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Martes, 4 de octubre de 2005

PLASTICA › HOMENAJE A “LA CONDESA SANGRIENTA”, DE ALEJANDRA PIZARNIK

La letra con sangre entra

Una efeméride forzada –29 años transcurridos desde la publicación de la 2ª edición– sirve como pretexto para que una treintena de artistas celebre visualmente un texto bello y premonitorio de Pizarnik.

 Por Fabián Lebenglik

El punto de partida de la muestra es la celebración –a través de las artes visuales– de una efeméride literaria: los 29 años transcurridos desde la publicación de la segunda edición de La condesa sangrienta, de Alejandra Pizarnik. Pero algo suena raro: 29 años no es un período redondo, necesariamente memorable, sino una cifra caprichosa. Lo mismo sucede con la edición festejada: se trata de la segunda. ¿No debería festejarse la primera?
Así comienza el juego, con una parodia de celebración que tiene el objeto de festejar el extraño ensayo –por nombrar un género– de una poeta, relacionándolo con el lenguaje y el estilo de una treintena de artistas convocados para reeditar visualmente la versión que Pizarnik escribió sobre la vida criminal de la condesa Erzébet Báthory.
El texto de Pizarnik –nacido de un breve ensayo biográfico por encargo que se originó en el pedido de una revista mexicana que lo publicó en 1965– surge como eco de la novela/ensayo La comtesse sanglante (La condesa sangrienta, de 1962), de Valentin Penrose, escritora muy cercana al círculo fundador del surrealismo.
Erzébet Báthory fue una noble húngara del siglo XVII que capturó, torturó y asesinó a 650 mujeres vírgenes para bañarse con su sangre con la ilusión de conservar juventud y belleza eternas.
Los organizadores de la exposición, los bibliófilos y coleccionistas Sergio Baur y Guillermo Gasió –notorios integrantes del servicio diplomático– y Florencia Braga Menéndez –reconocida galerista porteña– convocaron a los artistas con la consigna de utilizar e incluir en sus obras algún fragmento del libro de Pizarnik. Este gesto, que tiene la intención simbólica de recuperar el perdido manuscrito original de la poeta, fue lealmente seguido por todos los convocados, cada uno a su manera: Javier Barilaro, Luis Benedit, Martín Calcagno, Juan José Cambre, Delia Cancela, Nicola Costantino, Eloísa Cartonera, Escombros, Sara Facio, León Ferrari, Inés Fontenla, Ana Fuchs, Silvia Gai, Margarita García Faure, Marcelo Gutman, Gachi Hasper, Eduardo Iglesias Brickles, Silvana Lacarra, Valentina Liernur, Marta Minujin, Mondongo, Marie Orensanz, Liliana Porter, Dalila Puzzovio, Víctor Quiroga, Miguel Angel Ríos, Josefina Robirosa, Marina Sabato, Celina Saubidet, Diana Schufer, Charlie Squirru, Mónica van Asperen y Horacio Zabala. Es un conjunto heterogéneo de artistas que representan distintas vertientes y tendencias –incluso contrastantes– quienes, cada uno a partir de su propia poética, aceptó jugar el juego, en algunos casos concediendo algún aspecto de su estilo para homenajear al texto y a su autora y en otras expatriando texto y poeta hacia el territorio de las obras.
Más allá del capricho de homenajear la segunda edición del libro porque cumple un número de años impar, en un análisis más fino, comienzan a aparecer relaciones y circunstancias especiales entre la nueva fecha de edición y la materia de la que trata el texto.
Casi cuatro años después del suicidio de Pizarnik (en 1972), el editor de la primera edición de La condesa..., Antonio López Crespo, decide llevar a la imprenta la segunda edición –motivo de la presente muestra– a comienzos de 1976. Más allá de parodiar una efeméride, la nueva edición de La condesa sangrienta le pone una fecha coherente al que para algunos resulta ser un texto premonitorio del inminente baño de sangre que tendrá lugar en la Argentina. La condesa sangrienta cuenta de un modo detallado una suerte de plan sistemático de exterminio masivo de jóvenes, a manos del poder. Los testimonios y documentos de la propia Pizarnik –su diario, sus cartas– dejan claro esa relación de espanto de la poeta ante la bestialidad y el sadismo de la condesa.
En el bello catálogo que acompaña la muestra –el cual reproduce el formato y diseño de aquella segunda edición homenajeada–, Sergio Baur cita el diario de Pizarnik, donde el 12 de marzo de 1965 la autora anota: “Ensayo sobre la condesa Báthory... La pura bestialidad. Se puede ser una bella condesa y a la vez una loba insaciable”. Más adelante, el prologuista transcribe una carta dirigida al escritor venezolano Juan Liscano, fechada el 7 de septiembre de 1965: “Me alegra que te haya interesado el ensayo sobre la maldita condesa (ha sido mi primer –y último, espero– encuentro con el sadismo, que no comprendo, que nunca comprenderé)”.
La sala 4 del Centro Cultural Recoleta resulta apretada para albergar todas las obras. Esto produce un extraño efecto, se logra un fuerte contraste con la estética dominante de las exposiciones actuales, en las que se prefiere colocar poca obra en amplios espacios para no abrumar al visitante. Aquí, en cambio, la cantidad de obras, la variedad de tendencias y estilos y lo relativamente reducido del espacio aportan un clima de laboratorio visual y sonoro, que redunda en un recorrido cargado de sentidos, donde la proximidad de las piezas en tan distintos formatos y lenguajes aporta al mismo tiempo intensidad y divertimento a la propuesta original, propiamente celebratoria.
En un sector de la sala se exhibe un conjunto de libros –ensayos y ficciones– relacionados con la historia de la condesa Báthory; un testimonio actual en video de López Crespo –quien fuera el editor histórico del libro– y un video de Cayetana Vidal sobre una coreografía que Ana María Stekelman le dedica a la condesa Báthory.
A lo largo del recorrido de la muestra, hay fragmentos del texto de Pizarnik que resultaron más fértiles y apropiados para los artistas. Así, determinadas frases resuenan de un modo inquietante: las palabras “Su vestido blanco que se vuelve rojo”, se lee en los trabajos de Delia Cancela, Sara Facio, Nicola Costantino y Mónica van Asperen. La frase “Más allá de todo límite” sirve de soporte textual a las obras de Marie Orensanz y Mondongo. Mientras que Silvana Lacarra y Ana Fuchs, desde propuestas completamente diferentes, eligieron la el texto “Un color invariable rige al melancólico”. Otro fragmento resuena duplicado: “En lo esencial vivió sumida en un ámbito exclusivamente femenino”. Esta frase encuentra eco en las obras de Margarita García Faure y Graciela Hasper.
En uno de los textos incluidos en el catálogo, Baur y Gasió explican: “Al preguntarnos sobre lo esencial del libro elegido, no tuvimos dudas: la voz y la letra”. Como una manera de poner cuerpo al texto, convocaron a la actriz Elena Tasisto, cuya lectura –oída de un modo continuo, de fondo, recitando la prosa grabada de La condesa...– ejerce una suerte de estado hipnótico sobre el visitante, porque las variaciones del ritmo y la intensidad de la interpretación van acompañando el sutil extrañamiento del relato, que se hace más intenso y se enrarece a medida que avanza y se acerca al final. Sobre el otro aspecto esencial, “la letra”, los prologuistas concluyen que lo más probable es que el original de Pizarnik sea inhallable, porque todos los consultados “coincidieron en señalar que se ha perdido, o que ha sido destruido como producto del temor o la confusión derivadas del terror bajo la dictadura impuesta en 1976. De modo que sentimos la necesidad de recuperar el original, de rescatarlo desde su remota oscuridad, mediante las caligrafías de nuestros artistas”.

(Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 10 de octubre.)

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La obra de Liliana Porter, sobre el texto de Pizarnik.
 
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