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Miércoles, 23 de enero de 2013

DISCOS › FRANCISCO BOCHATóN PUBLICó LA VUELTA ENTERA

“Hay que cantar el presente de ahora, que no es el de Vox Dei”

El músico dice que la canción “tiene que ser el canal más real para contar la realidad emocional”. Declaración de principios que en este CD se tradujo en un pop mutante con raigambre rockera.

 Por Luis Paz

Hay canciones que parecen haber sido diseñadas prematuramente para ser cantadas sobre un auto a una velocidad un poco más ágil que la crucero y, preferentemente, con al menos una ligera abertura de ventanilla al costado. Esto no quiere decir que no estén bien para ir a escucharlas de boca del autor a un teatro o para ponerlas mientras se limpia el living; para nada. Sencillamente son canciones especialmente capaces de ampliar la zona de confort de la butaca. Lo paradójico es que muchas de ellas han sido armadas en habitaciones de hoteles, aviones, playas, salas de ensayo, sitios en los que uno se estaciona. Ante esto, Francisco Bochatón resulta ser un impávido compositor diesel: “Hay muchos temas de La vuelta entera que aparecieron al ir por la misma ruta a mezclar a Vicente López, hechos en el viaje, con un grabador digital que ahora se me rompió”, se lamenta el músico que este miércoles 30 mostrará su sexto disco en el microcéntrico bar Ultra (San Martín 678).

–O sea: banquina, freno y rec.

–No, no, no, no, no. Ni frenaba, no. Me ponía a cantar a los gritos por encima del ruido del motor a una velocidad... No me daba el tiempo como para frenar.

Otra canción del flamante y notable álbum de Bochatón, que hacía cinco años que no publicaba uno (desde Tic-Tac), fue compuesta en la vereda de su casa. Su factura entraña una vuelta de tuerca a ese viejo chiste de la chica que llama al chico para decirle que aproveche a ir a la casa de ella porque no hay nadie (guiño-guiño) y, cuando el chico llega, claro, se topa con que no había nadie. Ni siquiera la chica. En el caso de Bochatón, el que desnudó el recoveco insolente de la letra de “Puedes venir” fue un niño, el hijo de una amiga suya. “Puedes venir que el día me sacó de casa”, comienza Bochatón este fresco de amor barrial, fresco de esos que los vecinos toman en las veredas. “¿Para qué le dice que vaya a la casa si no va a estar?”, le preguntó el nene a la mamá. La salida que tuvo el pibe le causa mucha gracia a Bochatón, quien explica que, en la canción, habla de estar en la vereda, en esa de los vecinos que toman el fresco, la fresca.

Después, o mejor dicho antes, pues es el tema que abre este álbum, está “La vuelta entera”: una canción literalmente soñada por este cantante que durante los años ’90 encabezó una intrépida banda alternativa que, bajo el nombre Peligrosos Gorriones, le aportó al underground de esos años otro tipo de piar, otra manera de hacer canciones de rock, deformes pero igualmente hermosas. “No sé a qué se refiere, a la vuelta entera a qué o de qué, pero me copa que lo soñé realmente. No le puedo hacer un juicio de valor a esa canción, ni me puedo dar con un caño porque ese texto no quiere ser una poesía; es un sueño que no sé qué querrá decir, pero me copa”, dice.

“La vuelta entera” es la apertura de una obra que comienza casi como un ejercicio de funk. No de música funk sino de espíritu y humor funk: con canciones ágiles, divertidas, mutantes, abiertas e inspiradoras. “Hay muchos acordes mayores”, indica, como si se tratase de un artilugio que, otra vez, fue más una casualidad. “El disco tiene la tracción a sangre de haber sido grabado en vivo con todos tocando juntos, excepto por las voces, que me costaron mucho, y dos sobregrabaciones de guitarras de (Fernando) Kabusacki y los teclados de Matías (Mango), que le metió encima la música que nos gusta a todos y que puede ir desde Echo & The Bunnymen hasta los Pet Shop Boys. Me llevé el disco plano (sin ecualizar) a Revolver para mezclarlo y en lugar de usar plugins usamos procesadores externos casi analógicos. Uno era un delay Yamaha que fue de Pugliese. Esto hizo que La vuelta entera sea un disco orgánico, muy tocado en vivo, muy fuerte, y también un poco crudo.”

Bochatón es uno de los mejores cantantes de la música urbana alternativa de los últimos veinte años. Entonces queda resonando eso de “me costaron mucho las voces”. ¿Por la altura de los tonos, por las escaladas y las caídas melódicas, por la afinación?, le pregunta Página/12. Nada de eso: “No, porque me costaba estar con gente para cantarlas. Es un disco que tenía que cantar solo. Tenía muy en claro qué iba a cantar y cómo lo quería cantar, con qué intención; y no tenía nada que ver con un estudio, ni con un ecualizador, ni con un técnico... ni con un amigo. Lo grabé en mi casa, en ocho horas. Al primer disco de Gorriones también le grabé las voces en ocho o nueve horas”.

–¿Y al próximo disco de Peligrosos Gorriones ya sabe cómo le va a grabar las voces?

–No, no. Venimos preparando algunas cosas. Somos los mismos, somos los Peligrosos Gorriones, no le íbamos a poner otro nombre, aunque haya pasado tiempo, porque es ridículo. O sea, es invierno, el viento sopla, hay que ponerse un abrigo; es inminente que ocurra. Y aunque quizás hacés fuerza para que algo quede en el pasado, no podés y por algo acontece que los Gorriones estén moviéndose. Es un grupo nuevo que no se parece en nada al de los ’90, estamos teniendo veinte temas nuevos y ahora vamos a hacer una preproducción de siete. En ningún momento fue: “Si no hacemos temas nuevos, no va”. Eso ni se puso en duda.

–¿Tampoco el hecho de publicar otro disco solista y en paralelo estar preparando una eventual grabación con esa banda?

–No, Gorriones no interfiere con La vuelta entera, y a la vez éste es un disco que está aparte de todo, es muy... no tengo un adjetivo. Es un disco muy este disco. Hacía cinco años que no sacaba uno, ahora sé que está y es un alivio. Ya estoy en la etapa en que lo veo como si yo fuera su público. Es una cosa que está ahí, podés ir y agarrarlo; me interesa que sea parte del paisaje. Bueno, en este caso hay que pagarlo. Agradezco a los que lo han hecho antes que yo, entendiendo a un disco como un objeto normal. Si hay cosas que pagar, se pagan, no estoy fuera de eso: no tengo desinterés en el mercado, ni estoy con una avaricia intentando vender el disco, ni tampoco es hippismo. Es una independencia del mundo material, porque no es allí que fluye este disco, aunque a la vez ocurra y exista en él.

–Ahora que menciona ese flujo, en La vuelta entera hay una permanente mención de ciertos movimientos: dar una vuelta entera, un tesoro que viene, que fluye y que sigue su paso; alguien que se anuncia para entrar, otro y otra que puede venir, una canción que llega. En cada canción hay una operación como ésa. ¿Es consciente?

–Hay una sugerencia en el disco de que sí, de que entiendo que la cosa es un continuo. Eso es real y consciente. Pero no es que me esté dando cuenta ahora. Hace años, en “Pinamar” yo decía: “Razón, dame una ayuda; tu luz es la que alumbra”. Después me llamaron los Hare Krishna para tocar con Jorge Drexler y Juana Molina en el San Martín y les pregunté por qué. Y me recordaron eso, que yo decía: “Razón, dame una ayuda; tu luz es la que alumbra”. En este disco hago un guiño en “Cuántas veces más”, con eso de “puede ser que esté soñando totalmente despierto”. Estoy ofreciendo algo ahí que yo ya comprobé en mí. Hay una sugerencia de que la cosa puede ser un continuo. Me fascina la idea de que hay un origen, un transcurrir y un final.

–Entonces, ¿al disco también lo pensó como un continuo?

–Sí, me parece que es súper cálido y orgánico, y tiene esta tracción a sangre que empieza como algo tirando a los ’80, muy Echo & The Bunnymen, y aunque es bastante homogéneo, hay capas. El recorrido más montañoso es en “Ustedes dos”, que es como el tema más Alberto Migré, el más telenovela. Y termina con “En esta casa”, donde hay una idea de una nostalgia cautiva en esa cosa donde las cortinas están moviéndose y el que habla está ahí todavía, en esa resonancia armónica con el viento, y espera que vuelva un amor, pero no se sabe si es el amor a una pareja, a un hijo o a qué. Elegí las canciones entre un montón: tenía como treinta ensayadas con la banda, todas nuevas. Y en la compu tenía un poco más. Elegí éstas porque eran para este disco, no porque fueran las más cerradas ni nada.

Todo este movimiento subyace no sólo a la parte poética de La vuelta entera –a la sazón uno de sus discos mejor producidos, más cristalinos y versátiles– sino también a la estrictamente musical. Una virtud, a la vez, de una banda integrada por el gran guitarrista Kabusacki, el baterista de Los Brujos, Quique Ilid; el bajista Nelson Collingwood (del grupo Houston, tenemos un problema) y el tecladista Matías Mango, que junto a Fernando Samalea, Fabián von Quintiero, Favio Posca y el Negro García López integró el grupo Gigi. Este cuarteto toma las canciones de Bochatón y, con su guía, las cristaliza en verdaderas maravillas de pop cancionero con raigambre rockera. En fin, canciones urbanas de esas ante las cuales uno queda preguntándose, luego de tantos siglos de cantos, cómo es que había tan buenos motivos melódicos que no habían sido usados aún.

El movimiento, que en el caso de este gorrión al que se le escapa la voz también es dicha, parece ser para el músico un tema de franco interés. Un poco por eso, o quizá porque sencillamente le entró en ganas, es que cuenta que su tatarabuelo era francés: “Bocható, recontra francés. Quiere decir ‘castillo bonito’, creo que quiere decir eso”, arriesga. “En la frontera de Francia y Suiza hay una colonia donde nació mi tatarabuelo, no la conocí cuando estuve en Europa, ni París conocí. Mi abuelo vino a la colonia La Suiza en Entre Ríos, donde hay muchos Bochatón. Mi viejo nació en La Suiza, se fue a estudiar a La Plata, la conoció a mi madre, tuvieron un hijo que se vino a vivir a Buenos Aires... y aquí estoy hablando con usted”, reseña veloz.

–Perdone la insistencia, pero también está el desplazamiento del “estar de vuelta” que muestra en la tapa. No necesariamente porque aparezca con el traste al aire sino porque vuelve a hacerlo de espaldas, como en La tranquilidad después de la paliza. Entre medio, en Tic-Tac dio la cara.

–Es cierto, hay otra vuelta ahí. Hicimos la tapa con (la fotógrafa) Nora (Lezano) y nos dimos cuenta de que esa imagen podía decir muchas cosas. En esa foto estoy saltando, puede significar que intento alcanzar algo, pero no es tan así, porque este disco tiene algo muy valorable para mí que es esa actitud muy positiva y que no tiene ninguna intencionalidad de querer lograr o conseguir algo. La tapa se hizo tomando un vino, el disco está grabado así, con naturalidad, y por eso lo quise cantar en casa. Es un disco hecho para afuera, claro, pero no quiere complacer a nadie. Por ejemplo, “El tesoro” tiene una dinámica que hace que no estalle en el estribillo, algo muy habitual para la canción. No necesitamos hacerlo.

–Es curioso que, incluyendo “Lorca”, armada con versos del poeta español así apellidado, su disco no tiene nada de desangelado.

–El disco tiene un permanente “está todo OK”. No es tremendista, no es una catarsis y no me da tristeza el poema de Lorca, que de hecho son tres poemas, me encanta. El Cuervo Karakachoff, tecladista de los Gorriones, me hizo notar que el disco está lleno de tonos mayores. De hecho, La vuelta entera está toda en tonos mayores. Y hay muchos detalles que te llevan a los ’80, cosas de teclados, algunos recursos muy mínimos.

–Además de haber marcado su educación musical y sentimental, ¿qué es lo que destaca de los ’80?

–Me parece que en esos años la Argentina tuvo una potencia total en la composición de letras, con Spinetta, Isabel de Sebastián, Hilda Lizarazu en Man Ray, Suéter. Hubo mucha luz y me parece interesante que ellos sean públicos y estén en el mercado también, que uno pueda escucharlos. Pero el mercado, en los ’90, hizo que todo fuera un despiole y un constante aprovechamiento por parte de la industria contra los músicos. No tiene nada de malo hacer un negocio: cuando vas a la panadería a comprar pan, es un negocio para vos y para el panadero. Pero ese negocio se convirtió en un saqueo de la música y de la riqueza poética de la música argentina.

–¿Y qué es lo que queda para la canción argentina de esta década nueva?

–Que tenga una función. Pero no la que tuvo en otra época, ni en los ’90, ni el año pasado. La canción tiene que ser cada vez más presente.

–¿Habla de una canción “periodística”?

–No, no, descriptiva no. Lo contrario a la periodística: tiene que ser el canal real, el más real posible para contar la realidad emocional. Hay que cantar el presente de ahora, que no es el de Vox Dei. Es otro presente histórico y hay que dejar de lado la intencionalidad de encontrar un beneficio para uno. El rock vive un momento en el que puede ser muy transparente: no hay que salir a putear hoy, trasciende lo político, me animo a decirlo. Es un momento más allá: el rock también tiene momentos y funciones en cada uno. Hay que hacer cosas simples y muy tranquilas y de a poco, pero haciéndolas. Hay que asegurar que las cosas estén en la calle, que los discos estén en las disquerías, que los recitales se hagan, que los viajes se hagan. Porque si te detenés en la especulación, el planeta te va a explotar en las manos.

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Imagen: Sandra Cartasso
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