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Jueves, 25 de agosto de 2011

MUSICA › OPINIóN

¡Mchiporobón! ¡Mchiporobón!

 Por Marcelo Simón

Las voces, frente al micrófono, sonaban nítidas, redondas, graciosas, contundentes, pese a lo extraño de esas onotomatopeyas que dictaba uno de esos cinco muchachos en el estudio de grabación que parecía ser el jefe, pese a su juventud.

Y era el jefe: los otros cuatro obedecían ciegamente esos dictados curiosos, tan poco parecidos a los que conformaban el universo de Los Chalchaleros o Los Hermanos Abalos, que entonces estaban de moda.

¡Mchiporobón!

Era un juego y una afirmación, una muestra de la vanguardia todavía no explorada y al mismo tiempo un dato de la tradición: imitar las guitarras y el bombo vocalmente ya se había hecho, aunque sin la aceptación popular extraordinaria –además de las impugnaciones más o menos tradicionalistas que cosechó entonces– que ese flaquito comenzó a lograr con lo que entonces se llamaba un conjunto vocal. Era lúdico, pero sonaba veraz: ahí estaban no sólo las trincheras santiagueñas de los ancestros del que mandaba, sino todo el país lírico: había cuecas cuyanas, rancheras bonaerenses, se navegaba por el Paraná y se exploraba el lejano horizonte pampeano de las milongas con naturalidad, sin esfuerzo aparente. Todo a cinco voces y sonriendo.

¡Mchiporobón!

“¿Usted sabe lo que es un conjunto vocal?” Ahora que se ha muerto el flaquito, recuerdo que me preguntó socarronamente Atahualpa Yupanqui una tardecita. “A mí me lo explicó el Indio Pachi, de Cerro Colorado, que como era un paisano salidor había visto a Los Huanca Huá en Córdoba”, añadió el autor de “Luna tucumana”. “Un conjunto vocal es un muchacho buenmocito que canta adelante en el escenario, y cuatro atrás que le hacen burla”, completaba el viejo zorro, que en otra oportunidad parece que dijo: “El Chango Farías Gómez es capaz de ponerle mostaza a la tira de asado. Pero a él le sale bien”.

Alboreaban entonces los años ’60 y el Chango estaba reinventando el folklore, palabra que detestaba. ¡Si habremos discutido por esta pavada!

Ayer el corazón del Chango dejó de latir.

Pero las antiguas pulsaciones siguen en las discotecas donde la obscena mano de la censura no pudo actuar. Citando de memoria, ahí están el Grupo Vocal Argentino, la tierra sembrada por M.P.A. con Verónica Condomí, el Mono Izarrualde, Peteco Carabajal, Jacinto Piedra... Todavía suenan en la radio la guitarra flamenca y las coplas que enfrentaban la tradición quichua con la música afrocubana en el grupo La Manija, que formó cuando volvió del exilio; ahí está la memoria del mítico trío que armó con Kelo Palacios y Dino Saluzzi, sin grabaciones, y aquel envío de Contraflor al Resto, son su hermana Marián y Manolo Juárez, imperdible.

Ahora, ¿quién vendrá para sembrar algo que se parezca al eterno desarreglo tan bien armonizado del Chango en nuestra música? ¿Quién con la voz rota como él se plantará en el centro del estudio y pasará una a una las voces que hacen falta para hacer el conjunto del que hablaba el Indio Pachi?

Ayer me di cuenta de la falta que nos hará encontrarlo en otro o en otra.

Fue cuando mis lágrimas, cuando lo supe, sabían a mostaza, mientras el corazón me cabalgaba con un mchiporobón.

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