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Viernes, 4 de marzo de 2011

LITERATURA

Una novela fantasmagórica

Asediada por la enfermedad que oscureció el último período de su vida, Silvina Ocampo se dedicó –entre 1988 y 1989– a corregir y completar La promesa, la novela en la que había trabajado, con largas intermitencias, desde mediados de la década de 1960, según cuenta Ernesto Montequin en la nota preliminar de la edición. El borrador más temprano que se conserva, titulado En la orilla del sueño, está contenido en un cuaderno donde también hay esbozos de poemas de Amarillo celeste (1972). Durante casi veinticinco años, la novela fue sometida a cíclicas reescrituras. “Su existencia como work-in-progress nunca fue enteramente secreta: había sido anunciada al menos desde finales de 1966, cuando una breve nota periodística informaba que Ocampo ‘actualmente trabaja en la composición de una novela que aún no tiene título definitivo’”, repasa Montequin. En 1975 reveló uno de los títulos preliminares, Los epicenos, y declaró: “Es lo mejor que he escrito”. Tres años después, la definió como una “novela fantasmagórica” y admitió su dificultad para concluirla “porque el personaje central está contando cosas, interminablemente”. “Hay algo que la lleva a la narradora innominada a seguir contando y contando; es una promesa que ha hecho y la cumple para no morir, pero se ve que ella está muriendo”, explicaba. Este escueto resumen, analiza Montequin, permite leer La promesa bajo la forma de una “autobiografía póstuma” y, al mismo tiempo, anticipa, con ironía trágica, el desenlace que iba a unir en un destino similar, diez años más tarde, a la protagonista y a su autora. La promesa tuvo dos modificaciones sustanciales a lo largo de los años. La primera fue la extracción de diecisiete de sus episodios, que la autora incluyó como cuentos en el volumen Los días de la noche (1970), “aunque conservó uno de ellos, ‘Livio Roca’, en ambas obras”, aclara Montequin. Poco después incorporó una laberíntica historia de pasiones discordantes, que procede de un guión cinematográfico, titulado Amor desencontrado, la única historia que la narradora retoma, sinuosamente, a lo largo de su relato.

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