Existe una pequeña trampa en todo esto de los buscadores y los términos más rastreados en Internet. En realidad, varias. Valga la aclaración: Google es simplemente un indexador de contenidos; es decir, un servicio que investiga en la red acerca de lo que el usuario necesita y le ofrece una serie muy amplia de resultados afines. Pero, en líneas generales, los usuarios buscan mal. Una buena búsqueda seguramente tenga la forma de una función más o menos compleja y, pese a asustar, aquellos que deseen lograr resultados óptimos podrían intentar un mejor método. ¿Cuál? Para eso está Google. Vaya ahí, escriba “consejos para buscar en Google” y tendrá todos los tips. De todos modos, eso no lo librará de una segunda complicación: los resultados no son ordenados en función de la necesidad del usuario (el sistema no tiene modo de saber si cuando usted escribe “milanesas” se refiere a dónde comprarlas, cómo prepararlas o a su historia culinaria), sino a un sistema de ordenamiento basado en calificaciones no visibles. Esto es, sitios más viejos primero (por lo que la vanguardia en milanesas seguro esté varias páginas más adelante entre los resultados), con más “entradas” o artículos publicados, en la mayor cantidad de idiomas posibles y una larga lista de requerimientos que, mediante algoritmos, lanzan en pantalla lo que usted ve cuando googlea algo. Como en una biblioteca, esos lugares a los que ir buscando “algo de ciencia ficción” pueden convertirse en un calvario. Así funciona Google. Lo importante no es tanto, entonces, qué buscar, sino más bien cómo buscarlo.