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Jueves, 23 de octubre de 2008

CINE › UNA PELíCULA QUE DEJA CON DOLOR DE PANZA

Sin villanos unidimensionales

Quizás uno de los mayores logros de Fast Food Nation es evitar el trazo grueso, la caracterización fácil, a través de una narración que corre por tres carriles diferentes. En última instancia, el verdadero Mal es la corporación sin rostro.

 Por Horacio Bernades

De la primera escena de Fast Food Nation se pasa a la siguiente mediante un fundido encadenado, que vincula una hamburguesa con un perro. Más tarde, la misma técnica permitirá relacionar un acto sexual con un hombre que serrucha. Hasta que finalmente un grupo de activistas les abre las tranqueras a unas vacas, pero éstas se quedan donde estaban, con la misma cara de boludas que tenían antes. No les sobra sutileza a las comparaciones y metáforas visuales de Fast Food Nation, y es posible que nada de lo que la película denuncia sea del todo nuevo. Pero se sale de ella con dolor de panza, generado no sólo por el estado de las hamburguesas (y por un planteo visual tan crudo y granuloso como ellas) sino por algo más de fondo: el poder de las corporaciones, y el modo en que las corporaciones lo usan. Allí es donde cobra todo su valor este film que Richard Linklater estrenó un par de años atrás, casi al mismo tiempo que Una mirada a la oscuridad (editada aquí en DVD).

Pero no sólo en la panza es donde vale Fast Food Nation. Basada en un libro escrito por el periodista Eric Schlosser, es admirable el modo en que el autor y Linklater convirtieron en ficción lo que era pura y dura investigación periodística. Ellos dicen haber tomado como modelo la novela Winesburg, Ohio, escrita a comienzos del siglo XX por Sherwood Anderson (ver entrevista). Pero es posible que –basados tal vez en la idea de que las hamburguesas son también una droga– también hayan copiado la estructura de Traffic, a fin de estudiar los perjuicios que la producción de comida chatarra ocasiona en sus distintas etapas. Para ello dispusieron una narración que se organiza alrededor de tres centros de atención. Todos ellos, vinculados con la producción de The Big One, equivalente mal disimulado del Big Mac para la compañía (ficticia) Mickey’s. Como modo de dar unidad, esos tres planetas narrativos (en el sentido de que cada uno sigue su propia órbita, sin tocarse) convergen en el pueblito, también ficcional, de Cody, ubicado en Colorado. Lo cual tiene toda la lógica del mundo, ya que en ese estado se asientan varios colosos de la carne envasada.

Por un lado, uno de los ejecutivos de marketing a los que se les ocurrió el nombre de The Big One (algo que sus colegas celebran como si se tratara de la invención del número Pi) debe viajar a Cody, para investigar denuncias contra la gigantesca envasadora de carne de la zona, que trabaja para Mickey’s. Según las denuncias, por el apuro con que se trabaja en la línea de producción no siempre los intestinos de las vacas pasan de largo, estallando en más de una ocasión y mezclando su contenido con el de las hamburguesas. Por otro lado, un grupo de inmigrantes mexicanos ingresa ilegalmente en Estados Unidos, con un contacto para trabajar en la planta. Allí serán expuestos a condiciones de trabajo que incluyen maltratos, salarios tercermundistas, mataderos dantescos y accidentes laborales. Finalmente, la cajera de una de las sucursales de Mickey’s en Cody comenzará a advertir que lo que le pagan es una miseria, uniéndose a un grupo de jóvenes anticorporativos. Alrededor de cada uno de ellos gravitan otros, totalizando un universo de grupos de pertenencia, familiaridad y trabajo, que –como en un film de John Sayles– reproduce, a escala, el del conjunto de la nación.

“Yo hago películas de personajes”, dice Linklater. Desde Dazed and Confused hasta Escuela de Rock, pasando por las dos Antes (del amanecer y del anochecer), ni una sola de sus películas lo desdice. Fast Food Nation no es la excepción. Esa buena leche con que el autor de Despertando a la vida se relaciona con sus personajes le permite no caer en el esquemático panfleto al que el film parecía a todas luces destinado. Cada uno tiene sus razones aquí, incluidos los directivos de la cadena de hamburguesas, el brutal capanga de la fábrica y el encargado de la sucursal donde trabaja la cajera. No hay un solo malo en Fast Food Nation. Lo cual es muy bueno, en la medida en que sí queda a la vista el carácter perverso, injusto, de explotación e inhumano del sistema corporativo. En la realidad no hay otro villano que ése. Algo que la película refleja, con total precisión y lucidez. Puede ser, sí, que a Linklater se le vaya la mano con la buena leche, haciendo que el ejecutivo de marketing sea más bueno que el pan, o que cierto terrateniente ganadero parezca hablar con la voz de la verdad. Lo cual puede generar algún problema puntual, en términos de verosimilitud o de enfoque. Pero el dolor de panza está ahí, y eso es lo que importa.

8-FAST FOOD NATION

EE.UU./Gran Bretaña, 2006.

Dirección: Richard Linklater.

Guión: Eric Schlosser y R. Linklater.

Intérpretes: Greg Kinnear, Catalina Sandino Moreno, Ana Claudia Talancón, Wilmer Valderrama, Kris Kristofferson, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Avril Lavigne y Bruce Willis.

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Los inmigrantes ilegales se enfrentan a condiciones de trabajo que alcanzan lo terrorífico.
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