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Jueves, 13 de abril de 2006

TELEVISION › SEGUNDA TEMPORADA DE “MUJERES ASESINAS”

Un aperitivo con Yiya Murano

En el debut de su segunda temporada, Mujeres asesinas (martes a las 23, por Canal 13) tenía por delante un desafío que revestía sus siempre intrincadas tramas de una complejidad mayor a la habitual. ¿Cómo contar en clave de ficción una historia de amplia repercusión mediática, conocida por buena parte de la sociedad, y hacerla atrapante a los ojos del televidente? ¿Cómo mantener el gancho de una historia policial cuyo final no despertaba intriga alguna, debido a que nadie desconoce los vericuetos del “caso Yira Murano”? Incluso, ¿cómo hacerlo si las escenas de los crímenes –punto culminante del ciclo producido por Pol-Ka– no estaban teñidas de sangre y violencia física? Ese reto, a priori dificultoso, fue sorteado por el unitario más exitoso de 2005 con armas tan básicas como efectivas: un sólido guión, impecables actuaciones y una dirección puesta al servicio de los distintos climas por los que pasó la historia.

Con el esperado capítulo titulado “Yira Murano, envenenadora”, Mujeres asesinas reforzó la vieja premisa televisiva que afirma que cuando el espectador tiene el privilegio de sentarse frente a un buen programa, no importa cuánto se sabe de la historia. En el caso particular del episodio del martes, pocos casos son vox populi como el de Murano, la señora de aires señoriales que fue condenada a prisión perpetua (luego reducida a 25 años) por habérsela encontrado culpable del asesinato de tres amigas, a quienes envenenó colocando cianuro en las masas del té para no devolverles un dinero que les habían prestado.

Pese a la repercusión del caso, Mujeres asesinas logró hilvanar un envío atractivo desde el aspecto visual y actoral. Es que el ciclo volvió a remarcar que puede llegar a ser tan o más importante el desarrollo que el epílogo en sí. En el papel de “la envenenadora de Montserrat”, la interminable Nacha Guevara compuso con llamativa sobriedad la personalidad de la señora mayor, de buenos modales, católica, manipuladora, fría y calculadora, a través de miradas sutiles y pequeñas pero insinuantes frases. En esa construcción, la longeva actriz se vio favorecida por el vestuario y la ambientación acorde con la época en la que ocurrieron los hechos (el único desliz, imperdonable para una producción de esta envergadura, fue la utilización de un teléfono inalámbrico en tiempos en que no existían). De igual manera, la virtuosa pero equilibrada dirección de Jorge Nisco terminó de darle forma a un episodio que, una vez finalizado, contó con el descargo de la mismísima Yiya Murano declarando frente a cámara su inocencia. Sin embargo, el capítulo no pasará a engrosar la lista de los más logrados del ciclo, debido a que el relato pareció atarse con excesivo cuidado al expediente judicial.

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