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Miércoles, 27 de julio de 2011

DISCOS › WHAT’S IT ALL ABOUT, LO NUEVO DE PAT METHENY

Revolución bajo la superficie

El prejuicio inicial indica no tomarse demasiado en serio este recorrido del notable guitarrista por canciones que lo apasionan, que no reconocen fronteras estilísticas. Sería un error: bajo la apariencia de “lo amable” hay fuertes pulsiones.

 Por Diego Fischerman

La revista Pelo, en la Buenos Aires de comienzos de los setenta, hizo suyo un principio con el que Theodor Adorno había pensado la música de su tiempo. “Reacción y progreso” eran los términos del filósofo alemán. “Complaciente y progresiva”, los de la revista de rock. Eran tiempos, en todo caso, de revoluciones. Por ese entonces, para la francesa Jazz Magazine, una de las publicaciones más prestigiosas en ese campo, Bill Evans era poco más que un pianista de hotel, que con su música demasiado suave (y blanca) les hacía el juego a los burgueses, más interesados en la ambientación aterciopelada que en los conflictos del arte comprometido.

Pat Metheny acaba de sacar un nuevo disco. En él toca sólo la guitarra y, a manera de homenaje íntimo –y con mucho de intimidad en sus maneras–, toca canciones que fueron importantes en su niñez y juventud. Hay pocos standards de jazz –y más bien marginales a la tradición central del género– y, por primera vez en cuarenta años de carrera, ningún tema suyo. La recepción, en los Estados Unidos y Europa, fue tibia. Le reconocen perfección técnica. Le niegan carnadura de obra de arte. Recién editado en la Argentina por Nonesuch (uno de los sellos pertenecientes a Warner), el CD, titulado What’s It All About, tiene todas las apariencias de lo complaciente (o de la “reacción”). Y, sin embargo, ante una escucha atenta, revela sorpresa tras sorpresa. Como en Bill Evans (o en Mozart) la suavidad, la delicadeza extrema, la transparencia y el gusto por la sutileza, los modales exquisitos no son más que la engañosa superficie plana de un mar atravesado por corrientes poderosas. Ya el comienzo, con “The Sound of Silence”, pone en claro las reglas del juego: relecturas más que meras versiones; turbulencias en la armonía más que falsas audacias en la melodía.

Entre el material que el jazz podría reconocer como propio están el tema de la película Alfie, compuesto por Burt Bacharach y tocado en su momento por Sonny Rollins, y “Garota de Ipanema”, que interpretó Stan Getz (y no necesariamente al gusto de Joâo Gilberto). Después, siempre mirados de manera creativa y recreados por Metheny, aparecen canciones popularizadas por Carpenters (“Rainy Days and Mondays”), Association (“Cherish”), Stylistics (“Betcha by Golly, Wow”), Carly Simon (“That’s the Way I’ve Always Heard It Should Be”), Chantays (“Pipeline”), “Slow Hot Wind”, de Henry Mancini, y una soberbia “And I Love Her”, de The Beatles. En la mayoría de las piezas toca la misma guitarra barítono con la que grabó su anterior One Quiet Night, y elige un instrumento de 42 cuerdas (en esencia una especie de arpa portátil, con algo del sonido del kyoto japonés) para el tema de Simon, una de seis cuerdas de acero para “Pipeline” y una clásica, con seis cuerdas de nylon para la canción de Los Beatles. Más progresivo que mucha revolución declamada de manera altisonante, este disco grabado a solas, en la noche y en su propia casa, demuestra que las apariencias –y las escuchas superficiales– engañan.

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Entre otras cosas, Metheny toca un instrumento de 42 cuerdas.
 
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