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Sábado, 7 de mayo de 2011

VIDEO › NIDO DE CUERVOS, DIRIGIDA POR THOMAS JANE

No es bueno salirse de la ruta

En la línea de tantos films que pusieron el foco en las carreteras, pero esta vez más orientado hacia el género fantástico, éste cuenta el derrotero de una pareja que cruza el desierto de Mojave rumbo a su luna de miel. Claro que la travesía se convierte en una pesadilla.

 Por Horacio Bernades

Con semejante cantidad de autos lanzados a la ruta y miles y miles de kilómetros de carreteras, no es raro que el inconsciente colectivo de los Estados Unidos haya hecho del camino una imaginaria vía de escape, pero también el lugar en el que es posible chocar contra las peores pesadillas. Terreno privilegiado de deseos y terrores, el cine ha sabido sembrarlos en todos los senderos, con predominio de la clase B. Peligroso es el camino tanto en películas de los tiempos del blanco y negro, como la modélica Detour (1945) o La muerte al acecho (1953), series de televisión (Dimensión desconocida abundaba en viajes virados a la pesadilla) y buena cantidad de films posteriores, desde aquel primer y ejemplar Spielberg (Reto a muerte, 1971) hasta las más recientes Carretera perdida, de David Lynch, Camino sin retorno, de Oliver Stone, y Breakdown, con Kurt Russell (todas de 1997). A esas de-saconsejables salidas a la ruta viene a sumarse ahora, con un desvío más resuelto hacia el terreno del fantástico, Dark Country, que el sello Transeuropa editará la semana próxima con el título de –vaya a saber por qué– Nido de cuervos.

Como si se tratara de una versión en solitario de ¿Qué pasó ayer?, un tipo llamado Richard despierta una mañana en un motelito rutero de las proximidades de Las Vegas, mareado, con resaca y sin saber del todo quién es la rubia esa que está tirada en su cama. Resulta ser la chica con la que acaba de casarse en la ciudad de los casinos, cuyo nombre le cuesta recordar (¡!). Gina se llama, y cuando ambos estén frescos subirán a su auto muy de los ’70 para atravesar el desierto de Mojave, rumbo a su luna de miel. Si ya las cortinas americanas del cuarto, al entreabrirse, proyectan más sombras que luz, los signos ominosos continúan en el bar del hotel, con la aparición de un desconocido que le habla a Richard de una pareja muerta en la ruta. “No se desvíen de la 95”, advierte el tipo, y lo primero que hace Richard, claro, es desviarse. Sin querer, sin darse cuenta, el hecho es que va a parar a un camino interior que parece sumido en un eterno y oscuro atardecer. De pronto, la súbita aparición de un desconocido que se atraviesa, el choque, el rostro del tipo que de tan sanguinolento recuerda al de Freddy Kruger, y la brillante idea de subirlo al asiento de atrás. ¿Cómo sabe el tipo el nombre de Richard? ¿Conoce acaso a Gina de antes? ¿De dónde saca fuerzas para hacer los chistes de mal gusto que hace? ¿Cómo se le ocurre pedir un cigarrillo, con el rostro en ese estado?

Tipo duro pero con pinta de buenazo, conocido como actor por un par de películas basadas en Stephen King (Cazador de sueños y La niebla), Thomas Jane dirigió, años atrás, una película de animación. Tal vez sea ese antecedente el que, a la hora de volver a hacerlo, incida en su predilección por atardeceres de color durazno furioso, fondos visiblemente digitalizados, desiertos de computación y noches americanas. El guión de Nido de cuervos requiere, por otra parte, de una importante suspensión de la incredulidad (¿Cómo puede casarse un tipo un día y olvidarse a la mañana siguiente? ¿Por qué su reacción al cruzarse con un monstruo es subirlo al auto?), pero a la larga recompensa. Si hasta parece una paráfrasis de Cuesta abajo, aquel corto fantástico con que Adrián Caetano debutó en las primeras Historias breves...

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Nido de cuervos requiere de una suspensión de la incredulidad.
 
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