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Domingo, 6 de marzo de 2011

VIDEO › REINO ANIMAL, OPERA PRIMA DE DAVID MICHÔD

Sin un lugar en el mundo

La abuela Smurf –Jacki Weaver, que compitió y perdió contra Melissa Leo en la última edición del Oscar– mueve los hilos de una familia criminal. Pero el film está visto a través de los ojos de su nieto, un muchacho que no abandona (casi) nunca su introspectivo medio tono.

 Por Horacio Bernades

Si se repasan las nominadas al último Oscar, es probable que al espectador local ninguna le suene menos que Animal Kingdom, por la cual Jacki Weaver compitió –y perdió, contra la gran Melissa Leo– en el rubro Mejor Actriz Secundaria. ¿Qué película es esa y quién es Jacki Weaver? Empecemos por ella: a los 63, Mrs. Weaver es toda una veterana del cine y la televisión australianos, con papeles en películas tan conocidas como Picnic en las rocas colgantes y Caddy. Estrenada en Estados Unidos en agosto del año pasado, Animal Kingdom es la ópera prima de David Michôd, nombre nuevo y apellido raro, con ese acento circunflejo, tan poco sajón. Animal Kingdom no es una película cualquiera: varios críticos estadounidenses la incluyeron en sus listas de las diez del año y Quentin Tarantino habló maravillas de ella. ¿Será para tanto? Es sencillo dar con la respuesta: el sello Sony Pictures acaba de lanzarla en DVD, literalmente traducida como Reino animal.

En el reino animal cada ejemplar sabe qué lugar le corresponde, algo que no necesariamente sucede en la sociedad humana. Esa es la idea que un policía inusualmente paternal (Guy Pearce, único actor conocido del elenco) transmite al protagonista, percibiendo que él es la clase de joven a quien le cuesta encontrar su lugar. No sólo por la edad: en la primera escena los paramédicos se llevan en camilla a su mamá, que acaba de morir por sobredosis. No particularmente expresivo (el debutante James Frecheville hace del hieratismo una forma de la elocuencia), mientras los enfermeros van y vienen, llevando y trayendo el cuerpo de mamá, J permanece inmóvil e impávido en el sillón del living, con la televisión prendida. Sobrepasado por las circunstancias, permanecerá más o menos igual durante toda la película. La única protección que J encuentra es la de la abuela Smurf (Weaver), que lo acoge en su casa. Pero la abuela y los tíos no andan precisamente en asuntos legales. Por lo cual pronto J se encontrará tan acosado por la policía como por su parentela, que sospecha que en cualquier momento el muchacho podría no soportar la presión y convertirse en buchón.

En Reino animal la familia es un peso del que es necesario librarse. Un peso y un poder, que como todo poder tiende a aplastar al más débil. En este caso, los débiles son J y su novia, posible víctima propiciatoria de la misoginia de los Cody. “Ni se te ocurra contarle nada a ella”, le advierten tempranamente a J, como si fueran los Corleone (recordar el final de El padrino 1, con la puerta del despacho de Vito cerrándose ante los ojos de la nuera). A diferencia de los Corleone, que tenían una pinta de mafiosos que se caían, los Cody tienen el aspecto más común del mundo. Tanto, que cuesta creerlos capaces de ejecutar a sangre fría a dos policías corruptos, momento a partir del cual el círculo policial comienza a cerrarse. Sobre ellos y sobre J, que a partir de ese momento ya no sabrá dónde está más desprotegido: si en la brigada de investigaciones o en casa de la abuela. Dentro de un elenco parejamente admirable, si Weaver se destaca es seguramente por su personaje. Pequeñita y delicadísima, la abuela Smurf mueve los hilos de esta familia criminal sin dejar de cocinar ni sonreír, como si fuera la versión Maru Botana de Lady Macbeth. Pero la película está vista a través de los ojos de J, y de allí su introspectivo medio tono, el de quien no halla salida ante lo inevitable. Hasta que la encuentre, pistola en mano, regando de sangre la pared.

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En Reino animal, la familia es un peso.
 
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