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Miércoles, 28 de octubre de 2009

Arte para todos

 Por Marta Minujín

Es un lujo disfrutar de esta muestra en Buenos Aires, porque permite ver algunos de los mejores trabajos de Andy. Es, además, la oportunidad de contactarse con un talento que llevó el pop a su máxima intensidad, y se multiplicó como sujeto y objeto, haciendo que él mismo y el under neoyorkino formaran parte de su obra. Su rol fue importantísimo. Trabajó con todos los estratos sociales: no nos olvidemos de que “pop” viene de “popular”, y eso equivale a un arte para todos.

Mi relación con él fue óptima. Yo llegué a Nueva York después de haberme hecho famosa con unos happenings, y justo dio la casualidad de que nos cruzamos en una galería. Andy ya estaba con la Velvet y ese ambiente; y veías cómo los millonarios se volvían sus admiradores, y cómo cuando lo venían a visitar, él los ponía a trabajar... ¡Para rematarla, les hacía pagar por las obras que ellos mismos habían hecho! Era así: Warhol dio vuelta los tantos, consiguió meter al arte en el centro del mercado e inauguró el “ganar plata” y el hacer escándalos como forma de arte.

Era silencioso, pero muy comunicativo y con mucho humor. Agarraba, por ejemplo, a un chico que hacía pizza y lo convertía en estrella gracias a esa especie de Hollywood que había formado en su Factoría. “Sí”, “No”, pocas veces decía más que eso, salvo cuando estaba entre quienes éramos sus amigos. En una época me acuerdo de que nos veíamos de lunes a lunes, y cada argentino que llegaba allá me buscaba porque lo quería conocer.

Una vez acompañé a su doble –un Warhol que era idéntico al verdadero, con peluca platinada y todo– a dar una conferencia. Y la conferencia consistía en que él no dijera nada. ¡Nadie se dio cuenta de que no era Andy!

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