrega absoluta a aquello que se evoca y la distancia irónica y corrosiva hacia los clichés del género o el tema evocados.

Gracias a la muestra es posible viajar por capítulos zoológicos, cósmicos, mitológicos, literarios, musicales, históricos. Y casi siempre aparece algún personaje solitario –sobre todo osos y osas–, abismado por el vértigo que le toca en suerte.

El itinerario es de ida y vuelta: del sueño a la pesadilla y de la pesadilla al sueño, en pos de un pasado perdido en un futuro incierto.

Los personajes de las pinturas de Prior lucen solitarios, enfrascados en una lucha con lo abstracto, risibles y heroicos, también fantasmagóricos, por momentos “divinos” (en el sentido de creadores de mundos), casi siempre entre infantiles y perversos, inmersos en ese caldo de cultivo en que sobresalen los colores y texturas. Por otra parte, la zoología antropomórfica del pintor puede pensarse como una mitología trasnochada en la que los animalitos se han extraviado en un mundo raro y ajeno en el que aparecen como souvenirs nostálgicos.

Hay en la muestra una larga serie de long plays –antigua fuente de la música, una de las principales influencias del artista– utilizados como soporte de la pintura, en un juego literal y metafórico al mismo tiempo, en el que se puede describir, al modo de una postal del romanticismo, una escena vista a través del filtro de la luz de la Luna, en una noche brumosa, cargada de melancólica ensoñación: porque los románticos elegían la noche como momento privilegiado de la jornada y la nocturnidad como predisposición anímica. Así, el artista prioriza una perspectiva desde la cual le da al mundo (de la pintura) la forma de sus cultivadas sensaciones e inspiraciones.

Los románticos practicaban la sinestesia, la contaminación de los sentidos, gracias a la cual era muy común que una música generara una pintura y una pintura, a su vez, una música.

En este pintor la superficie se vuelve profunda porque la vestimenta de los estilos se transforma en un efecto de sentido que impera en todas las obras: la apariencia no es tal y el disfraz supone un modo de presentación, porque genera un modo de decir y mostrar inconfundibles. Toda esa distancia que instauran las capas de cultura queda suspendida en el propio acto de pintar, animado por una convicción absoluta.

La delicadeza que ofrece Prior al disfrazar sus gustos, convicciones, saberes y ternura con el velo de la ironía genera versiones alucinadas de El Principito: personajes de una naturalizada sabiduría con toques de ingenuidad, abismados por el presente.

En ese mundo ecléctico y anacrónico de un arte combinado con otros siempre hay un guiño. Sus obras parecen ajustarse a un mecanismo estético y, al mismo tiempo, en algún punto lo refutan y sonríen.

La exposición, que cuenta con el montaje de Gustavo Vázquez Ocampo y de la que participa la galería Vasari, sigue en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta fin de mes.

Vista parcial de la antología de Prior en el Centro Recoleta.

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Uno de los long plays pintados de Alfredo Prior.
 
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