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Sábado, 16 de mayo de 2009

VIDEO › EL DESAFíO DEL CORONEL SHARPE, DE TOM CLEGG

En busca del imperio perdido

Se trata de uno de los episodios de una serie televisiva inglesa, dedicada a rescatar la gloria de un oficial del ejército británico. Con la India de los maharajás como marco, la historia se disfruta como lo que es: la actualización del viejo y querido cine de aventuras.

 Por Horacio Bernades

¿Vuelve el Imperio Británico? En la realidad, difícil que suceda. En la imaginación, es un hecho consumado. Así lo prueba la reciente oleada de comebacks que el cine y la TV británicos emprendieron al dorado siglo XVI, cuando los Tudor florecían en plenitud. En cine fueron ambas películas sobre la reina Elizabeth y la de las hermanas Bolena. En televisión, la serie Los Tudor. Pero no es ésa la única época de esplendor imperial que el campo ficcional de la isla viene revisitando últimamente. Otra instancia favorita son las Guerras Napoleónicas de comienzos del siglo XIX, cuando la rubia Albión le hacía sentir el ardor de sus cañones a los fucking frenchies. Héroe imaginario de ese período es el capitán Jack Aubrey, creación del novelista Patrick O’Brian y protagonista de un largo ciclo literario, del cual el cine adaptó hasta ahora un único eslabón, Capitán de mar y guerra. Tan famoso llegó a ser este héroe naval en su país, que prohijó un pariente terrestre. Se trata de Richard Sharpe, coronel del ejército británico a quien el escritor Bernard Cornwell dio vida en los ’80, y que llegó a la televisión en la década siguiente. La penúltima de sus aventuras, emitida tres años atrás por la BBC (hay una posterior, del año pasado) es El desafío del coronel Sharpe, que AVH acaba de editar en DVD.

Integrada por entregas unitarias de alrededor de dos horas-televisión cada una, el éxito de las dos primeras emisiones de la serie Sharpe llevó a producir una docena más. Se emitieron de a tres por año, hasta 1997. En todas, a Sharpe lo encarnó el rubio Sean Bean, alguna vez villano Bond (en Goldeneye, 1995). A lo largo de la serie, Sharpe combatió, además de a los franceses, a los españoles (de allí que nuestra conocida Assumpta Serna actuara en más de una). Eso, hasta Waterloo, claro. Confinado Bonaparte a la isla de Elba, Sharpe se retiró al pastoreo y la vida civil. De ese bucolismo lo arranca ahora, doce años más tarde, Lord Wellington. Le pide un pequeño favorcito: correrse hasta la India, donde un joven maharajá está haciendo estragos entre las tropas de Su Majestad. Sharpe explica que no, que está retirado, que no piensa subirse a ese elefante. Termina haciéndolo, por pura lealtad.

Allí, en la India, desapareció Patrick Harper, camarada de armas y amigo de Sharpe de toda la vida. Juntos se infiltrarán en la fortaleza del maharajá, intentando rescatar a la bella hija de un superior y enfrentando a su némesis, un general británico renegado, que comanda el ejército enemigo. Supurando perfidia por cada poro, capaz de atravesar a una dama con su espada y de contemplar, como quien mira la final de Wimbledon, cómo atraviesan el cráneo de un prisionero, él, el general Dodds, es el verdadero villano de El desafío del coronel Sharpe. Cosa curiosa, el actor que lo interpreta, Toby Stephens, también fue villano Bond, en Otro día para morir (2002). Militares valerosos, bellas cautivas, pérfidos maharajás, polvorines que vuelan por el aire: ¿es El desafío del coronel Sharpe una versión actualizada de Gunga Din? Eso es lo que es: una versión actualizada. Dirigida por Tom Clegg, que tuvo a su cargo casi todas las entregas de la serie, en términos genéricos El desafío... apunta a reproducir el savoir faire del buen y viejo cine de aventuras, ése de los años ’30, ’40 o ’50. Un savoir faire que se disfruta.

El palito que Sharpe no pisa es, justamente, el de la restauración imperial, por vía del contrabando de ideología. Esto no es Gunga Din, en el sentido de que aquí los lugareños les enrostran a los “casacas rojas” su carácter de ejército de ocupación. Militares franceses (el oficial interpretado por Aurélien Recoing, protagonista de El empleo del tiempo) se alían con sus pares británicos. Irlandeses despotrican contra sus vecinos ingleses. Jerarcas ingleses se autocritican la política de “divide y reinarás”. Y no hay maharajá sobre la tierra que pueda superar en perfidia, en sadismo, en falta de escrúpulos a cierto general Dodds, formado en las fuerzas de Su Majestad.

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La serie no pisa el palito del “contrabando ideológico”.
 
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