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Sábado, 31 de agosto de 2013

TELEVISION › RICARDO FORSTER Y EL ESTRENO DE LA LETRA INESPERADA

Para pensar desde la pantalla

“Se han reconstruido puentes de ida y vuelta entre mundos que estaban separados”, dice el filósofo sobre el ciclo que comienza hoy a las 22 en Canal 7, con más de cuarenta entrevistas y un análisis profundo de los últimos movimientos políticos y sociales.

 Por Emanuel Respighi

En los ’90, los intelectuales quedaron relegados a un lugar marginal del debate público. El estallido social y la llegada de Néstor Kirchner revalorizaron el rol de pensadores y académicos, haciéndolos partícipes activos en la vida de los medios, como interlocutores válidos o, incluso, como conductores de programas de TV. El filósofo Ricardo Forster es un ejemplo del espacio ganado por los que tienen la pulsión de reflexionar sobre los procesos sociales y políticos. A su candidatura a diputado nacional por el Frente para la Victoria en la Ciudad se le suma la conducción de La letra inesperada, un ciclo documental que hoy a las 22 se estrena por Canal 7. La serie se propone abarcar la última década de la Argentina y América latina a través de diez envíos, para reflexionar sobre los principales hitos sociales, culturales y políticos.

En más de cuarenta entrevistas, entre las que se destaca las que Forster le hizo a Evo Morales en La Paz y a Rafael Correa en Quito, La letra... piensa el pasado reciente con proyección de futuro. Personalidades como Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini, Taty Almeida, Eduardo Wado De Pedro, Eugenio Raúl Zaffaroni, León Gieco, Osvaldo Bayer, José Pablo Feinmann, Leo Sbaraglia, María Pía López, Alejandro Kaufman y Darío Grandinetti son algunos de los que aportan al documental producido por Encuentro. “La idea surgió el año pasado entre algunos amigos, pensando que el 25 de mayo de 2013 se iban a cumplir diez años de la asunción de Néstor Kirchner. La ingenuidad nos hizo creer que podíamos hacer un programa de diez capítulos sobre Argentina y Latinoamérica. Creíamos que lo íbamos a hacer rápido y no íbamos a tener inconvenientes. Y nos encontramos con una empresa extraordinaria y compleja. Descifrar el mundo de la entrevista y el de la TV, con su lógica, fue todo un desafío”, reconoce Forster.

–Que los intelectuales hayan vuelto a ser escuchados, ¿obedece a que la TV entendió su rol o la academia comprendió la importancia de valerse de un medio masivo?

–Es un poco de ambas cosas. También cambian las circunstancias históricas. Los ’90 fueron años muy despiadados para las grandes tradiciones de las que beben los intelectuales. No sólo en Argentina: había una sensación de ostracismo del mundo intelectual. El último gran intelectual fue Jean Paul Sartre, cuando supuestamente ya era una pieza de museo. Cambiaron muchas cosas, sobre todo en Argentina y América latina, que regeneró la posibilidad del debate público, de la política, de sueños antes limitados a pequeñas tribus, donde el mundo académico o cierto mundo cultural eran lugares de refugio de lo que ya no encontraba relación con el mundo social. Una de las características –notable y rara– de los últimos años, sobre todo en nuestro país, es que se han reconstruido puentes de ida y vuelta entre mundos que estaban separados. Personas que provienen de la vida universitaria o de lecturas más distantes de la recepción, más amplias, hoy son escuchados e incorporados a la TV. O mi caso, donde incursiono en el debate público político como candidato. Me parece notable y celebro esta apertura. Y apoyo que se puedan encontrar espacios en televisión a formas culturales que parecían estar excluidas de lo audiovisual, como Encuentro. Este programa está hecho con su apoyo.

–Pero usted, que hace de la palabra la principal herramienta para transformar lo social, ¿quedó conforme con una serie que requiere de un lenguaje y ritmo que no son los mismos que los del pensamiento?

–Desde hace muchísimos años tengo una mirada a veces crítica y otras prejuiciosa de la TV. Recuerdo conversaciones con Nicolás Casullo en torno de la TV y sus problemas, donde solíamos concluir que es una estructura devoradora de sutilezas, que le hace muy mal a nuestra manera de narrar la vida. El desafío era negociar con el formato, ya que se trata de un medio que está en gran parte de nuestra cotidianidad, define gran parte de nuestra representación del mundo y de la realidad. El desafío fue encontrar un equilibrio entre la potencia de la imagen, la sutileza de la palabra y la música. El producto final es muy cuidado, con una defensa de cierta estética, con un lugar donde conviven la palabra y la imagen. Hay material de archivo para acompañar referencias a momentos de la historia argentina o latinoamericana.

–¿Cree que la sociedad argentina maduró en términos culturales para comprometerse con programas que requieren una atención mayor a la que propone el lenguaje del entretenimiento?

–Creo que sí. Desde ciertas estructuras de la industria de la cultura y el espectáculo se ha subestimado al público. Hay público de distinto tipo. Hay personas que no perderían un instante viendo un programa de esta naturaleza, que piensan que no se corresponde con el puro divertimento que piensan que debe tener la TV. Y hay públicos que siempre estuvieron dispuestos a los que se ninguneó. Hay un surgimiento en la Argentina de los últimos años a un público nuevo, que empezó a vincularse con temas que quizás no estaban en su mirada.

–¿Por ejemplo?

–En la discusión sobre los medios: es inédito que una sociedad abra la caja de Pandora de los medios de comunicación, que los discuta, los piense. Hoy creo que no debe haber nadie en Argentina que lea con inocencia un periódico o escuche con inocencia radio o TV. Es una enorme ganancia, porque se ha complejizado y puesto en discusión un tema, que la cultura de masas no suele hacer con productos de fácil digestión. Celebro que haya espacios para la reflexión y debería haber más. Hay público para todas las temáticas y formatos. ¿Por qué no pensar que la TV tiene dentro de sí distintas partes, distintas pantallas, que no existe una única TV?

–El foco está puesto en la última década de Argentina. ¿Es posible pensarlo sin tener en cuenta el contexto latinoamericano?

–No, hay un ida y vuelta permanente con América latina, le dedicamos un programa a la región, con entrevistas a Evo Morales y a Rafael Correa. Me hubiera encantado entrevistar a Hugo Chávez. La Argentina de estos años se inscribe en una circunstancia inesperada. Sudamérica va a contracorriente de las hegemonías neoliberales en el mundo. Es interesantísimo preguntarse qué pasó en Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina... Reflexionar sobre lo que ocurrió para que nuestro continente sea un espacio atípico para el mundo global y sus políticas para gestionar las sociedades.

–¿Considera que se hubiera dado un proceso político de estas características si Kirchner no hubiera llegado a la presidencia o el pueblo hubiera podido construir un líder de su estatura?

–Tengo una posición tomada. El primer capítulo se llama “La anomalía kirchnerista”, al igual que el libro que publiqué este año. Planteo que hay momentos inesperados del movimiento de la historia y las sociedades, que las cosas no están escritas, no hay una determinación causal. La llegada de Kirchner tiene mucho de causalidad, de algo fortuito que vino a romper una dinámica de repetición en Argentina, repetición de la crisis, la decadencia, la fragmentación... Eso no significa que no haya un antes, una crisis que estalló en 2001, movimientos sociales. Lo que no estaba era que se abriera una fisura para romper una monotonía que se repetía en la historia y que emergiese en ese contexto una figura como la de Néstor Kirchner. Correa dice que fue un azar que cuando nadie lo esperaba hayan confluido personalidades y liderazgos como Kirchner, Chávez, Lula... Hace falta, a veces, que la historia enloquezca y provoque lo inesperado.

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León Gieco y Liliana Herrero son sólo dos de las personalidades presentes, en una amplia paleta de representación social.
 
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