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Martes, 16 de junio de 2009

TELEVISION › CANAL 7 EMITIRá EL DOCUMENTAL M, DE NICOLáS PRIVIDERA, SOBRE LA DESAPARICIóN DE SU MADRE

“Buscar la identidad es algo universal”

Premiado por partida doble en el Festival de Mar del Plata 2007, el film de Prividera llega este viernes a la televisión abierta. “Es el fin de un camino y la apertura hacia las discusiones que pueda generar en los espectadores que lo desconocían”, dice.

 Por Oscar Ranzani

Pocas veces la televisión abierta deja de ser un espacio mezquino de entretenimiento superficial para convertirse en un lugar privilegiado para la preservación de la memoria. Vale mencionar que una de las excepciones fue Televisión por la Identidad, el ciclo pensado por las Abuelas de Plaza de Mayo que se emitió por Telefé en 2007 y que logró desterrar –al menos mientras duró– la premisa catódica de que los temas importantes no se llevan de la mano con las mediciones elevadas de rating. Ahora, la noticia es que el próximo viernes podrá verse una de las mejores películas argentinas sobre las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, que tiene un peso simbólico muy sólido ya que fue realizada por el hijo de una mujer desaparecida: M, dirigida por Nicolás Prividera, se exhibirá el viernes a las 0.30 por Canal 7, en el ciclo Ficciones de lo real, que conduce Diego Brodersen.

Ganadora del Premio Ernesto “Che” Guevara y del de la crítica en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2007, M es la ópera prima de Prividera y se estrenó en agosto de ese mismo año, con excelente repercusión entre la prensa especializada. En este film, Prividera va en busca del destino de su madre, Marta Sierra, una bióloga que trabajaba en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Castelar, donde también brindaba cursos de alfabetización y ejercía la militancia política. Hasta que cinco días después del golpe del 24 de marzo de 1976, fue secuestrada por un grupo de tareas y nunca más se supo de ella. Al comienzo de M, Prividera establece una especie de pesquisa, casi como un detective en busca de datos que le permitan armar la historia de su madre y cómo se produjo su desaparición. Si bien no puede averiguar tanto como deseaba, luego de un largo peregrinar por organismos de derechos humanos, el joven realizador se mete de lleno con el tema de la militancia política, al dar con el paradero de viejos amigos, compañeros y colegas de trabajo de su madre, estableciendo un recorrido que va desde lo personal hacia lo colectivo. En M, Prividera reivindica la militancia pero sin perder una mirada crítica sobre el modo de ejercerla: éste es uno de los ejes del documental.

M tiene su historia: en 2004, en pleno auge de la política de derechos humanos de la presidencia de Néstor Kirchner, Prividera –como buena parte de la sociedad– estuvo atento a un hecho que marcó la historia de la lucha contra la impunidad, cuando ya se vislumbraba que iban a ser derogadas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. “Con mi hermano, planteamos hacer algo judicialmente. Y como yo ya había investigado por mi cuenta antes y no había llegado a nada, y además se venía el aniversario de los 30 años del golpe, sentí que todo eso confluía para lanzarse a hacer la investigación definitiva de la cuestión y tratar de cerrarla”, comenta Prividera en diálogo con Página/12. “Eso incluía tratar de llevar un registro filmado de esa investigación, con la idea de que fuera una película pero sin la presión previa de hacer con eso una película. Es decir, la idea era tratar de ver después si había una película en ese material y, justamente, si valía la pena hacerlo público.” Después del rodaje, pasó aproximadamente un año, “donde todos esos tapes estuvieron en un cajón, y recién me puse a editar en 2006”, cuenta Prividera, quien agrega que, entonces, tuvo que tomar distancia de lo que había investigado, y “empezar a verlo con otros ojos, ya no con los ojos del investigador que estaba poniendo el cuerpo sino la mirada más distanciada del director”. Entonces, trató que su largometraje “justificara su propia existencia en términos de proponer algo nuevo que decir no sólo sobre la dictadura sino básicamente sobre el modo en que procesamos, vivimos y sufrimos actualmente la memoria de la dictadura en hechos del presente”. Es por eso que el cineasta estuvo atento a películas anteriores que se hicieron, “tratando de escapar un poco a ese fantasma inevitable del prejuicio del público en relación a que sobre la dictadura ya se ha dicho todo, ya se ha hablado todo y ya se ha filmado todo. Y ese prejuicio es parte del problema”, reconoce el director.

–¿Qué piensa que aportó su película a un tema ya abordado por otros cineastas?

–El planteo de la película con relación a otras anteriores (y esto lo encontré en el montaje y al tomar ciertas decisiones, como el hecho de no usar voz en off) tenía que ver justamente con tratar de hacer algo que no se hubiera hecho. A mí me parecía que, en general, lo que suele llamarse documental subjetivo trabaja básicamente con esa voz que muchas veces cierra un poco el punto de vista sobre la visión del director. Y, entonces, me impuse la renuncia a esa voz, y a que la película fuera contada más coralmente. A la vez, que intentara articular una historia comprensible, sin ser didáctica y mostrando, poniendo en evidencia o explicitando la dificultad en la construcción de esa historia, con todas las contradicciones, los claroscuros y los problemas que eso trae. Lo que pasa es que también, en cierto modo, la película nunca dejó de ser un diario filmado: está muy pegada a su momento. Si bien uno trabaja en una doble dimensión cuando hace una obra, la idea es que esa obra trascienda su tiempo y pueda ser vista a lo largo de los años y sobreviva, aunque siempre va a dar testimonio del momento en que fue hecha. Y está muy bien que así sea.

–Viéndolo a la distancia, ¿le quitaría o le agregaría algo a su documental?

–Es una película que podría haber sido muy diferente, dependiendo del momento en que fuera hecha, pero es lo mejor que pude hacer en ese momento o lo que surgió en ese momento. Probablemente, hoy haría hincapié en otras cosas, le daría un tono diferente. Y está muy bien que sea así. Es una película abierta, imperfecta, pero creo que ése es también su valor, en el sentido de que logra captar ese momento, esa búsqueda y las respuestas que fui encontrando. De algún modo, la respuesta del público de afuera me dio la pauta que, más allá de todas estas cosas que parecen hacerla muy situada en un espacio y un tiempo particular, la vuelve universal. La búsqueda de la identidad es un elemento universal que hace que se entienda en todas partes.

–¿Qué aspectos de la militancia aprendió a rescatar y, a la vez, a cuestionar a partir de realizar M?

–La militancia en abstracto es incuestionable. Para mí, tiene mucho más valor una generación militante que una generación apática. No hay ninguna duda. Creo que ésa es una de las derrotas culturales que sufrimos. Pero también es una derrota que se explica por el fracaso de ese proyecto. Y, entonces, ese fracaso necesita ser explicado, necesita ser repensado, necesita ser criticado, en el sentido más alto de la palabra crítica. Hay algunos que han hecho el intento de pensar críticamente su propia experiencia. Pilar Calveiro sería el caso prototípico que, en cierto modo, es un discurso con el que mi película dialoga o intenta dialogar. En todo caso, lo que no podemos sostener es una visión totalizadora, cerrada y maniquea de la historia. Esa visión también fue responsable, en parte, del fracaso de ese proyecto. Es decir, todo proyecto y visión progresista tienen que cimentarse en la crítica, empezando por la crítica de sus propias condiciones de producción y sus propias creencias. Justamente, para fortalecer a través de la crítica su propia mirada. En ese sentido, también creo que mi película no intenta, de ninguna manera, cerrar la cuestión ni proponer una mirada totalizadora y cerrada, sino simplemente plantear algunas preguntas y dejarlas para que las responda el espectador o quienes se sientan interpelados.

–El título del film agrupa un aspecto personal como es la inicial del nombre de su mamá, y otro político, como la inicial de Montoneros, la agrupación a la que pertenecía. ¿Es la combinación de estos dos aspectos la esencia del documental?

–Sí, claramente mi intención era hacer un cruce entre lo público y lo privado que, en realidad, se cruzan de por sí pero que para nuestra sociedad y nuestra ideología dominante parecieran ámbitos excluyentes. Y, a la vez, era mostrar cómo la memoria personal y familiar participa de la memoria histórica y cómo esa memoria histórica está tramada de todas esas pequeñas historias. Mi idea era, a través de la historia de una búsqueda y de un desaparecido, contar la historia de muchos otros. Y darle un rostro justamente a esa búsqueda que, en general, si no, aparece como un número abstracto. Creo que Todorov dijo “Miles de muertos son una estadística. Una muerte es una tragedia”. Justamente, fue parte también de la política de la dictadura borrar la dimensión humana, social, política de la represión. Es decir, condenarnos a la búsqueda personal y al lamento individual. Pero también esa M solitaria tiene que ver justamente con la idea de algo que permanece inarticulado, que el lenguaje no termina de poder explicar, explicitar, desarrollar y que, de algún modo, todo el tiempo está pendiente de ser dicho.

–¿La decisión de aparecer usted en escena fue puramente subjetiva o había algún otro motivo?

–En la película hay un cuerpo que está en el lugar de otro.

–¿Ante un cuerpo ausente, un cuerpo presente?

–Exactamente, ese cuerpo presente en búsqueda de un cuerpo ausente. Necesariamente tenía que estar en escena porque en el choque de ese cuerpo, de esa mirada con las otras, aparece la historia. Es decir, esa historia que se va desgranando no existiría sin alguien que va a buscarla. Por lo tanto, si yo lo hubiera dejado fuera de escena, hubiera sido ocultar esa condición. Finalmente, todas esas personas que terminan hablando, negándose, dialogando o discutiendo conmigo, lo hacen porque yo soy el hijo de esa persona a la que conocieron. Entonces, me parecía que, por ese lado, necesariamente el cuerpo debía estar. Y además, porque comulga con la ética general de la película: hay que poner el cuerpo; es decir, no hay modo de sumergirse en la historia o de tratar de rearmar una historia si no es comprometiendo el propio cuerpo.

–¿Qué significa que M pueda ser vista en televisión abierta?

–Es como el cierre del camino de la película y el lugar donde se va a encontrar con un público más amplio. A la vez, es tal vez el lugar natural de una película que busca interpelar a un espectador. Por lo tanto, en ese sentido, busca un espectador numeroso más que masivo. Creo que para documentales como éste, la televisión es un medio de llegada muy importante, como fin de camino y como apertura definitiva hacia las discusiones que pueda generar en esos espectadores que lo desconocían.

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Prividera superpone en el film su propia imagen con la de su madre, desaparecida en marzo de 1976.
 
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