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Viernes, 23 de junio de 2006

VIDEO › REVISION DE PETER WEIR

Encuentros entre culturas opuestas

El director australiano confirmó en Hollywood que seguía siendo un autor.

 Por Horacio Bernades

“Cuando me contrataron y me pusieron un guión en la mano, sentí como si fuera un director en el Hollywood de los años ’30: no se trataba de crear algo personal, sino de llevar a buen puerto una idea ajena.” Peter Weir dixit, en el documental que integra la edición especial en DVD de Testigo en peligro.

Pasar de autor total a director contratado es el rito de iniciación al que Hollywood somete a todo talento que incorpora. Nada distinto le sucedió al australiano Peter Weir cuando llegó a América, a mediados de los años ’80, después de haberse consagrado en su país con La última ola, Gallipoli y El año que vivimos en peligro. En qué medida un autor de films puede agregarle un plus al mero profesionalismo y mantener la firma al pie de cada película es una de las cuestiones que una pequeña andanada reciente de films-Weir en DVD permite reconsiderar. El sello AVH editó El año que vivimos en peligro (1982) y Testigo en peligro (1985) y Gativideo hizo lo propio con la bastante menos vista (y apreciada) Matrimonio por conveniencia (1990). Las tres dan pie para revisar una trayectoria que a lo largo de más de tres décadas –Capitán de mar y tierra no hace más que confirmarlo– se ha mantenido alta.

Que Weir es un autor –de los que desarrollan una obra con el mismo grado de coherencia propio de un escritor o un pintor– se corrobora con sólo observar hasta qué punto las tres películas editadas ahora en devedé trabajan sobre un mismo tema. Ese tema es el del encuentro entre distintos, entre representantes de culturas opuestas, verificable en el tándem entre el corresponsal extranjero de Mel Gibson y el mestizo de Linda Hunt en El año que vivimos...; en la provisoria incorporación del policía Harrison Ford a la comunidad amish en Testigo... o en el acercamiento entre el artista salvaje Gerard Dépardieu y la descafeinada ecologista Andie McDowell, en Matrimonio... Todos descubren una suerte de malestar cultural en relación con su comunidad de origen y el mismo tema aflora tanto en una película temprana como La última ola (seguramente la obra maestra de Weir, de 1977), como en la más reciente, Capitán de mar y guerra. Aquí, el par oposición-atracción se da entre el capitán Aubrey, hombre de acción, y Maturin, el naturalista-racionalista que lo acompaña y complementa.

El paralelismo que Weir traza con su situación en Hollywood y la de sus colegas de la época de oro es de una precisión absoluta. Como por otra parte lo son todas sus afirmaciones, a lo largo del documental en cinco partes que integra la Edición Especial (vigésimo aniversario) de Testigo en peligro. Efectivamente, de eso se trataba cuando Alfred Hitchcock, Howard Hawks o John Ford dirigían una película, allá por los años ’30, ’40 o ’50: de hacerlo bien, y de paso, de hacerlo personal. Obsérvese la tarea de cualquier director bajo contrato en 8 o 9 de cada 10 superproducciones actuales y se percibirá la diferencia. Diferencia con los directores de los años ’30 y ’40, y diferencia también con los de los 70/80: un Brett Ratner (director de la última X-Men) o un Chris Columbus (de la serie Harry Potter) se parecen poco y nada a los Brian De Palma, John Carpenter, Walter Hill, Peter Weir et al que dirigieron films de género hace veinte o treinta años.

¿Es Peter Weir, autor de un buen par de obras maestras y varias películas magníficas (El año que vivimos... y Testigo en peligro son dos de ellas), un cineasta perfecto? Desde ya que no, y allí está la simplista, lacrimógena y demagógica La sociedad de los poetas muertos para demostrarlo con creces. Por una paradoja no tan rara (lo mismo sucedía con Hitchcock, Hawks & Cía.), sus películas más famosas no son precisamente las mejores, y en la misma categoría puede incluirse la celebradísima TheTruman Show. Que es más una idea de guión que una gran película, y más una película de su guionista, Andrew Niccol, que de Weir. Lo que hay de Weir en ella (la aspiración metafísica, común a la mayor parte de sus películas) se ve expresado de modo casi tan obvio y simplificado como en La sociedad..., con esa relación entre el Creador que representa Ed Harris y su criatura, Jim Carrey.

Que inquietudes temáticas personales se vean vehiculizadas, a lo largo de toda la obra de Weir, mediante un depurado arte de la narración y en formatos propios del cine de género (la aventura romántica en El año que vivimos..., el thriller en Testigo..., la comedia elegante en Matrimonio...) confirma que el de la industria y el artista puede ser, en cine, un matrimonio por conveniencia, pero bien avenido. Un feliz encuentro de opuestos, para decirlo en términos weirianos.

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El malestar cultural en relación con la comunidad de origen es un tema recurrente en Weir.
 
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