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Miércoles, 24 de diciembre de 2008

DISCOS › EL JARDíN SECO, NOTABLE CD DE ERNESTO JODOS

Punto de síntesis e inflexión

Acompañado por su brillante quinteto, el pianista brinda aquí un nuevo testimonio de contundencia estética. El disco tiene momentos extraordinarios, como “Prioridad”, el valsecito “Extrañolandia” y el envolvente “No era un río”.

 Por Diego Fischerman

La historia del jazz podría ser contada, también, como la de algunos comienzos: “So What” por Miles Davis, “Ah Um” por Mingus, “November afternoon” por Charlie Rouse. El principio de “Tridim”, el tema que abre El jardín seco, de Ernesto Jodos, pertenece a esa serie. Pocas veces, y casi ninguna en el jazz local, un grupo dio tal sensación de contundencia estética. Como esos caballos que, al empezar a correr, dan la sensación de haber estado haciéndolo –o deseándolo– desde mucho antes, aquí el quinteto, que en rigor, en el preciso momento del comienzo, es un trío de vibráfono, contrabajo y batería, sale disparado en el mismo momento en que el sonido empieza. No se trata ni de velocidad ni de intensidad. Es una cuestión de energía liberada de golpe y allí tanto el contrabajo de Hernán Merlo, que lleva la voz cantante, como la notable batería de Sergio Verdinelli, que subdivide y acentúa con creatividad asombrosa, arman, junto a los acordes de Diego Urbano en vibráfono, el entramado para la entrada del piano de Jodos y el saxo tenor de Carlos Lastra.

Este segundo disco del pianista para Sony-BMG –el anterior fue en trío y tuvo la forma de un homenaje a la música, o al espíritu, de Lennie Tristano– es, en gran medida, un punto de llegada. Varias de las preocupaciones de Jodos en cuanto a forma, o a cómo dar un continente a pensamientos abiertos y a abordajes que no se ciñan al esquema de una sucesión acórdica fija, encuentran aquí una plataforma en la cual afianzarse y, presumiblemente, desde la cual despegar. El orden está dado por el fluir de los solos, concebidos más como material en sí mismo que como meras pruebas de virtuosismo y, nuevamente, es Verdinelli quien aporta esa especie de caldo polirrítmico en el que los demás pueden moverse con libertad pero sin perder coherencia. El pianista, entendido casi siempre más como instrumento melódico que armónico y evitando toda vez que puede cerrar el campo, trabaja con un concepto más cercano al color que a la funcionalidad tonal. El otro gran mérito es la variación de las texturas y la multiplicidad de densidades y conformaciones instrumentales –dúos, tríos, cuartetos– con la que el quinteto se transforma a sí mismo.

Con casi dos mil ejemplares vendidos de su disco anterior, que además se distribuye en Europa, Jodos protagoniza, en realidad, un hecho inédito hasta hace muy poco: que un músico de jazz argentino sea el centro de interés de una compañía grande y que ésta, por añadidura, se preocupe por su artista. No es un dato ajeno a esta situación el hecho de que el trío del pianista se encuentre próximo a actuar en el Festival de Invierno de Umbría, en Italia, uno de los más prestigiosos del mundo. El jardín seco, con momentos extraordinarios, como “Prioridad” –donde Lastra se destaca en saxo soprano–, el valsecito “Extrañolandia” y el envolvente “No era un río”, no hace otra cosa que testimoniar un punto de síntesis e inflexión en la carrera de uno de los músicos más importantes de su generación.

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El álbum de Jodos es a la vez plataforma y punto de llegada.
 
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