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Miércoles, 5 de marzo de 2008

DISCOS › NICK CAVE RECUPERó LA FURIA

Nick Cave recuperó la furia

Después de un par de discos “tranquilos”, el australiano se despachó con un trabajo vertiginoso, siempre al borde del estallido.

 Por Roque Casciero

“La gente habla a menudo acerca de temerle al cambio/ pero yo tengo más temor de que las cosas permanezcan igual/ porque el juego nunca se gana/ estando demasiado tiempo en el mismo lugar.” La frase es parte de “Jesus of the Moon”, una bellísima balada de un álbum en el que Nick Cave sale definitivamente del lugar al que pareció autoconfinarse durante los ’90. Antes de eso, tanto con Birthday Party como con los primeros Bad Seeds, había sido el punk gótico que escupía canciones sobre un dios vengador y sangriento, pero la década pasada lo encontró reflexionando acerca de sí mismo, el amor (y sobre todo sobre su dolorosa ausencia), la inevitabilidad de algunos comportamientos y, otra vez, un dios, pero un poco más misericordioso que en su oscura visión anterior. No es que las referencias bíblicas hayan desaparecido de su obra: además del Jesús de la Luna mencionado, el disco lleva el ostensible título de Dig!!! Lazarus dig!!! Pero este es otro Nick Cave, uno que a los 50 años súbitamente está más preocupado por el sexo que por la eternidad.

La primera pista del torbellino de testosterona apareció el año pasado en el disco debut de Grinderman, una banda paralela formada por Cave y miembros de los Bad Seeds. Allí Cave se retorcía entre guitarras eléctricas mientras se quejaba de que ya no tenía el mismo levante que en el pasado: aunque seguía leyéndole poesía a las chicas, ahora le tocaba el “No pussy blues”. El disco era vital, urgente, poderoso: la clase de álbum que los Stooges deberían haber hecho con The weirdness pero no les salió. De todas formas, se podía pensar que apenas era una digresión para Cave, el poeta serio de traje perenne, ya que al fin y al cabo sólo se trataba de una banda paralela. Pero el cantante no se quedó parado en la misma baldosa, aunque tampoco se limitó a repetir el sonido de Grinderman. La referencia a Iggy Pop y compañía sigue en pie, sobre todo por las enfermizas descargas eléctricas que conjura Warren Ellis. El omnipresente órgano de James Johnston también recuerda a la última etapa de los Stooges en los ’70, cuando Scott Thurston mantenía como podía el esqueleto de una banda en gloriosa decadencia. En Dig!!! Lazarus dig!!! las canciones no explotan en la cara del oyente, sino que, perversas y adorables, amenazan todo el tiempo con el estallido y dejan con los pelos de punta.

“Lázaro, enterrate nuevamente en ese hoyo”, exclaman los Bad Seeds en pleno cuando uno aprieta play. El resucitado de los evangelios se mueve entre Nueva York, San Francisco y Los Angeles con el vértigo de En el camino, en un maelstrom que sólo puede devolverlo a la tumba después de indignidades variopintas. Y eso es sólo el comienzo del disco. Varias canciones son oníricas y frenéticas (“We call upon the author”, “Midnight man”), como salidas de esa difusa frontera entre el sueño y la pesadilla (o viceversa). “Today’s lesson” es una libidinosa historia entre un hombre mayor y una jovencita, en la que lo único explícito es el sexo, mientras que en “More news from nowhere” aparecen súbitamente, los fantasmas de Deanna, una “señorita Polly” que bien podría ser PJ Harvey, amor malogrado del cantante, y una “chica negra sin ropas”: “Pasé los siete años siguientes viviendo entre sus piernas”, arroja. ¿Y la crisis de la mitad de la vida, la declinación de la libido? Bueno, Cave tiene menos pelo para teñir de negro, es un padre dedicado y lleva diez años sin probar drogas, alcohol ni tabaco, pero Dig!!! Lazarus dig!!! es la prueba de que, a los 50, está no sólo en llamas sino también en su mejor momento como artista.

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A los 50 años, Nick Cave sigue sorprendiendo.
 
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