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Miércoles, 16 de noviembre de 2011

DISCOS › MYLO XYLOTO O COLDPLAY COMO LA TRAGEDIA CONSTANTE

El mismo amor, la misma lluvia

Nada cambia en Mylo Xyloto: la banda británica pretende vender un cambio posmoderno que finalmente no ocurre.

 Por Luis Paz

En la segunda página del libro de Mylo Xyloto, quinto disco de Coldplay, se lee el graffiti: “Esta noche, las calles son nuestras”. Si van a serlo al fin, ¿por qué esperar hasta entonces? Ese es el mal sorbo que hace que Coldplay no se trague del todo: en cada CD, los cuatro de Londres parecen saber a por qué misión debe ir el mundo pero, sistemáticamente, avisan que mejor no, que el universo está en contra, que mejor quedarse en el molde, que en el autoconocimiento hay revolución y que todo lo ajeno es célula de odio. Once años y cinco discos después, su histeria debería ver un límite.

Porque el juego es sencillo y tedioso. Un vendedor dirá que tal prenda “es un básico imprescindible” y seguirá vendiéndola. Un cantante, Chris Martin, seguirá balbuceando que necesita protección y vendiendo discos. Nada cambia así y el punto es que Coldplay vende un cambio posmoderno que no ocurre en sí: la supuesta liberación por el amor para una vida que han estado sufriendo diez años. Coldplay, como banda, es un tipo arrepentido por cómo trató a su primera novia, que quería volver el tiempo atrás y ahora anda buscando volver a ser bebé porque acabó haciendo lo mismo con sus dos siguientes novias, sus tres esposas y sus seis amantes, uno de esos amigos con el mismo drama todos los días, que no recuerda la conclusión de ayer.

La animosidad por la nostalgia, el optimismo del dolor y la cordialidad con la pena de Coldplay encuentran en Mylo Xyloto la única novedad de una música “contemporánea”, con cuerdas de nylon y sintetizadores dibujando un pop bailable, débil y fofo a la manera de Foster The People y otras bandas actuales, pero que se toma tan en serio que es autocomplaciente e inútil al fin. Chris Martin debe cambiar de lógica, porque en sus 60 canciones, todo el amor del mundo no lo ha salvado: en cada track vuelve a cero en su conocimiento de la bondad, la maldad y la debilidad humanas. En la mitad ve todo color de rosa, en la otra mitad, de un color plomizo. Poco del color que preanuncia el arte de tapa de este disco está contenido en él. O nada.

Después, la música podrá estar mejor vestida de la mano del productor Brian Eno, tener puntos llevaderos como “Hurts like Heaven”, “Major Minus” o “Charlie Brown”, bordar un plagio con “Every Teardrop is a Waterfall” o ir a lo ridículamente obvio en títulos tan hipodérmicos como “No dejes que esto te rompa el corazón” o “Nosotros contra el mundo”. Pero con el raro concepto griego –más por la tragedia constante que por alguna traducción de Mylo Xyloto– a cuestas, Coldplay no supera su acto más radical: un videoclip en el que el protagonista camina de atrás para adelante (“The Scientist”), algo nunca antes hecho... con tanto presupuesto de por medio.

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Coldplay parece vivir el mismo drama todos los días.
 
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