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Domingo, 23 de noviembre de 2008

MUSICA › PEQUEÑAS ANECDOTAS

Más allá del genio

Aquí van algunos fragmentos extraídos de El tano y Yo, el flamante libro publicado por Corregidor.

- “Uno de los grandes placeres del Tano era parar en el camino de regreso donde hubiera arboleda y sombra, instalar una parrillita y hacer un asado, tarea que él mismo llevaba a cabo con gran deleite. Ese día, Franchini estrenaba un soberbio traje de gabardina inglesa. El menú del día eran chorizos, pan y vino. Cuando ya estaban listos los chorizos, al Tano no se le ocurrió otra cosa que sacar de la parrilla una ristra que chorreaba grasa por todos lados y decirle a Enrique ‘gordo, agarralos’. El pobre, sorprendido, no atinó a cubrirse a tiempo y la grasa corrió como un río por la británica gabardina, tal vez recordando al Támesis, mientras los chorizos navegaban por su delicado atuendo.” (Durante uno de los viajes del Octeto Buenos Aires a Radio Provincia de La Plata)

- “Yo mandaba limpiar al paso el único traje que tenía, que si bien quedaba refulgente una vez limpio, los productos y ácidos usados le acortaban la vida de manera acelerada: la tela no aguantaba y me pasó una vez que se me hizo un agujero en el fundillo, justo a la altura de los glúteos (...) mi saco, que era largo, tapaba el agujerito, pero para jugar al billar el saco se me levantaba dejando al descubierto el calzoncillo blanco (...) mi ingenio me hizo pensar: si el traje era verde oscuro y pintaba en esa zona mi prenda íntima del mismo color, no se notaría la rotura del pantalón debido al calzoncillo camuflado. Lo tremendo es que así como tenía un solo traje, también tenía un solo calzoncillo (...) A raíz de mi falta de ropa me habían bautizado Malvestiti.” (Sobre sus primeros años en Buenos Aires.)

- “Una mañana, caminado con el Tano y viendo esos paisajes maravillosos, pasamos por una armería. Entramos a mironear un poco y se le ocurrió comprar artículos para defensa personal. Uno era un aparente inofensivo bastoncito para defenderse en un asalto callejero. El solo contacto con el cuerpo del agresor disparaba una descarga de altísimo voltaje (...) Como no lo había probado con nadie, andaba ansioso por los pasillos del hotel buscando un cliente, que lógicamente pretendía que fuera uno de nosotros. Desechados los músicos que conocíamos sus intenciones, llamó al room service y pidió un té. No bien entró el mozo todo circunspecto con el pedido (el negro Suárez Paz y yo tomábamos mate), sacó el bastoncito y tocó el mosaico quien, en una pirueta, tiró todo por el aire y pegó un grito. Por supuesto, no pasó más que el susto del gastronómico, del que debe haberse quejado al Barrionuevo suizo.” (En Suiza, con el último quinteto.)

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