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Sábado, 23 de julio de 2011

VIDEO › DéJAME ENTRAR, ESCRITA Y DIRIGIDA POR MATT REEVES

Una transfusión de sangre

Versión hollywoodense del excelente film sueco Criatura de la noche, que asociaba la angustia adolescente con la condena vampírica, la remake es de ésas que, antes que buscar diferenciarse del original, apuntan a ser lo más fieles posible.

 Por Horacio Bernades

Con mucho tránsito cinematográfico-televisivo se presenta, en los últimos tiempos, la ruta entre Suecia y Estados Unidos. La tendencia la inició, tres años atrás, el inspector Wallander. A mediados de la década pasada, las aventuras del héroe creado por Henning Mankell fueron objeto de una miniserie sueca, pasando poco más tarde a la televisión de habla inglesa. Después vino Millenium, la escabrosa saga policial de Stieg Larsson, adaptada primero por el cine sueco y ahora –el estreno se anuncia para diciembre próximo– por David Fincher para su par estadounidense. Entre una y otra traslación, la que va de Lät den rätte komma in, notable film de vampiros tristes que entre nosotros se conoció como Criatura de la noche, y Let Me In, versión estadounidense de la novela escrita por el nativo de Estocolmo John Ajvide Lindqvist, Hollywood practica una transfusión de sangre. Estrenada en Estados Unidos en octubre del año pasado, el sello AVH acaba de lanzar Let Me In en DVD, literalmente traducida como Déjame entrar.

El gran hallazgo de la novela y el film original (dirigido por el hasta entonces desconocido Tomas Alfredson) consistió en vincular angustia preadolescente y condena vampírica. En una ciudad helada, un solitario hijo de padres separados conoce a una forastera de su misma edad que, como él, se siente distinta. Claro que su diferencia es más radical que la del nuevo amigo: ella parece humana, pero no lo es. Escrita y dirigida por Matt Reeves (el de la “peli” de monstruos Cloverfield), la remake es de esas que, antes que buscar diferenciarse del original, apuntan a ser lo más fieles posible. Con tino, Reeves mantiene el entorno helado, sabiendo que el frío es, en la novela, algo más que un asunto climático. No se trata ahora de una ciudad escandinava, sino de Los Alamos, Nuevo México, en tiempos de Reagan.

El nuevo dato no está puesto ahí por puro capricho. Mientras en la tele el presidente-cowboy convoca a la lucha contra el Mal, la pía mamá del protagonista le inculca al chico la misma idea y el policía que investiga ciertos crímenes de sangre invoca a Jesús. Mientras todo eso sucede, y confirmando su carácter de “distinto”, Owen (Kodi Smit-McPhee, el chico de La carretera) se enamora de lo que para la mitología oficial representa una de las máximas encarnaciones del Mal. En la película de Alfredson, la chica, morocha, tenía un aspecto vagamente turco o gitano, lo cual permitía asociar el miedo al vampiro con el miedo al otro, propio del racismo europeo. La versión de Reeves pierde esa referencia (la protagonista es rubia), pero reubicar la fábula en el marco del maniqueísmo estadounidense le permite compensar la pérdida.

Lejos del carácter pop-juguetón de Cloverfield, el realizador repone aquí la severa melancolía del original, con encuadres medidos, una fotografía de Greig Fraser (DF del último corto de Spike Jonze, basado en The Suburbs, de The Arctic Monkeys) tan pálida como la protagonista y una banda de sonido característicamente sinfónica de Michael Giacchino (autor de las de Up y la serie Lost, entre otras). En Déjame entrar, ser vampiro sigue siendo, como en Criatura de la noche, algo tan trágico como el propio hecho de ser preadolescente. Al igual que en la película de Alfredson, en la de Reeves el tono de abatimiento se ve contrapunteado por explosiones gore. Producto del exceso de digitalización que asuela el cine fantástico estadounidense, en algunos de esos estallidos la niña-vampiro pega unos saltos como de langosta hiperkinética, que parecen salidos de otra película.

Reeves compensa esos mini-shows del departamento de efectos especiales con hallazgos visuales de cosecha propia. Sobre todo un par de momentos en los que aprovecha magníficamente el segundo plano de la acción, al mejor estilo del mejor John Carpenter.

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En el film de Reeves el tono de abatimiento se ve contrapunteado por explosiones gore.
 
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