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Miércoles, 9 de febrero de 2011

DISCOS › EL SELLO UNIVERSAL REEDITó DOCE DISCOS CRUCIALES DE MERCEDES SOSA

Mojones del patrimonio cultural

Desde Yo no canto por cantar, editado en 1965, hasta Corazón libre, publicado cuarenta años después, estos álbumes permiten ubicar el contexto y la evolución de la cantante tucumana, más allá de las canciones para compilados de “grandes éxitos”.

 Por Diego Fischerman

Nadie duda de que martillarle un dedo al David de Miguel Angel significa un daño al patrimonio a la humanidad. Con el sonido, tan inasible, las cosas son, sin embargo, diferentes. No hay tipificación alguna acerca de lo que podría considerarse una lesión al patrimonio musical. A diferencia de lo que sucede con pinturas y esculturas, en el caso de las grabaciones hay cuestiones de derechos privados y, para peor, no siempre bien establecidos. El disco es un patrimonio cultural pero también un negocio y, en principio, todavía a nadie se le ocurrió, por ejemplo, que la destrucción de una cinta maestra –para la cual el derecho asiste a las compañías– podría tratarse de un delito. Y, mucho menos, que la mera reticencia a publicar determinados materiales sería un daño al patrimonio, tan perjudicial como el golpe a una escultura.

Mercedes Sosa fue una de las grandes artistas del último medio siglo. Entre 1961 y su muerte grabó más de cuarenta discos, gran parte de los cuales –el núcleo central de su carrera– fue publicada por Philips y, más adelante, en otros sellos subsidiarios de la misma multinacional (primero Polygram y luego Universal). Y aunque resulte increíble, salvo por dos o tres títulos y algunas antologías, ese formidable conjunto permanecía inédito en CD. La culpa –el daño al patrimonio– no era, por supuesto, exclusiva de la compañía. La última dictadura militar había censurado gran parte del material, había impedido en su momento la publicación de ciertos discos o algunas de sus canciones, y también había “sugerido” la conveniencia de la destrucción de los masters. En conclusión, la tarea aparentemente sencilla de restituir aquello que Sosa había grabado y tal como ella lo había hecho, resultaba ciclópea.

Finalmente, a fines del año pasado Universal comenzó el proyecto, que acaba de culminar con la edición de los últimos doce discos de un total de treinta y cinco que abarcan desde Yo no canto por cantar, editado en 1965, hasta Corazón libre, publicado exactamente cuarenta años después. Y lo primero que salta a la vista (o al oído) es casi una obviedad: el formato de cada disco, la elección de sus canciones, el tipo de arreglos, su estética musical y hasta la presentación gráfica implican una cierta unidad. No es lo mismo escuchar cuarenta grandes éxitos, mezclados de cualquier manera, que reencontrarse con un objeto como el que inaugura esta serie, con un dibujo de Carlos Alonso en la tapa, con una importante proporción de temas nuevos (y fundantes) de Tito Francia, Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana y Oscar Matus, y con una propuesta que llama la atención, todavía hoy, por su osadía y espíritu de renovación.

Las selecciones de “grandes éxitos”, que es la manera en que la música de Mercedes Sosa circuló durante casi tres décadas, generan una manera de escucha que, más allá de no permitir reconstruir contextos ni identificar momentos creativos en la vida del artista, deja inmensos agujeros. Todos escucharon “Alfonsina y el mar” o “Balderrama”. Pero pequeñas joyas como “Zamba azul” o “Mi canto es distancia”, ambas incluidas en Yo no canto por cantar, “Canción para un niño en la calle”, de Para cantarle a mi gente (1967), su versión de “Negrita Martina”, de Viglietti, perteneciente a Navidad con Mercedes Sosa (1970) o “Canción del centauro”, de El grito de la tierra (del mismo año), entre muchas otras olvidadas –o casi– durante años, resurgen ahora con todo su interés.

Como toda discografía extensa y rica en búsquedas y variedades, la de Sosa habilita varias listas de preferencias posibles, según quién sea el oyente. Y no se trata sólo de elecciones musicales o poéticas puras, sino que, en un caso de una artista tan imbricada con la vida política y con las resistencias, públicas o privadas, de varias generaciones de argentinos, resulta inevitable el eco que algunas de esas canciones tienen para cada uno. Pero hay discos de una contundencia, una homogeneidad y una belleza notables. En ese sentido, resultan imperdibles Yo no canto por cantar, desde ya, el hermoso Con sabor a Mercedes Sosa, dedicado a un repertorio tradicional, grabado en 1968 y en ese entonces bastante discutido, El grito de la tierra (allí están “La pomeña”, “Balada de marzo”, “Canción con todos” y “Desde el regreso”), el Homenaje a Violeta Parra (1971), el impecable Hasta la victoria, de 1972, donde no hay una sola canción que no merezca escucharse (“Balderrama”, “Campaña de palo”, “El violín de Becho”, “Juancito caminador” y “Plegaria a un labrador” son sólo algunas de ellas), Mercedes Sosa ’83 (“La maza”, “Un son para Portinari”, “Tonada de otoño”, “Unicornio”), el dolido Como un pájaro libre, grabado en el exilio, o el histórico Mercedes Sosa en Argentina, con el registro de sus conciertos en el Opera, en febrero de 1982.

El trabajo de remasterización llevado a cabo por Jorge “Portugués” Da Silva (que fue ingeniero de grabación de varios de estos discos) y Osvel Costa tiene numerosos méritos y algunos pocos desaciertos. Entre los primeros está el hecho de haber logrado corregir vicios de origen prácticamente insalvables, como la saturación de la voz en Mujeres argentinas, y conseguir que fuentes muy disímiles –en muchos casos debió recurrirse a discos de vinilo– sonaran parejas en el resultado final. Entre los segundos se cuenta la mezcla de “A quien doy”, que directamente desnaturaliza el arreglo, y el haber pasado por alto, de manera inexplicable, un salto de púa en la introducción de guitarra de “Canción para un niño en la calle”.

En cuanto a la concepción general de la colección, hubiera resultado deseable que los temas editados en discos simples y no incluidos en los larga duración originales hubieran sido introducidos, como bonus tracks, en los CD correspondientes a los mismos años de grabación. Y que en los casos en que la dictadura no permitió la edición de los discos tal como habían sido concebidos (que sí se realizaron en países como México) se hubiera optado por las versiones sin censura, incluyendo los otros temas como anexo. Por eso, sería recomendable que se encarara un disco más con todo lo faltante: “Te recuerdo Amanda” (de un simple de 1969, junto a “Gracias a la vida”), los dos simples junto a Horacio Guarany (“Si se calla el cantor” y “Guitarra de medianoche”, de 1973, y “Recital al cantor” y “Canoítas tristes”, del año siguiente), otro simple de 1974 con “Canción de lejos” y “Corazón”, un EP de 1975 (“Niño de mañana”, “Duerme mi tripón”, “La niñez” y “Drume negrito”), la canción “Adiós a Belgrano”, de la banda de sonido del film El santo de la espada, y, de 1977, “Cio da terra”, de Chico Buarque y Milton Nascimento, y “San Vicente”, de Milton.

Lo otro que permanece inédito son los temas censurados en Serenata para la tierra de uno (además de “Cio da terra”, la grabación de estudio de “Como la cigarra” y las primeras versiones de “Como un pájaro libre” y “Canción de las simples cosas”, ambas con arreglos de Nicolás Brizuela y Roberto Prais), y aquello que los dictadores no permitieron que se incluyera en la versión argentina de Como un pájaro libre: “Sueño con serpientes”, de Silvio Rodríguez; “Fuego en Anymaná”, de Isella y Tejada Gómez, y “Gente humilde de Garoto”, de Vinicius y Chico Buarque.

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